Desde hace meses, muchos meses, tenía la intención de dedicar un post conjunto en el que reunir y comentar todos los tebeos de Warren Ellis que iba leyendo. El problema es que últimamente el tiempo es uno de mis valores más escasos y la intención era un pez que se mordía la cola. Siempre había un tebeo más y menos tiempo; además, por el camino se quedaba el impulso de la escritura inmedita tras la lectura, que es una de las cosas que me guía. Se acumulaban las lecturas en una de las muchas pilas que decoran mi despacho y se perdía el apunte de algunas ideas porque mi memoria empieza a ser frágil, los años no perdonan
Y así estaba yo, creando una bola de imposible solución, cuando una soleada mañana de verano me puse a leer en la terraza El Capitán Swing y los piratas eléctricos de Isla Cenicienta, cómic del sello Avatar publicado aquí por Editores de Tebeos. Me lo pasé tan bien y disfruté tanto que envié a tomar Santas Pascuas el asunto y decidí que los tebeos de Ellis hay que comentarlos cuando toca, calentitos y no de memoria.
De Warren Ellis me fascina su capacidad para lanzar ideas y mensajes subversivos y contemporáneos a través de tebeos de consumo. Es cierto que hay quien le reprochan su inmediatez, una falta de acabado o cierto desorden. Ese “tengo una idea genial y con ella construyo un tebeo rápido y nada sutil”. Incluso, que la idea genial se repite y disfraza. Me da igual si es así y creo que esto ya lo he escrito antes por aquí. Ellis, además de divertirme, casi siempre me regala el tipo de ideas que disparan el cerebro, aunque sólo sea una chispa de consumo instantáneo, y lo hace utilizando subcultura popular y de derribo (aunque eso, lo popular, me temo que flojea en su deseable consumo). Subversión a bajo coste, anclada en el hoy y camuflada en viñetas de lectura veloz.
El Capitán Swing y los piratas eléctricos de Isla Cenicienta, que además está dibujada (y bien) por el cordobés Raúlo Cáceres, toma forma de relato steampunk, esa corriente que fantasea con un pasado tecnológico de retrofuturismo a vapor y que estaba ahí antes de ser bautiza (en Miyazaki o en Tardi, sin ir más lejos). La filiación genérica es evidente, y más con esas páginas de viejos inventos y maquinarias en imitación de los grabados decimonónicos que jalonan el cómic. Pero Ellis no se puede quedar ahí e introduce la antítesis del steampunk: la electricidad, y lo hace amparado por el espíritu de Nikola Tesla (en remezcla con el Robur de Verne). Por ahí viste al Capitán Swing del título, que además es una especie de mito folklórico inglés que inspiró revueltas rurales en la Inglaterra de 1830. Revueltas que tenían como objetivo la destrucción de las nuevas máquinas a vapor, encarnación de la industrialización agraria que deja sin trabajo ni lugar al campesino de toda la vida.
El viejo Captain Swing, encima, tenía un look que lo hermanaba con El Hombre de Mimbre
Menuda pirueta la de Ellis, tomar como punta de partida al icono de la resistencia contra la máquina de vapor, es decir, los enemigos del Steampunk. La pirueta va más allá porque ese movimiento radical y utópico se convierte en manos de Ellis en un grupo de activistas armados cuyo verdadero objetivo es la libre difusión de la ciencia y la lucha contra las patentes. De ahí que sean piratas enfrentados a un poder que privatiza el avance tecnológico y lo pone al servicio del capitalismo y no del pueblo. Menudo uno, el Warren Ellis, insisto. Por si fuera poco, también introduce otro entrañable icono británico, el bobbie, el policía sin arma de fuego y cachiporra al cinto cuyo origen, según el tebeo, estaría en la creación de un cuerpo policial que contrarrestara el poder de los corredores de la calle Bow, otro cuerpo policial controlado por magistrados y formado por mercenarios poco recomendables.
Con todo este bello pupurrí retropulp y british, Ellis arma un tebeo generoso en ideas y la mar de divertido cuya lectura me ha entusiasmado bastante, siempre dentro de un orden, claro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario