5.8.05
Vidas Ajenas (VII)
Ya en su más tierna infancia Tomas T. Penalva vivía fascinado por los polígonos formados por tres lados y tres ángulos. Es decir, vivia ensimismado en la perfección de la figura geométrica conocida como triángulo. Triángulos rectángulos, isósceles, escalenos o equiláteros, todos ellos le parecían la cosa más maravillosa del mundo. Pasaba horas en su habitación dibujandolos de todo tipo. Luego, meticulósamente, calculaba los grados de los tres ángulos de cada figura y los sumaba. El resultado siempre era el mismo. 180 grados. Era algo que le maravillaba. Cuando se cansaba de la operación calculaba hipotenusas. Aficionado a la música clásica, Tomás entra muy joven en el conservatorio y en 1968 consigue una beca para estudiar en una prestigiosa académia austríaca. Allí se especializa en el instrumento conocido como Triángulo al mismo tiempo que desarrolla un creciente desprecio por el instrumento de percusión conocido como platillos. Con los años, Tomás se convierte en el más reputado profesional del Triángulo musical, siendo requerido por las más prestigiosas orquestas sinfónicas del mundo. En concreto, destaca sobre manera en aquellas sinfonías que le requieren inmóvil durante un par de horas hasta que en el culmen de la función debe ejecutar un único tintineo con su instrumento. Por ejemplo, con la Octava Sinfonía de Von Trangler. Su paciencia, meticulosidad, hermetismo y perfecta ejecución le convierten en un mito viviente. En 1977 aprovecha su imagen para publicitar e invertir en la fabricación de los obligatorios triángulos de seguridad para automovilistas. Su empresa manufactura miles de ellos, pero a la semana de salir a la venta un cambio en la legislación los convierte en objetos inútiles. No cumplen con un requisito aparentemente nímio pero vital: la fosforescencia de las bandas sobrepasa mucho la requerida y produce peligrosos destellos. Miles de triángulos de seguridad construidos con cariño deben ser destruidos. Tomás llora amargamente. En su siguiente actuación sinfónica se desconcierta milésimas de segundo, tarda en ejecutar su célebre toque de triángulo y el golpetear perfecto de los platillos de percusión que tiene a su lado ahoga el sonido de su instrumento. Recibe todo tipo de abucheos por parte del público y es incapaz de superar el trauma. Invierte todo su dinero en un viaje a Nassau, compra una avioneta y sobrevuela en ciento ochenta ocasiones en Triángulo de las Bermudas, sin obtener ningún resultado. Tras un fallido intento de suicidio en la actualidad ostenta el Récord Guiness de resistencia con el hula-hop. “El centenario de Michelín y Bibendum es un acontecimiento que me llena de júbilo” es el mensaje que desea transmitir a los internautas de habla hispana.
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