Ya les comenté hace algún tiempo que la única revista de cine que compro con regularidad es Dirigido Por. Lo hago por lo dossieres que incluyen en cada número. Es lo único que me interesa y no todos me interesan, claro, pero puestos a acumular alguna revista de estas en mis numerosas y apretadas estanterías, ésta me da ese plus ajeno al megaestreno hollywoodiense de turno.
La revista, ya les comenté hace unos meses, tiene un merecido tufillo de qualité, o algo, heredado y arrastrado, sin complejos, desde hace años. Pero también es justo reconocer que lleva tiempo incluyendo dossieres dedicados al cine popular que tanto me interesa. Ahí están los tres números dedicados a la Hammer de hace unos meses. Pese a esta costumbre que espero conserven muchos años, no deja de ser sorprendente encontrarse con David Chiang en la portada. Si no están familiarizados con las películas de los Shaw Brothers el tipo en cuestión les sonará, y nunca mejor dicho, a chino. Pero vamos, era uno de los actores estrella de la escudería de Sir Run Run Shaw y al menos algo podrán ubicarle si les digo que era el protagonista oriental de la siempre reivindicable Kung Fu contra los siete vampiros de oro o de la mítica La Furia del tigre amarillo que decora de manera permanente la columna de a su izquierda.
Comprenderán, por ello, que su presencia es todo un rara avis en el portadismo periodístico especializado estándar o quiosquil, que no fanzineroso. El motivo de tamaño atrevimiento es el dossier que incluye, con un título de aquellos que tira de espaldas: Artes Marciales y cine de autor. Hostia puta. Vayamos por partes. La concepción de cine de autor ha ido perdiendo, con los años, la errónea visión que lo delimitaba estrictamente a los ámbitos del cine de arte y ensayo. Afortunadamente. La cosa ha quedado ahora bastante difusa, pero vamos, hay mucho estilema autoral en el cine comercial. Y si ya entraban los clásicos... Así, uno puede hablar tranquilamente de Lucio Fulci como autor y nadie debería resgarse las vestiduras. Si uno odia a Fulci y le considera un pésimo director debería tener presente que el marchamo de la autoría no implica calidad. No será extraño, pues, que en el cine de artes marciales también haya autores. De los populares (en el sentido de que hacen películas para entretener a la gente) y de los otros, aquellos que han recibido la impronta de la qualité vaya usted a saber por qué. Hay, por eso, que avisar. El nombre del dossier tiene una pequeña trampa que se explica enseguida en el prólogo o introducción. Es solo una aproximación y se limita al cine de sables. Que digo yo que el matiz es importante. No hay kung-fú y similares. El arte marcial no se contempla en toda su extensión.
Aún así, cuarenta páginas dedicadas a las katanas no son moco de pavo. Y eso que mayormente se mueven en terrenos teóricos más cercanos al cinéfilo sin zeta (sin pé de pop, o pulp), es decir, los grandes clásicos del cine japonés que triunfaban en los festivales de los años 50 y que tanto influyeron, por ejemplo, en el western (de macarrones o hamburguesas). Así, nos encontramos con comentarios sobre una veintena de filmes en los que, como es lógico, Akira Kurosawa se lleva la parte del león (Los siete samurais, Yojimbo, La fortaleza escondida y Kagemusha) seguido de los Mizoguchi (La venganza de los 47 samurais, El héroe sacrílego), Inagaki (la trilogía Samurai, 47 Ronin) o Kabayashi (Harakiri, Rebelión). El bloque nipón se completa con obras más recientes como Tabú de Nagisa Oshima, el Zatoichi de Kitano y la Azumi de Ryuhei Kitamura (quién lo iba a decir, el Kitamura).
Como ven, los samurais son la estrella del dossier. El vínculo con lo autoral en una revista teórica como ésta requiere vestirse, claro. Y lo de considerar el cine de samurais como de artes marciales no agradará a más de uno (y de dos). Ya puestos, dejando de lado que por poner una más de Kurosawa (Ran) nada pasaba, encuentro a faltar alguna referencia al chambara más de serie B, que tenía sus autores, con alguna de las dos entregas de Lady Snowblood (no se preocupen, próximamente en este blog) o las sagas realizadas, no en su totalidad, por Kenji Misumi (que no son moco de pavo: Lone Wolf and Cub y Zatoichi).
El bloque chino, en comparación, queda más modesto. Pero da como gusto ver los nombres de Chang Cheh y King Hu al lado de referencias al cine de autor. Es cierto, eran autores, con su mundo propio. De esos que te ves una película y dices coño, por el brazo amputado de Jimmy Wang Yu que ésta es de Chang Cheh (¿acaso hay mayor prueba autoral?). De éste se incluye El trío magnifico. Vaya por Dios, la única que no tengo de las que le editó Manga en su abortada colección de los Shaw Brothers. Precisamente por ello, y ya que de los japoneses repiten todos, podían haber incluido alguna más. No estoy pidiendo La furia del tigre amarillo (aunque sería de recibo, ésta, la única estrenada comercialmente en su momento, y sus antecesoras protagonizadas por Wang Yu), ni La heroína legendaria (más que nada porque anda perdida por el limbo del cine sin rastros) o una rareza como The Legend of the Sacred Stone (realizada con marionetas) pero sí la entretenida The Heroic Ones (Los Héroes) o alguna más de las accesibles en dívídí. Del otro, King Hu, Come drink with me. Yo es que siempre me acuerdo de la otra, Dragon Gate Inn, pero debo reconocer que no he visto ninguna, cosa que pienso remediar de inmediato. El grupo chino se completa con John Woo (El último caballero, recién editada), Tsui Hark (ZU, Guerreros de la montaña mágica, en su versión de 1982, que la otra mejor olvidarla) y, no podía ser de otra forma, Zhang Yimou por partida doble (Hero y La casa de las dagas voladoras). Ya puestos, alguno de los Swordman, especialmente la segunda, por lo que tuvieron de regeneración ochentera del wuxia (es decir, el género de las espadas chinas) con la mano de Tsui Hark detrás.
Finalmente, un tercer bloque lo conforman diversas aproximaciones al sable oriental y marcial realizadas desde el respeto occidental. Se trata de Yakuza de Sidney Pollack, El reto del samurai de John Frankenheimer, Tigre y Dragón de Ang Lee (que es chino americano) y el Kill Bill de Tarantino. Ya puestos, no hubiera estado mal incluir Golpe en la pequeña China de John Carpenter (al fin y al cabo es el homenaje más sincero y honesto de todos al sector chino del asunto) y reconozco que lo de Kung Fu y los siete vampiros de oro de Roy Ward Baker hubiera sido excesivo pero enternecedor.
En definitiva, una aproximación más que sorprendente que no acaba de entrar a rebanar el asunto. Tampoco me quejo sino todo lo contrario. Si les interesa el tema o las películas ya saben dónde conseguir la revista. El apartado gráfico no está mal. Tan sólo, para acabar, una pequeña réplica. El texto sobre Kill Bill arremete contra la película. Nada que objetar por ello. Yo opino todo lo contrario. Pero leo: “¿De dónde sacó Tarantino esa escena en la que La Novia le pega en el culo con la hoja de su catana a un joven yakuza porque le da pena matarlo? ¿de Mariano Ozores?”. Ay madre lo que hay que leer. A eso le llamo yo hacer trampas. Pues lo sacó de John Ford, critico de Dios, que era quien más disfrutaba con este tipo de momentos burros con humor de pueblo. Sólo hay que mirar Centauros del desierto. Ya en el final. En el momento más emocionalmente intenso. Con John Wayne en la entrada de la cueva. Reencontrando a su sobrina. Ford nos corta el plano y ¿qué mete? Pues al general del Séptimo de Caballería en pompa. Le están sacando una flecha del culo. Y es que los chistecitos sobre traseros dolosos, cosa harto popular, también pueden ser estilema autoral. De alto calibre. ¿Se atrevería un critico de Dirigido Por a decir que no le gusta Centauros del desierto porque le recuerda a Ozores?
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