7.3.05
EL MÁS PAUPÉRRIMO ROBOT EVER, LA SAGA DE LA MOMIA AZTECA Y EL ARTE DEL CORTA Y PEGA
Como suena. Lo del robot más paupérrimo de la historia del cine. Ever. Ya lo advirtió Viruete. Y mira que hay robots paupérrimos y de plexiglás en el cine de derribo (estoy pensando en Robovampire, sin ir más lejos). Es el robot (humano) que se enfrenta a la momia azteca en la sesión que pude disfrutar ayer en la Filmoteca. La última ya del ciclo mexicano. Ayer, con la sala bastante llena, riendo y aplaudiendo. El boca a boca funciona y estoy seguro de que una retrospectiva más larga acabaría por dejar pocas localidades a la venta. De hecho ¿cuándo cojones se atreverá una filmoteca a programar el ciclo psicotrónico universal y extenso, con sus mesas redondas, publicaciones y demás?
EL Robot Humano contra La momia Azteca es el tercer título de la trilogía rodada Miguel Portillo. Todas el mismo año, 1957, y en un par de meses. Seguramente de golpe, por aquello de aprovecharlo todo. Primero vino La momia azteca, le siguió La maldición de la momia azteca y finalmente la que pude disfrutar ayer. Se hace un pelín complicado explicar todo lo que pasa en los muy entretenidos y escasos 60 minutos de metraje. Por algo que les comento enseguida, pero antes, un susto: la película se inicia con una voz en off que advierte que los hechos relatan un experimento llevado a cabo por dos científicos norteamericanos y certificado por notario. Y yo me pregunto ¿Qué experimentos? ¿El robot con cerebro humano? ¿la resurrección de una momia azteca? Cielo Santo. Afortunadamente, al final apostillan que el filme mezcla la realidad con la ficción.
A lo que iba. Razón básica que impide entrar al detalle argumental: pasan muchas cosas. Pero no es que pasen porque el guión sea un dechado de acción constante. Qué va. Si la película dura la hora escasa comentada, casi la primera mitad (es decir, treinta minutos) es ni más ni menos que un flashback en el que se explican las dos anteriores. Con metraje de las dos anteriores, claro. Un tres en uno maravilloso. El protagonista, el doctor Alameda, psiquiatra especializado en hipnosis, reune a unos científicos en la sala de estar y les relata, con pelos y señales, lo que ha pasado en las otras dos entregas. Yo, como no las había visto, lo agradecí un montón. Todo eso que me ahorro. Media hora de flashbacks más tarde se retoma la acción. Es por eso que ponerme a relatar la película supone la proeza de hacer la sinopsis de tres películas. Me llevaría más rato que lo que me llevo disfrutarla en el cine, así que intentaré sintetizar para luego dedicarme a algunos detalles que llamaron mi atención y hablarles un poco del monstruo protagonista y algunas anécdotas de la distribución norteamericana del filme. Que también me llevarán mi rato, pero bueno.
Veamos pues. Flor, la esposa del Doctor Alameda, fue, en otra vida, la novia de un tal Popeca, un azteca sacrificado y momificado con la maldición de cuidar dos amuletos dentro de una piramide: un brazalete y una placa. Si alguien las roba la momia resucita y las recupera. Mediante hipnosis se enteran de ello y entran en la tumba, etc... (ésto seria la primera película). Otro psiquiatra chungo, el doctor Krupp, se dedica con nocturnidad y alevosía al mal enmascarado como El Murciélago Diabólico. Como necesita dinero para un experimento y sabe de la historia, roba las joyas y secuestra a la familia protagonista para que descifren unos jeroglíficos. La aparición de la momia azteca destrozará su maquiavélico plan. (esto sería la segunda película). A partir de aquí resulta que el villano no murió, secuestra (de nuevo) a Flor y la hipnotiza para que le diga, gracias al eterno vínculo que los une, dónde está ahora la momia y sus amuletos (porque el lugar donde reposaba antes ya no sirve) y construye un robot con el que poder enfrentarse al monstruo y robar los tesoros. El dinero que consiga servirá para financiar la construcción de un ejército de robots (humanos) con los que, textualmente, “someter al mundo a la mayor tiranía jamás imaginada, bwahahahah!”.
Si la imagen y caracterización de la momia tiene su aquel, siendo generosos (la dilación de sus pasos en su primera parición provoca la hilaridad del respetable, y el maquillaje, una máscara tipo saco arrugado), el terrible robot humano es algo que hay que ver. Un armatoste lento y poco operativo, puro plexiglás, teledirigido con un aparatito de esos a distancia tan típicos de jueguete modernos que gustan a toda la familia. Teóricamente fabricado con plomo como caparazón para protegerse de la energía atómica que lo mueve. Bueno, energía y un cerebro humano en su interior. Ellos hablan de cerebro pero los espectadores vemos la cabeza del mexicano que va dentro. Como decoración unas cuantas bombillas que se encienden aleatoriamente como un arbol de navidad (y que hacen ping, claro) y una antenita flexible con otra bombilla. La antena a veces se dobla al tocar el techo si éste es bajo. Detalle pajero que me hizo reir en un par de ocasiones. Ver al robot en su lento caminar por el cementerio en el que se oculta la momia azteca y el posterior enfrentamiento entre ambos seres son de esas imágenes que quedarán por siempre grabadas en mi memoria. Y no por su calidad precisamente, pero sí por esa rara belleza del cine que de tan malo (o inocente, o barato) es maravilloso (y merece el tipo de ciclos y reivindicaciones comentados al principio).
Tan delirante como los dos monstruos del filme es el pérfido villano de la función. El doctor Krupp alias Murciélago Diabólico. El por qué mantiene un alterego cuando todo el mundo sabe quién es resulta toda una incógnita. Una especie de Orson Welles con perilla. Un malo gritón, un emocionado de la vida con sus planes de dominación, que lo exclama todo a los cuatros vientos, revelando sus planes antes de tiempo, entre carcajadas de maldad. Un villano de opereta. Como el Manga Khan de la JLA que comentaba ayer mismo. Le acompañan un grupo de gánsters de entre los que destaca Tierno, un tipo con el rostro desfigurado por culpa de la momia y que va todo el rato levantando el cuello de la gabardina para que no se le vean las quemaduras. Pero lo hace tanto y tan forzado que es pero que muy hilarante.
La película, al ser de finales de los 50 (y ser, por tanto, prehammer, detalle más importante de lo que parece), remite claramente a los seriales de un par de décadas antes, precisamente por la estructura en entregas continuadas, precariedad presupuestaria, y la actitud pulp con esos villanos tan... tan... tan... villanos. También remite, mucho, a los clásicos de la Universal: a la momia la espantan con una cruz (lo cual no deja de ser un contrasentido, o una ironía casual sobre el genocidio de infieles centroamericanos); a Frankenstein, con ese Robot tumbado en la tabla y los mecanismos y chispitas que lo rodean en su creación; a La Momia, evidentemente, con esa historia de lejanas reencarnaciones; y hasta a Dracula, con la llamada hipnótica del Dr. Krupp a una durmiente Flor (que nos dará otro de los momentos de la película: la hipnotizada cogerá una rebeca y se la pondrá para salir al exterior, no vaya a ser que haga frío... o enseñe demasiado).
Los enmascarados procedentes de la lucha libre se han convertido en el símbolo del cine chatarra mexicano. A menudo no dejan ver el bosque. Hay películas sin ellos. Y hubo películas antes que ellos. Y hubo un momento en que empezarón a aparecer en la pantalla sin que todo girara a su alrededor. La primera película de Santo, El Enmascarado de plata (y, por tanto, la primera propiamente del género) fue Contra los hombres infernales, en 1958. Pero no salió de la nada y se puede hablar de varias películas fundacionales, dos de ellas de 1957. Una fue Ladrón de Cadáveres; los cadáveres eran de luchadores y el héroe protagonista uno de ellos (Wolf Ruvinskis, futuro Neutrón), pero ya le dedicaré una próxima reseña en este Blog Ausente. El otro precedente inmediato es la segunda entrega de la saga que nos ocupa: La maldición de la Momia Azteca. En ella al Dr. Alameda le acompañará El Ángel, un luchador enmascarado. También aparece en la tercera entrega, la que vi ayer, pero sin cubrir su rostro. De hecho, con traje, corbata, gigantescas gafas de pasta y revolver en mano. Como curiosidad, la presencia, indistinguible y a saber en qué papel, o quizás en los retales de las dos anteriores del largo flashback, de un tal Alejandro Cruz, que con los años se convertiría nada menos que en Blue Demon. Así, la trilogía, puro bolsilibro, de Miguel Portillo no sólo creaba un monstruo relativamente localista y enrraizado en la historia mexicana (relativo porque sin La Momia de Karloff nada habría), sino abría camino a los héroes de la lucha libre.
Y aunque los luchadores enmascarados se convirtieron en las estrellas de la sicotronía charra, la momia azteca no sucumbió ante ellos. Sin ser exactamente la misma se convirtió en uno de los monstruos habituales. Primero en la recordada Las luchadoras contra la momia (feminas wrestlers, nada menos) y luego en diversas apariciones contra el Enmascarado de Plata hasta llegar al conjunto grupal (en momias y luchadores) de Las momias de Guanajuato y sus secuelas. El pobre robot, en cambio, no tuvo tanta suerte, y eso que su diseño de bombillas que hacen ping, tronco-caja-zapatos y cilindro-patas no lo hacían complejo en demasía. Tampoco demasiado amenazador, a qué engañarnos. Así de golpe se me ocurre el robot de la delirante La nave de los monstruos (otra que caerá por aquí cualquier día de estos) y al parecer en la comedia Caperucita Y Pulgarcito Contra los Monstruos salía otro la mar de parecido al robot humano de la joya a la que dedico las líneas de hoy.
Y para terminar este post dedicado a la trilogía de la mom¡a azteca, algunos detalles sobre su distribución norteamericana. Debo reconocer que la peli de ayer la tenía en dvd, pero en una versión doblada al inglés (y que compré muy barata, por cierto). Por eso no me había detenido a mirarla. Los derechos de la primera los adquirió Jerry Warren, uno de esos maestros del corta y pega y de la exploitation, quien, tijera en mano, aprovechó para sacarse de la manga un retal llamado Attack of the Mayan Mummy. Muy sutil lo de pasar de azteca a maya. No sólo eso, al parecer hizo lo mismo con una película del cómico Tin-Tan, La casa del terror, en la que también salía un Lon Chaney Jr en horas muy bajas haciendo de momia (la de siempre, la egipcia, uno de los papeles de su vida). Pues bien, el tipo, Jim Warren, extirpó la presencia de Tin Tan, añadió metraje por él rodado y, para no quedar corto, algunas escenas de La momia azteca. Y no sería la última vez. Un delito similar se repitió en la ignota bat-exploitation The Wild Wild World of Batwoman (1966). La rentabilidad y el bajo coste por encima de todo.
Mejor les fue a las dos entregas posteriores de la momia azteca (y a su enfrentamiento con Las luchadoras también) al caer en manos de K. Gordon Murray. Se limitó a doblarlas al inglés y a distribuirlas en un programa doble de esos que tanto se llevaban en los 60. En Hypnoscope, nada menos, y eso que las pelis son cuadradas de origen. Eso facilitó posteriores y numerosos pases televisivos de madrugada y la existencia de diversas copias en dvd (siempre sin versión original en español, por desgracia). De ahí la relativa fama de la trilogía en los EEUU. Sobre el devenir de la saga de Popoca, Flor y compañía, (y buena parte de las fotos que acompañan este texto) me han venido de perla dos enlaces. Por un lado la web dedicada a este último productor y distribuidor citado, concretamente el apartado dedicado a reseñar el filme que enfrenta a la momia azteca contra el robot humano que disfruté ayer; aunque si navegan por la página encontrarán el resto de producciones mexicanas importadas por K. Gordon Murray. Por otro lado, este estupendo texto que analiza toda la saga.
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1 comentario:
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