14.12.04
EL GRAN CROSOVER
Continuo, veloz pese a la precariedad de tiempo, con los festejos del Cincuenta aniversario del gran Godzilla. Le toca el turno a la tercera producción del saurio radioactivo, ni más ni menos que esa obra maestra del pajerismo sin complejos que es Kingukongu tai Gojira, más conocida como King Kong contra Godzilla (1962). Vaya por delante que se trata de un título a menudo maltratado por los aficionados, cosa a la que yo digo un alto, claro y rotundo ¡NO!. Es cierto que las hay de mejores y de más calidad, pero ésta es tan sumamente divertida y delirante que es imposible despreciarla alegremente.
Si el primer enfrentamiento del Big G contra otro monstruo fue con el, en comparación, anodino Anguirus, el siguiente combate le enfrenta contra el otro gigante mítico de la historia del cine: Kin Kong. No hace falta decir mucho más al respecto. La peli de 1933 es una obra maestra del cine fantástico en general y de los efectos stop motion en particular. Un título mítico que tuvo secuela el mismo año con El hijo de King Kong. Y punto hasta la fecha de este crossover gigantesco (por razones varias y más que evidentes). Al parecer, los responsables del clásico del ’33 llevaban años moviendo un proyecto que enfrentaría al gorila con una especie de Frankenstein gigante. AL final la cosa acabó en manos de la Toho, liderando una coproducción con EEUU y decidiendo que el rival sería Godzilla. Y eso que no tenían muy claro la capacidad de convocatoria del ahora bicho insignia. Es evidente que se equivocaron. La peli fue un éxito de la hostia, la más taquillera de la historia del género y a partir de entonces la productora nipona se percató de la importancia del icono atómico que tenía entre manos.
Pero mejor ir al grano. King Kong contra Godzilla significa el retorno tras las cámaras del maestro Honda, tras el paréntesis de Godzilla Contraataca. Honda vuelve por la puerta grande, en cinemascope, a todo color (y nunca mejor dicho: el preciosismo a colores del realizador da sus primeras y bonitas muestras). Los aficionados fundamentalistas recriminan el giro hacia el humor y el espectáculo. Claro, las dos primeras iban en serio y pretendían acongojar al espectador. Pero seamos coherentes. Quién coño puede tomarse en serio una película cuyo leit motiv es ver un gorila gigante dándose de hostias contra un dinosaurio radioactivo. Desde ese punto de vista, Honda hace lo que debe: pensar en nuestro disfrute, por mucho que una línea directa enlace esta entrega con algunas muy posteriores de los 70 como la aquí titulada Gorgo y Superman se citan en Tokio, de mítico recuerdo para el aficionado. Volveré sobre ello más adelante.
La cosa es pajera a más no poder. Ya empieza con una cita filosófica sin que se nombre el origen (algún griego de esos): “Horacio, en el mundo hay más cosas, cosas que ni la filosofía conoce”. Vamos, carta blanca. Tenemos, por un lado, una expedición al Ártico, donde se está produciendo un deshielo de la hostia y un desprendimiento considerable de icebergs. Sorprende que se envíe un submarino a investigar: no tarda en pegarse una leche contra un trozo de hielo submarino y explotar. No sabemos si tiene relación, pero Godzilla descansa en uno de los bloques y despierta. Recordemos que en la película anterior lo dejaron congelado y sepultado por un alud de fabricación casera. Obviamente lo primero que hace el Gran G es ir directo y a toda leche hacia Tokio, como en él es (sana) costumbre. Estamos en el primer cuarto de hora de película y ya tenemos a nuestro ídolo destrozando tanques de juguete.
Por el otro lado tenemos una expedición farmacéutica que va hacia la isla de Faro. Al parecer en el lugar hay unas bayas rojas y redondas de gran poder somnífero. Los farmacéuticos pretenden hacer zumos sedantes con ellas, y ya están advertidos de que según la leyenda habita en la isla un gran Dios que gusta de devorar esas bayas. Ni qué decir tiene que el gran Dios es, claro, King Kong. Pero antes asistiremos a la típica fiesta nativa alrededor de la alta empalizada de bambú, con sus tambores, sus bailes sicalípticos, su colorido multicolor (penachos azules, rojos, verdes, amarillos). Puro desmelene tribal que ríase usted del Carliños Braun ese. Los expedicionarios ofrecen los típicos regalos que despiertan expectación entre la primitiva tribu (el más sorprendente: ¡cigarrillos para los niños!) y preparan bidones de zumo de bayas. La dulce fragancia atrae a un pulpo gigante, de nombre Oodako, por cierto, que siembra el caos entre los nativos. Y entonces aparece el esperado King Kong (ha tardado 30 minutos en dar señales de vida) que se lía a pedradas con el cefalópodo. Lógicamente sale victorioso y lo primero que hace es meterse unos cuantos lingotazos de zumo de bayas (“Qué bestia” exclama uno de los secundarios) para acto seguido tumbarse a la bartola motivando de nuevo el frenesí rítmico nativo. Por cierto, al Rey Kong le acompañan tormentosos rayos y truenos. Tendrá su explicación posterior.
Vale. Ya tenemos a Godzilla por un lado y a King Kong por el otro. Vaya por delante que el aspecto del gorila es, ciertamente, deplorable. Culón, gordo, paticorto, bracilargo, canta el (horroroso) disfraz que da gusto ¿Y qué queda en medio? Pues los pobres humanos, que en esta ocasión tocan poco los cojones al espectador ávido de emociones. Tenemos una pareja de novios que las pasarán canutas. También está el Presidente de la empresa farmacéutica, un tipo escuálido y generoso en humor imbécil. Su plan es ridículo: quiere llevar a King Kong a Japón para utilizarlo como promoción y publicidad. Ya me dirán ustedes, pobres japoneses, como si las giras turísticas de Godzilla por el archipiélago no fueran suficiente. Como publicidad me temo que está más condenada al fracaso que una campaña de telefonía protagonizada por enanos.
No son los únicos humanos de la peli. Los que quedan por citar son un must procedente directamente del montaje norteamericano del filme, que es el que aquí se vio y que descansa en las estanterías de la Mansión Ausente. Ni más ni menos que los presentadores de un programa de televisión, un noticiario bastante paupérrimo que va explicando numerosos detalles al espectador, señalando en un plano los avances monstruiles (como si fueran el Hombre del tiempo). Cuentan con la inestimable colaboración del Dr. Johnson, todo un descubrimiento cinéfago que merece la pena tratar con detenimiento. Una figura a reivindicar desde el punto de vista de la teoría científica pajera: utiliza un libro infantil de dinosaurios para explicar que Godzilla es una mezcla de tiranosaurio y brontosaurio; lo compara con los salmones, que remontan los ríos donde nacieron, por eso siempre regresa a Japón; considera “científicamente muy interesante que King Kong y Godzilla hayan aparecido al mismo tiempo”, compara sus cerebros, mínimo el del reptil (“es pura fuerza bruta”) y de humano el del gorila (“piensa”); vaticina que Kong irá a por Godzilla pues son como el perro y el gato, “el enfrentamiento es inevitable”; explica que las bayas de la isla de Fado provocan el gigantismo, de ahí el tamaño del gorila y el pulpo (lo cual, atención, crea terribles dudas en el espectador, ya que van a ser distribuidas comercialmente); y finalmente, en otra de sus apariciones, revela que así como a Godzila le repele la electricidad, a King Kong le encanta, le incrementa la fuerza.
Como ven, el montaje americano es una delicia para el sibarita coolzetoso. Los que han visto la versión japonesa dicen que es mucho más seria. ¡No me extraña! Pero hay que decir que estas apariciones televisivas, explicando la acción, dando detalle y comiendose lo que en Japón debe ser el drama de la pareja de enamorados y su familía, imprimen un ritmo endiablado a la película, que no tiene desperdicio. Además, enlazan las acciones que da gusto. Si la chica japonesa dice “Me voy a Yokairo” inmediatamente después vemos al presentador occidental exclamar “no vayan a Yokairo, repito, no vayan a Yokairo; Godzilla va hacia allí”. Si el Dr. Johnson explica la relación entre King Kong y la electricidad, inmediatamente vemos al gorila pegarle unos muerdos a unos cables de alta tensión. Maravilloso. Inmediatez fílmica que aligeran cualquier proceso mental del espectador.
Mientras Godzilla está de gira japonesa, a King Kong lo llevan en balsa hacia la zona. Cuando despierta se escapa, claro. Su primer encuentro con el gran dinosaurio es decepcionante. Se ponen los dos muy chulitos, sacando pecho, como si fuera un duelo de raperos, pero a la que recibe un par de descargas de fuego radioactivo, el gorila se rasca la cabeza y da media vuelta. Huye como una maricona. Efectuará a partir de ese momento lo que podríamos llamar gira paralela, que incluye el secuestro de la chica japonesa y la ascensión de un pintoresco edificio neoclásico con ella. El homenaje al filme clásico es obvio. Es entonces cuando uno de los expedicionarios farmacéuticos tiene un par de brillantes ideas. La primera es dormir al Rey Kong. ¿Ustedes se preguntarán cómo? Muy fácil. A base de tam-tams, como hacían los nativos. Así que con un par de timbales y unos pocos altavoces (y, se supone, los coros pregrabados de la tribu, porque escucharse, se escuchan) primer objetivo conseguido. Segunda idea brillante: hay que enfrentar de nuevo a los titanes, “con un poco de suerte se matarán entre ellos”. ¿Ustedes se preguntarán cómo trasladar al primate? Muy facil, con unos enormes globos amarillos, que lo elevan (en una muy mala postura, por cierto, con media pata colgando) y transportan.
Así pues, tenemos el combate montado, a los pies del monte Fuji. Un combate al que remitirán en la siguiente década los clásicos de Jun Fukuda, como dije al principio. Un combate más propio de una película de enmascarados mexicanos que de dos bestias enfrentadas. Movimientos pugilísticos, algún croché que otro, comportamientos chulescos, lanzamiento de Godzilla (ya saben, el rival le agarra la cola, le voltea en el aire y lo suelta), utilización de árboles como arma. Hay que destacar que el (horroroso) disfraz de King Kong se modifica para el evento. Si antes los brazos eran más largos que los del tipo que iba dentro (otorgando un hábil toque simiesco a sus movimientos), ahora se acortan para facilitar los movimientos de lucha. El por qué huyo antes King Kong y por qué ahora no queda a juicio del espectador.
Existe una leyenda sobre el final de la película. Siempre se dijo que había dos finales alternativos. En el metraje norteamericano ganaba King Kong y en el japonés era Godzilla quien salía victorioso. Aquellos que han tenido la fortuna de visionar el metraje japonés lo desmienten con rotundidad. El final es idéntico. Kong las pasa canutas hasta que un rayo le cae encima y la electricidad le da el empuje necesario para machacar al rival. Ambos caen al mar pero sólo Kong reaparece y se larga para su isla. De Godzilla nada sabremos ya hasta la siguiente entrega, la maravillosa Godzilla contra los monstruos, que espero poder visionar la semana que viene. El King Kong made in Japan también regresará en otro título fantástico, King Kong se Escapa.
Les dejo con un par de reseñas, una muy divertida de Stomptokio y otra bien surtida de fotos procedente de la pajera web del señor Kenforce. Que ustedes las disfruten. Yo me quedo meditando en la pésima calidad de mi copia en vhs de segunda generación. Al parecer hubo una bonita edición en zona 1, con su widescreen y sus subtítulos castellanos. Actualmente está descatalogada y es pasto de usureros inmisericordes para con el pajero de pro. A ver si el remake de Peter Jackson sirve para algo.
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