29.11.05

DRACULA JIPI

"Llamo a Andras, el gran Marqués del Infierno, provocador de discordia, y a Ronwe, demonio del conocimiento perdido, y a Behemoth, el diablo de los placeres de lo oculto. llamo a Asmodeo, el destructor, y a Astaroth, amigo de los grandes señores del infierno. Llamo a los diversos nombres del Señor del Infierno, Belcebú y Lucifer. ¡Exijo audiencia con su Satánica Majestad! Demonios inferiores, ¡Apóyenme! Vengan Mammon, Urobach, Leviathan, Belfegor, Señores Belberith y Verinne. ¡Escúchenme! Rosier, Gressil, Sonneillón y Oeillet. Hice un pacto de sangre con ustedes, el bautismo de los muertos vivos. ¡Vengan a mí Carreau, Carnivean y el Conde Drácula!"





Sobre Dracula A.D. 1972, aquí estrenada un año más tarde como Drácula 73, he podido leer estos días, repasando mis archivos, calificativos como "nefasta", "decadente" y "reaccionaria". Ni un sólo comentario positivo; incluso, leyendo sobre su secuela Los Ritos Satánicos de Drácula, cosas como "consigue lo que parecía imposible: ser peor que su predecesora". Y saben una cosa, yo a todo eso DIGO QUE NO.

Ojo, que no estoy diciendo que sea una obra maestra, válgame Dios, pero en la revisión me pareció muy entretenida y digna. Luego, los detalles que la hacen encantadora (toda su parafernalia jipi) no sirven para justificar si algo es bueno o malo, creo. Se puede decir que podía haber sido mucho mejor (pues claro, eso se puede decir siempre), que quizás desaprovecha un buen punto de partida (traer al Drácula de la Hammer a nuestros días... bueno, a nuestros días de hace treinta años) y que es un tanto rutinaria, hecha casi como de memoria. Pero aún así tiene momentos bastante intensos: el inicio, el rito de resurrección (cuyos satánicos versos les he transcrito al inicio), el enfrentamiento final entre Peter Cushing y Christopher Lee. Además, es muy estricta y canónica en términos de vampirismo cinematográfico clásico aún esbozando una cierta posmodernidad.

La idea clave del filme ya la he comentado: ante el agotamiento del personaje tras tantas (y tan apreciables) secuelas, alguien tuvo la idea de llevar al Drácula de la Hammer a la actualidad. El goticismo decimonónico que Terence Fisher y, en menor medida, Freddie Francis, quizás pudiera parecer más de lo mismo. Quizá sonara a ya visto para una juventud lanzada a la fiesta multicolor del flower power. Así que resucitamos al vampiro en plena decadencia psicodélica del swingin' London, le relacionamos con un grupo de jóvenes modernos que coquetean con el satanismo y le enfrentamos a los descendientes de Van Helsing. Eso es lo que debieron pensar los capitostes de la mítica productora británica. Vayamos por partes.





Drácula 73 tiene un prólogo excelente. Una pelea sobre un caruaje entre el Conde y el Val Helsing original. La muerte del vampiro tiene su gracia, que alguien guarde las cenizas para resucitarlo cien años más tarde también. El plano en el que la cámara mira hacia el cielo y vemos volar un avión es un buen salto adelante en el tiempo. Ya estamos en 1972. Y la banda sonora funkosa (que es simpática pero que también chirría en un filme de la Hammer) está ahí para demostrarlo, y las panorámicas en ojo de pez también.

Como he dicho, uno de los encantos de la película es su tremebundo look setentero. Ya de entrada nos plantamos en medio de una fiesta de la clase alta aristocrática invadida por un grupo de jipis mientras un grupo toca en directo, los Stoneground, y dos canciones nada menos. Hay mucho de ridículo en esa escena que recrea el típico contraste british entre una sociedad clasista y una juventud dispuesta a saltarse barreras. Y luego están los peinados afro, los trajes de colorines, los bailes sicalípticos. Hay algo de actitud prepunk en ese contraste. De hecho, el malo de la función, el heredero de las cenizas del vampiro, con su gorro cordobés y su camisa de ribetes floreados tiene mucho de estética glam, en aquellos momentos a punto de explotar. Será este personaje, Johnny Alucard, el que proponga el rito satánico de resurrección. Al fin y al cabo es descendiente de la familia que conserva las cenizas del vampiro.




De todas formas, no se crean que estamos ante un ejemplo de producción Hammer de segunda generación repleta de sexo. No van a ver ni una mísera tetita, pero si generosos escotes y el erotismo intrínseco del vampirismo. La idea de llamar la atención del público joven sobrevuela todo el filme pero genera un curioso autocontrol argumental. En algunos momentos casi parece una producción Disney. Me explico...

Por un lado, lo deja todo mascadito a partir de las largas, pero ágiles, conversaciones entre Van Helsing (un Peter Cushing tan sobrio y metido en su papel como siempre) y el detective de Scotland Yard encargado de investigar el origen de los cadáveres sin sangre y con mordiscos que van apareciendo por Chelsea. En estas conversaciones se explican todas las reglas vampíricas que han ido rigiendo el vampirismo made in Hammer. El seguidor habitual ya las sabe, así que lo lógico es suponer que la productora y sus guionistas esperaban recibir un público nuevo que no sabía nada del tema.

Por otro lado, el llamativo autocontrol sexual. Los jipis protagonistas, excepto Alucard, resultan ser, a la práctica, gente mucho más remilgada de lo aparente. Jessica Van Helsing, por ejemplo, ¡es virgen! ¡Tampoco toma drogas! Como ven, algo del todo inaudito. Por mucho que se reúnan en The Cavern, el florido grupo resulta ser mucho más normalito, recatado, y lo del satanismo les da miedo a las primeras de cambio. Relacionar satanismo y jipiosidad era habitual en la exploitation pop de la época (y a la Familia Manson me remito) pero intuyo que la Hammer pensó que a las salas acudirian muchos tardoadolescentes modernos y no quiso apretar las tuercas. Solo así me explico un grupo de jipis que a ratos están más cerca de Los Cinco que de la generación del LSD y el Amor libre. La película, en ese aspecto, da bandazos, ya que los pinta de una manera al principio y luego los va desdibujando. Y no siempre: el rito de resurrección del vampiro es bastante potente, siendo de lo mejor del filme. Y luego está Caroline Munro, claro.




Antes de dejarles con una breve selección de escenas (comentadas a la tradicional manera ausente) y emplazarles al B-art de los (jugosos) carteles, no quiero dejar de indicar que se percibe que Christopher Lee ya estaba hasta los mismísimos de su papel de Conde Drácula. Supongo que ya saben que el actor reniega del icónico papel que le dio fama. Cualquier pregunta relacionada con el personaje de Bram Stoker finiquita entrevistas, por ejemplo. Yo creo que eso se nota en este filme. Su presencia se reduce al máximo, apenas tiene líneas de diálogo (algo terrible para un actor de raigambre shakespiriana) y se limita a prestar su imponente planta mientras pone caras de vampiro fiero y enseña los dientes. Eso sí, no crean que hay decadencia o autoparodia, de hecho, como dije, la película es muy digna y estricta en las normas vampíricas autoimpuestas por la Hammer. Drácula no sale en ningún momento al exterior y vive recluido en una iglesia desacralizada. No le verán menear el cuerpo por discotecas a la caza de presas noctámbulas. El Conde sigue siendo un ente sobrenatural nada mundano (es decir, nada humano) y esa evolución propia del vampiro ochentero y del posmoderno de los noventa está encarnada, con acierto, en el interesante personaje de Johnny Alucard, auténtico nexo amoral con el devenir futuro del género.




La fiesta jipi del principio: alta sociedas versus peinados afros y juventud desenfrenada




The Cavern, el mítico club, es uno de los escenarios reincidentes del filme. En parte, se trata de acercar la película a la realidad de sus espectadores potenciales.



Las cenizas de Drácula conservadas cien años más tarde. El cuadro del fondo es bonito, a que sí.



El dos caballos pintarrajeado de lila de Jessica Van Helsing



La ceremonia de resurrección a cargo de Johnny Alucard



Este plano me gusta: el punto de vista del espectador masculino va directo al escote de Caroline Munro.



Un cóctel explosivo: sangre mezclada con las cenizas del Conde Drácula



El vampiro se pone ciego tras cien años de sequía. Encima, la primera víctima es una jamona de impresión.



Jessica Van Helsing y su abuelo. El modelo de esta chica moderna pero cabal, como de monjita ye-yé, pega con su personalidad de jipi virgen y casta.


Alucard es, claro, un acróstico de Drácula. ¿Cómo explicarlo de manera visual? Pues mejor que esto, nada.


A los vampiros no les sienta bien la higiene


Cristopher Lee se prepara para el combate definitivo mientras Jessica se siente a gusto vampirizada y nos regala un buen escote.

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