Qué duda cabe que uno de los grandes aciertos de George A. Romero en La Noche de los muertos vivientes fue la introducción del canibalismo como elemento del zombi moderno, quizá el más importante en cuanto a enriquecedora modificación del concepto de zombi que se tenía hasta la fecha, tan exótico como gótico... pero también social (por ser grupo y por ser esclavo). Tampoco hay que olvidar que el espectro (o incluso el muerto) que se alimenta de cadáveres es un monstruo icónico de leyendas y cuentos de horror desde los albores de la humanidad, de la misma forma que lo es el canibalismo. Porque esta es otra, claro: que antes que el muerto que se comía al muerto estaba el vivo que se comía al vivo. Y así, por citar, los jesuítas que se fueron a Brasil a mediados del siglo XVI reportaron casos de canibalismo en alguna tribu aborigen de la misma forma que se puede rastrear la leyenda de Sawney Bean, el endógamo caníbal que vivía en una cueva y se zampaba transeuntes, originada en Escocia de un siglo antes, hay quien dice que por ingleses con ganas de crear una mala imagen de los habitantes del frío norte, en clara muestra de que el Agit Prop no se inventó ayer. Y no olviden a la bruja de Hansel y Gretel.
Les digo esto porque hacía tiempo que tenía en mente ordenar estas cuatro ideas dispersas sobre el tema caníbal a cuenta de Sweeney Todd, el musical de Stephen Sondheim resucitado (de manera bastante aceptable) por Tim Burton. Lo mejor de todo es, pero, esa idea tan bellamente bizarra de hacer un musical con tales mimbres, todo un homenaje de Broadway (a menudo tan apolilado) al teatro de sangre y al grand guignol parisino. La historia del barbero asesino y la posadera que convierte en pastelitos los cadáveres ya tuvo una versión fílmica (ajena a toda opereta cantada) en 1936. La leyenda de del barbero diabólico nace a mediados del siglo XIX en The People's Periodical, un periódico amarillista, y por tanto siniestramente pOp (como bien demuestra el título de la publicación), que relataba los hechos como si fueran reales y acaecidos en la calle Fleet cincuenta años antes (es decir, en 1808) y que rápidamente se convirtió en un folletín por entregas.
Sweeney Todd, como tal, era pura invención, pero presentaba un tipo de canibalismo muy del gusto popfolk, es decir, lleno de la picaresca de las gentes del pueblo: la del gato por liebre. «Mira, esto que te estás zampando no cerdo: no ves ese trozo de uña». El cine de derribo también lo ha utilizado en ocasiones, en pelis como Bloodthirsty Butchers (1970) o Motel Hell (a la que se guiña en Planet Terror), porque el bajo presupuesto si algo es es caníbal. Me lanzo a decir esto porque el abuelito ha encontrado en su desván (un desván que hace palidecer los archivos de la Mansión Ausente) una muestra popular madrileña (sin fechar, aunque del siglo pasado) que sitúa la historia en el París de 1415. Y eso concuerda con el medieval Espill o Llibre de les dones de Jaume Roig (escrito en 1460), una de las primeras muestras escritas en lengua valenciana medieval y cuyo protagonista, el propio escritor, relata al principio anécdotas de su periplo europeo. En Espill no hay barbero pero sí una posadera parisina que sirve a sus clientes pastelitos de carne humana. El cambio a mujer, cierto o no, pero mantenido en el desdoblamiento barbero y pastelera, tiene todo el sentido a una obra toda ella muy misógina. No puedo resistirme a ponerles por aquí el fragmento entero, procedente del final del pirmer libro. Como sé que algunos de ustedes pueden tener problemas con el valenciano medieval, a continuación lo traduciré muy libremente, saltándome trozos que me compliquen la vida y cosas así. Pero tengan en cuenta que en el original todo rima.
Mes, aquell any,
un cas strany,
en lo mon nou,
jorn de Ninou
s’i esdevench:
yo tingui·l rench,
ffiu convidar
tots a sopar
qui junt haviem.
Alli teniem
de tots potatges,
de carns salvatges,
volateria,
pastiçeria
molt preçiosa,
la pus famosa
de tot Paris.
En hun pastis,
capolat, trit,
d’om cap de dit
hi fon trobat.
Ffon molt torbat
qui·l conegue;
reguonegue
que y trobaria:
mes hi havia
un cap d’orella.
Carn de vedella
creyem menjassem
ans que y trobassem
l’ungla y el dit
tros mig partit.
Tots lo miram
he arbitram
carn d’om çert era.
La pastiçera,
ab dos aydans
– ffilles ja grans –,
era fornera
he tavernera.
Dels que y venien,
alli bevien,
alguns mataven,
carn capolaven,
ffeyen pastells,
he dels budells
ffeyen salsiçes
o llonguaniçes
del mon pus fines.
Mare y fadrines,
quants ne tenien
tants ne venien,
he no y bastaven.
Elles mataven
alguns vedells,
ab la carn d’ells
tot ho cobrien,
asaborien
ab fines salses.
Les dones falses,
en hun clot tou
ffondo com pou,
descarnats ossos,
cames e toços,
alli·ls metien,
he ja l’omplien
les fembres braves,
cruels e praves,
infels, malvades,
e çelerades,
abominables.
Cert, los diables
com los mataven,
crech los aydaven,
he lo dimoni.
Ffas testimoni
que·n mengi prou,
may carn ni brou,
perdius, guallines
ni francolines,
de tal sabor,
tendror, dolçor,
may no senti.
Per lo mati,
de totes tres
fferen quartes,
he llur posada
ffon derrocada,
hi la planaren,
sal y sembraren;
he tots los cossos
tallats a trossos,
cent n’i contaren,
hi·ls soterraren
en lloch sagrat.
Traducción ausente, libre y saltarina
Mas aquel año,
un caso extraño,
en el nuevo mundo,
sucedió:
tuvimos el gusto
de ser invitados a cenar
quienes allí estábamos.
Allí tenían potajes de todo,
carnes salvajes, aves,
pastelería preciosa,
la más famosa
de todo París.
En un pastel
un trozo de dedo humano
fue encontrado.
Turbó mucho a quien lo supo;
reconozcamos que había más:
un trozo de oreja.
Carne de ternera
creíamos comer
hasta que encontramos
la uña y un dedo a medio partir.
Todos lo miramos
y decidimos
carne humana
bien cierta era.
La pastelera,
y dos ayudantes,
hijas ya grandes,
era panadera y tabernera.
De los que venían,
allí bebían,
algunos mataban,
carne sacaban,
hacían pasteles,
de las tripas,
hacían salchichas
o longanizas,
del mundo entero
las más ricas y finas.
Madre e hijas,
Cuanto más hacían,
tantos venían,
y no daban abasto.
Ellas mataban
algunas terneras,
y con la carne de ellos
todo lo cubrían,
y daban sabor
con finas salsas.
Las falsas mujeres,
en un agujero hondo como un pozo,
huesos descarnados,
piernas y trozos,
allí metían,
y lo llenaban
esas mujeres
crueles y depravadas,
infieles, malvadas,
abominables.
Cierto, pobres diablos,
como los mataban.
Que dé testimonio
quien todo lo coma,
nunca carne ni caldo,
ni perdices ni gallinas,
de tal sabor,
tierna, dulce,
nunca ha probado.
Por la mañana,
de todas tres,
hicieron cuartos,
y su posada,
fue derribada,
la aplanaron,
pusieron sal y sembraron;
y todos los cuerpos,
cortados a trozos,
más de cien contaron,
fueron enterrados,
en lugar sagrado.
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