El problema de esta esplendorosa producción de artes marciales ya lo querrían muchas películas: sus primeros quince minutos, ambientados en la I Guerra Mundial, son tan impresionantes que luego le resulta imposible superarlos. Pero a lo que iba, menudo inicio, puso a todo el Auditori berreando ante el espectáculo. La peli merece verse, por supuesto, pero la trama colonial en la Shangai de los años veinte es glamurosa como pocas pero a ratos lastra la fiesta. Pero cuando se pone a repartir hostias de diversión resulta inigualable.
Chen Zhen es un héroe chino que llega al cine por tercera vez. La primera fue con Bruce Lee en la mítica Furia Oriental (Fist of Fury, 1972), luego fue Jet Li en Fist of Legend (1994, aquí estrenada con el horroroso título de Jet Li es el mejor luchador, cambiando héroe por actor). Ahora le toca el turno a Donnie Yen (Ip Man) con Andrew Lau (Infernal Affairs) tras las cámaras.
Al margen hay que apunta muchas reflexiones políticas y sociológicas. La primera es que tanta patada tan bien puesta no debe eclipsar la furia nacionalista que desprende el filme, que desde luego va a poner contentos a los japoneses. Otra, muy interesante, es ver como la nueva China recupera héroes populares que tenía marginados. La vieja China comunista no quería a los Chen Zhen o Ip Man ni en pintura ya que podían ensombrecer la imagen de Mao, así que la China capitalista de Hong Kong los hizo suyos. Ahora, el oscuro híbrido que es la China actual los recupera para enaltecer un nacionalismo furibundo y un héroe del pOp chino como Chen Zhen pasa a tocar la Internacional al piano. Mediten al respecto.
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