Tal y como sucedió el año pasado, el periodista Juan Carlos Paredes tiene el detalle de regalarnos una crónica exclusiva de la siempre recomendable Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, que se celebró del 28 de octubre al 4 de noviembre. Así pues, les dejo con nuestro Enviado Especial, no sin antes agradecérselo publicamente con sonoros aplausos e inauditos saltos de alegría. ¡Gracias, Juan Carlos!
Desde el 28 de octubre hasta el pasado 4 de noviembre, la ciudad de San Sebastián se ha vuelto a paralizar de miedo con su peculiar certamen anual. Bajo los auspicios del gran gurú vasco, José Luis Rebordinos, han acudido al evento una buena cantidad de olvidados militares sedientos de carne y sangre, ofendidos fantasmas, monstruos creados por la dejadez humana, purulentos cadáveres en busca del destino, cabreadísimas ovejas, vacas mutantes y algunos de los más recientes maestros consagrados al horror. Una buena caterva de seres que continúan fieles a nuestro género, puntuales a la cita más desquiciante del panorama festivalero europeo de todos los años.
En San Sebastián el jurado es el enfervorizado público del Teatro Principal. Para ellos, la gran triunfadora ha sido Reinessance (2006), el bonito filme de animación de Christian Volckman. No llegué yo, desafortunadamente, a tiempo de verla. Inauguró Severance (2006), de Christopher Smith, el chavalito de Creep. Tampoco pude estar ese día, pero la aprecié más tarde en sesión especial. Nada, cuenta una historia con un punto de originalidad en los malos (soldados olvidados de alguna guerra europea ávidos de carnaza), pero en el fondo siempre se trata de lo mismo: unos incautos se internan en un bosque y empiezan a morir, qué casualidad, a manos de los resentidos militares. Lo que sí hay que reconocerle a Smith es su buen oficio en el tempo de la acción. La película no aburre, ni ofende. Como la clausura fue The Host, de la que ya habló Mr. Absence en Sitges, no me extenderé por lo tanto en ella. Baste decir que se cuenta entre lo mejorcito de esta edición y que es un auténtico logro ver una película donde el monstruo gira alrededor de la historia y no al revés. También se vió en Sitges Ellos (Ils, 2006), de David Moreau y Xavier Palud, y en San Sebastián se esperaba con entusiasmo (visto que los directores se van a encargar del remake de The Eye). A mí me parece que está torpemente rodada y mal explicada en su primera media hora. Pero que crea tensión y acojona a partir de entonces. Lo malo es que no puedo decirles qué es lo que está mal explicado porque entonces les chafaría el giro final.
En la sesión sorpresa el festival nunca decepciona: Texas Chainsaw Massacre. The Beginning (2006), de Jonathan Liebesman, ofrece justo lo que los diletantes de la entrega original pedían: penetrar en las oscuras entrañas de la creación de ‘Leatherface’ y su simpático idilio con la sierra mecánica. Y les puedo asegurar que en este primordial aspecto cumple con creces. También con la sangre y con veinte o treinta kilos de vísceras. Otra historia puede ser el resto de la función, que a mí francamente no me interesa demasiado. Más atrayente resulta los otros filmes norteamericanos en liza, aunque no mucho más, la verdad. Neighborhood Watch (2005), de Graeme Whifler, es desagradable y para estómagos poco delicados, créanme. Right at your Door (2006), de Chris Gorak, es un eficiente y claustrofóbico ejercicio de estilo que recrea las horas precias a un ataque con bombas químicas en Los Ángeles. Por otro lado, lo más considerado que puede decirse de The Gravedancers (2005), de Mike Mendez (el muchacho de The Convent), es que es un topicazo. Háganse a la idea: a tres amiguetes, el día del entierro de su amigo, les da por empinar el codo y, de paso, bailar en las tumbas de tres psicópatas. Los muertos se cabrean, les persiguen y cuando van a cargárselos aparece una pareja de parapsicólogos que en plan Zelda Rubinstein les explican un intrincado ritual para acabar con la pesadilla. Con su final, termina también la nuestra.
Al rescate llegaron los que de esto saben: los ‘Masters of Horrors’. Este año fueron legión: John Mcnaughton firmó Haeckel’s Tale (2005), recreación del mito frankensteiniano que iba a rodar originalmente Roger Corman, y que dejó en manos del autor de Henry por motivos de salud. Joe Dante presentó, por su parte, Homecoming (2005), en la que unos soldados muertos en la guerra de Iraq (no lo dice pero nos lo imaginamos) vuelven a la vida para ejercer su derecho al voto; y mandar a esparragar a los que les enviaron a la muerte. Don Coscarelli trajo el más flojo de todos: Incident on and off a Mountain Road (2005); y Takashi Miike el más bestia, cómo no: Imprint (2005). Sin embargo, la más sensual y sugerente fue la entrega de Lucky Mckee (2005): Sick Girl, donde vuelve a contar con la protagonista de su eterna May, Angela Bettis.
Después de hablar de estos maestros, casi sonroja mencionar las tres siguientes producciones de otros tantos países. Retitulada en España como El Maligno, y por demás tierras extranjeras como Bad Blood (“mala sangre”, ¡toma ya!), Coisa Ruim (2006), de Tiago Guedes y Frederico Serra es la apuesta portuguesa de la semana. Posesiones, fantasmas inquietos y ambiente rural repleto de supersticiones son sus credenciales. El resultado es olvidable. Como la surrealista Sílení (2006), de Jan Svankmajer, coproducción de los dos países que antaño formaron Checoslovaquia y cuya única propuesta fantástica es que lenguas, ojos, filetes y otros trozos de carne sin identificar se mueven a voluntad, en una animación más chapucera que artesanal, sin saber muy bien qué tienen que ver con la historia del filme. Por otro lado, Austria presentó In 3 tagen bist du tot (2006), de Andreas Prochaska, cuyo título en español viene a ser Morirás en 3 días, un remedo de Sé lo que hiciste el último verano pero cerca del Tirol. Simplona y típica, no aporta nada a lo ya visto en otros ‘slashers’ norteamericanos; mucho más entretenidos estos porque los jóvenes asesinados nos caen bastante peor que estos pobres diablos austriacos.
De muy cerca, Alemania, nos llegó sin embargo la magnífica Rohtenburg (Grimm Love, 2006), de Martin Weisz, respetuosa versión de un hecho real que conmocionó al mundo entero: un hombre consintió que fuera devorado por otro. No tanto una historia de amor como sí un acto de perversión sexual caníbal, asistimos a la función gracias a la investigación de una estudiante que consigue la grabación, filmada por el propio antropófago, de aquella gastronómica noche. Prohibida ya en Alemania y camino de ser vedada a media Europa, la cinta de Weisz es una auténtica explosión de sutileza para tan delicado asunto; y el final, no se lo pierdan, un delicioso hallazgo de humor negro.
Por cierto, Black Sheep (2006), de Jonathan King, la simpática apuesta neozelandesa de este año, es también una cinta de horror sin pretensiones, construida a partir de un perfecto sentido del humor negro. Nadie antes, salvo Cervantes cuando lanzó a su Quijote contra aquel ejército enemigo formado por ovejas, se había percatado del enorme potencial de estos animalitos lanudos, y lo que puede suponer que los cuarenta millones que viven en la patria de Peter Jackson se cabreen. Imaginen que unos desaprensivos experimentan con ellas y que, como resultado, desarrollan una enorme agresividad, aparte de abrirles el apetito… humano. Es decir, que se lían a bocados con todo lo que se mueve a dos patas. Lo dicho, francamente divertida.
Hablando de Cervantes, va siendo hora de abordar la única entrega española del festival. Los abandonados (2006), es la esperadísima película de Nacho Cerdá, de quien se esperaba más. Sus cortos, Aftermath y Génesis invitaban de hecho a suponer que su tardío paso al largo fuera más conseguido. La idea es espléndida: una señora de mediana edad viaja a Rusia tras conocer la muerte de su madre. Allí acontece un inesperado reencuentro familiar, punto de partida este de un guión excesivamente enmarañado y poco accesible para el espectador. Perfecta de luz y de sombras, técnicamente soberbia, uno tiene la sensación sin embargo de haber asistido a un producto interesante pero fallido.
En cambio, End of the Line (2006), el filme canadiense en liza, de Maurice Devereaux, es un producto también fallido pero más inteligible. Una secta o unos cruzados (pirados, en definitiva) se lanzan a una desinfectante misión: como el fin del mundo se avecina, se impone salvar todas las almas posibles antes de que el diablo, Satán, o quien sea, las reclame para rendir cuentas. Lo ineludible es que, para que el alma sea salvada, los señores que las alberga deben morir, por lo que, incomprensiblemente, hay quien no ve con buenos ojos sus pías acciones. Lo que comienza con una bajada al tenebroso metro canadiense, con sus demonios aterrorizando el subconsciente colectivo, termina como una matanza de infieles a la fuerza.
En el apartado de los cortometrajes, aparte del habitual y estimulante ejercicio de Bill Plympton (Guide Dog, 2005), hemos podido apreciar dos espléndidas muestras de cine conciso y conceptual. Por un lado, la triunfadora Still Life (2005), de Jon Knautz, es una profunda reflexión sobre la violencia, en la que los habitantes de un pequeño pueblo habitado por maniquíes se ven perturbados por la llegada de un individuo con los nervios a flor de piel. Y por otro, el precioso corto español Perpetuum Mobile (2006), de Enrique García y Raquel Ajofrín, los cuales nos explican en bellas imágenes animadas cómo un chaval llamado Leonardo Da Vinci descubre que “el movimiento es la esencia de la vida”.
Como siempre, en copias nuevas y calentitas, el festival nos ha ofrecido tres clásicos recuperados de ensueño: Time Machine (1960) de George Pal; X: The Man with the X-Ray Eyes (1963) de Roger Corman, y la magnífica, y cada vez más real y menos ciencia ficción, Soylent Green (1973) del recientemente fallecido Richard Fleischer. Así como una completa retrospectiva del maestro David Cronemberg, donde no ha faltado nada de su producción, desde la iniciática Stereo (1969) hasta su última obra maestra: A History of Violence (2005). Un homenaje no sólo merecido sino ya absolutamente necesario.
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1 comentario:
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