17.9.04

LOS OTROS, ENMASCARADOS (o de cómo Santo conoció a la oveja Dolly)




Si se pasan por aquí a diario, verían que ayer no actualicé el blog. Segundo día que fallo. Tampoco me quejo. Yo ya lo dije el primer día. Entro en fase de mucho trabajo, escaso tiempo libre y encima a doña absenta Se le ha acabado ya la baja maternal. Pero soy hombre de recursos. Y mientras me miro unas pelis para un futuro y extenso post, se me ocurren algunas ideas básicamente similares a la que sigue.

Durante unos años Spaulding (otra vez él, mierda, el porcentaje de textos en que aparece empieza a darme asco) y yo nos dedicamos a acaparar películas de luchadores mexicanos como posesos. Conseguimos, entre ambos, una bonita colección de copias regulares salidas de los avernos de las cadenas charras. Al final, todas esas cintas acabaron formando parte de un ciclo del Brigadoon de Sitges (hasta el año pasado un conjunto de carpas reconvertidas en salas de video gratuitas que forma parte del Festival de Sitges) que funcionó bastante bien. A cambio nos propusieron escribir un textillo para el Diario del Festival. El mío fue el que les pego a continuación y lo he recuperado de las catacumbas de mi disco duro. Es de 1998, lo pongo como fue, con sus fallos y virtudes, y así posteo algo. Y sirve como texto más o menos introductorio a un tema que sin duda aparecerá de vez en cuando en forma de reseñas de películas o en forma de vaya usted a seaber qué análisis pajeros. Ah! Les dejo un enlace con unas pocas biografias de los mentados a continuación.

LOS OTROS ENMASCARADOS (o de cómo Santo conoció a la oveja Dolly)

Al menos por lo que a nuestro país hace, la majestuosa presencia de Santo, el Enmascarado de Plata, ensombreció la existencia de una legión de clones a cuál más psicotrónico. Todos ellos eran la fotocopia de un héroe, Santo, que ya por de por sí absorbía cualquier referente extranjero que pudiera ser explotado: cine de terror, agentes secretos, encanto pop, dobles versiones con desnudos y hasta karatekas en sus últimas películas. Aunque, cuando se trata de contemplar delirios de serie Z, ¿para qué acudir al original si puedes disfrutar de la copia aún más barata?

Neutrón, Blue Demon, el Mil Máscaras, Superzán, Tinieblas, sin olvidar versiones femeninas del calibre de Las Luchadoras o La Mujer Murciélago, vivían en un país, Méjico, que aunaba pasión por la lucha libre, un público inocente y una industria cinematográfica modesta pero sugerente, repleta de directores capaces de rodar cualquier cosa (Chano Ureta, René Cardona, Rogelio Agrasánchez, Alfredo B. Crevenna o Federico Curiel). También había algo de pueril rivalidad fronteriza. La mejor defensa contra el Capitán América o Batman (allí conocido como Bruno Díaz) era contar con una nutrida galería de héroes propios y mejor si eran de carne y hueso, reales, que vivían unidos a su máscara como si tal cosa.

Blue Demon fue el más digno sucesor de Santo, con quien hizo tándem en numerosas películas, quizá las mejores. De hecho, en la delirante “Blue Demon contra el poder satánico” Santo realizaba un breve cameo para darle una muy torera alternativa (que no fue la única en la carrera del plateado: años más tarde se la dio a su hijo). El entrañable Blue Demon fue el único enmascarado mejicano capaz de mantener el mismo porte elegante que su compañero, aunque a veces jugara un rol secundario y casi siempre fuera el amigo al que había que rescatar, como en la indispensable “Santo y Blue Demon contra los monstruos”. Protagonizó más de 25 títulos y con los años también le crecieron los michelines, le pusieron un ayudante tonto y se vio envuelto en producciones tan delirantes como “La invasión de los Muertos”, junto a un tal Zovek (una mezcla de budista, Houdini de baratillo y nativo adicto al peyote) con el que no llegaba a encontrarse jamás (porque murió antes de finalizar el rodaje, siendo Blue Demon el recambio de urgencia) y en la que, sencillamente, no se enteraba de nada.

El Mil Máscaras es otra figura básica del género. Era el tercero en discordia y sin duda el más excéntrico. Su nombre provenía de su afición a cambiarse de máscara con bastante frecuencia, luciendo diseños de lo más psicodélicos, además de una chaqueta de lentejuelas propia de un Elvis en plena fase decadente. Su nombre aparece por lo menos en dos títulos clásicos: “Las momias de Guanajuato”, junto a Santo y Blue Demon, y “Las Vampiras”, toda una joya trash con un John Carradine encarnando a un Conde Drácula tan octogenario como patético rodeado de vampiras danzarinas.

Exceptuando a Neutrón, el resto de los luchadores enmascarados carecían del carisma de los anteriores. En numerosas ocasiones suplían su más bien mediocre presencia y popularidad con películas que reunían a un buen puñado de ellos. Un buen ejemplo es “El Castillo de las momias de Guanajuato”, un delirio que define claramente la decadencia del género, con tres armarios integrales (Tinieblas, Superzán y Blue Angel), un presupuesto aún más paupérrimo si cabe y un hilarante número de cabaret a cargo de la neumática Zulma Faiad.

En el apartado de las chicas, además de la siempre grata presencia de Lorena Velázquez en numerosos títulos, mención especial merece “La Mujer Murciélago”, toda una delicia a recuperar, protagonizada por Maura Monti e indispensable para quienes disfruten con el Batman más pop, el de Adam West, o con las escenas submarinas de “Operación Trueno”

Todas las películas protagonizadas por los esforzados y modestos profesionales de la lucha libre mejicana seguían esquemas parecidos y exhibían un nulo sentido del ridículo. Argumentos gozosamente absurdos; escenas de ring en los primeros minutos; algún número musical o escena situada en un guateque o discoteca; contaban con el pérfido mad doctor de turno, amigo de alucinados planes de conquista; a sus órdenes, un variopinto ejército de secuaces que se nutría de enanos, zombies, vampiras, mujeres fatales, monstruos clásicos, infelices hipnotizados, mafiosos y delincuentes de poca monta. Tras un buen puñado de encontronazos sin sentido, el héroe acudía al rescate, culminando en un (anti)clímax final, en el interior de un laboratorio o castillo que siempre acababa pasto de las llamas.

Desgraciadamente, el género de los luchadores enmascarados mejicanos murió a principios de los Ochenta, junto a los cines de barrio y buena parte de los mejores títulos de lo que ahora conocemos como trash, cine psicotrónico, serie Z o encantadora subcultura de consumo.

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