El gallego Amando de Osorio pasará a la posteridad del cine de derribo por su esplendorosa tetralogía dedicada a los calavéricos templarios sin ojos, pero no fueron estos su única aportación al fantaterror hispano ni mucho menos. Y para demostrarlo hoy les traigo un esplendoroso título del cine de derribo patrio producido para Profilmes en 1974: La Noche de los Brujos.
Hacía tiempo que quería visonar este filme. Las fotos de Bárbara Rey (acreditada como Bárbara King), convertida en mujer leopardo colmilluda deliciosamente disfrazada con un kitsch bikini de tigresa, ejercían un enorme poder de fascinación sobre mí. Un sexto sentido me decía que ahí había mucho disfrute subterráneo, y no me equivocaba. Además, la versión que corré por esos mundo virtuales de Dios es la internacional (en castellano pero subtitulada en japonés, por cierto) y no la española, es decir, que tiene doce minutos más, todos ellos plagados de generosos desnudos (aunque con algún pixelado del vello púbico al ser una copia nipona). Sin esas escenas estoy seguro que el filme pierde muchas de sus virtudes, ustedes ya me entienden.
El cine de Osorio tiene, al menos, tres virtudes. Una son esos argumentos de absoluto tono bolsilibro. Otra es el desmadre erotico-violento que acomete a la que se descuida el respetable. El tercero es que con una precariedad total de presupuesto consigue momentos de terror atmosférico muy majos. Las tres virtudes son fácilmente reconocibles en La Noche de los Brujos.
Así, por un lado tenemos un argumento muy poco exigente que utiliza elementos de la aventura exótica, del vudú, del cine de zombis, del gore decapitador, del vampirismo femenino, del softcore que basa parte de su metraje en mostrar a las protagonistas ligeras de ropa, añadiendo a eso una nada sutil perversión del icono pop de la tarzana, es decir, de la variación femenina del Rey de la Selva que tiene en Sheena de la Jungla a la más famosa de sus muchas integrantes. Por otro tenemos un par de destacables escenas de erotismo sadomaso. Y finalmente tenemos la tremenda carencia presupostaria: con cuatro calaveras colgando de un palo, cuatro negros, un par de máscaras tribales, un altar en medio de un falso escenario selvático (que parece más bien el de una de esas nudities que filmaba Ed Wood al final de su carrera) y un poco de hielo líquido vaporoso tenemos montado el meollo terrorífico del asunto.
De hecho, el tema de los escenarios es de vital importancia. La Noche de los Brujos es un ejemplo fantabuloso de que con tan sólo dos escenarios se puede montar un subproducto sin pretensiones. Absolutamente toda la película, excepto los títulos de créditos con elefantes y jirafas robados de a saber qué documental, pasa o en el campamento instalado junto al río africano (cuyo plano de la orilla se repite hasta la saciedad) o en el mentado altar de los brujos. Por cierto, lo del río africano es mucho decir ya que el filme está rodado en la Aldea del Fresno (Madrid), como bien delata la flora ibérica entre cuyos matos y matojos se ha filmado el 99% del fantaterror español.
La película comienza con una introducción que se fecha en 1910 (iba a escribir ambientada, pero eso también sería demasiado decir). Una ceremonia vudú en la que se ata a Barbara King, se la desnuda a latigazos entre chillidos de dolor (y menudos chillidos), se la beneficia el que parece brujo jefe y se la planta en un altar entre percusiones y bailes frenéticos. La escena es contemplada por un grupo de soldados aparentemente británicos. Se decapita a la muchacha con un bonito machete, se lanzan los bnegros a beber la sangre y los soldados abren fuego provocando una masacre (sí, ya sé, no tiene ningún sentido que se esperen a que el sacrificio humano haya finalizado). El detalle, molón, es que entonces la cámara se desplaza hasta la cabeza decapitada y ésta apega un saltito, mira a cámara y toma una amenazante actitud felina enseñando vampíricos colmillos.
Tras los títulos de créditos documentales, entre los que se intercalan planos de los protagonistas en jeep (pero no verán protas y elefantes juntos en el mismo plano, claro), se nos presenta a los miembros de la expedición científica que servirá para el body count habitual. Tenemos al científico propiamente dicho (el gran Jack Taylor), al experto cazador (el no menos grande Simón Andreu) y un trío de hembras vestidas con los habituales coolharapos setenteros de la época: la fotógrafa (Loreta Tovar), la mimada hija de mecenas de la expedición (María Kosty) y la exótica pareja del experto cazador (Kali Hansa, apodo con el que se dio a conocer en el mundo del cine una tal Marisol Hernández). Desde el punto de vista del concepto “expedición científica” es un puto desastre ya desde su composición. Tan sólo un científico (que mayormente se dedica a revelar fotos); la presencia de una fotógrafa (que no revela fotos) o de un experto cazador aún podrian estar justificados, pero las otras dos mozas nada pintan... desde ese punto de vista, desde el de la sexploitation, sí pintan, y mucho.
A partir de aquí más o menos se pueden hacer una idea de lo que pasa. Acampan a la orilla del río muy cerca del lugar de los rituales. Son advertidos por una especie de criollo (atraído a la zona por la carne de la jóvenes occidentales) de una la leyenda según la cual por la noche las mujeres leopardo rondan por la zona. La fotógrafa pizpireta tendrá la feliz ocurrencia de largarse con nocturnidad para hacer fotos de los probables ritos vudú. No será detectada por sus compañeros porque le toca montar guardia a Simón Andreu, el experto cazador, y todas sus vigilancias nocturnas son un auténtico desastre para sus compañeros, ya que mayormente se dedica a jugar a papás y mamás con Kali Hansa para desesperación del personaje de la pija interpretada por María Kosty.
Obviamente, la fotógrafa caerá víctima de los brujos resucitados y de la mujer leopardo interpretada (con enorme empeño) por Barbara King. El ritual será idéntico al del inicio, y es que las normas no escritas de la serie bé son inquebrantables: si una cosa funciona muy bien... ¡repítela!. La variación es que quien desnuda a latigazos es la mujer leopardo, que también chupará su sangre. Y de nuevo la cabeza decapitada mirará al espectador con actitud felina y colmilluda. Eso sí, hay que decir que estas escenas son de lo mejor del filme: la vena de sadomaso visual que tenía Osorio era importante. Con la tercera víctima femenina ya habrá más variación (trío de vampiración chupante lésbico) aunque se perviertan las normas autoimpuestas del propio ritual.
No quiero explicarles mucho más del argumento, auqnue no se vayan a pensar ustedes que la cosa sea el colmo de la originalidad y de la sorpresa argumental. Más bien al contrario, pero antes me gustaría llamar la atención sobre otros detalles relevantes antes de pasar a la pertinente galería de instantáneas del filme:
a/ la película está rodada completamente de día, oscureciendo las numerosas escenas nocturnas con filtros azulados;
b/ las correrías nocturnas de las mujeres leopardo, ralentizadas al estilo Osorio, son una delicia para los amigos del vampirismo setentero;
c/ la nula presencia de cualquier tipo de fauna africana en los alrededores: por no haber no hay ni la mísera escena con serpiente habitual;
d/ es un placer el constante cambio de modelitos y trapitos setenteros de las chicas, de hecho, al principio hay un momento en que un par de ellas se cambian tan sólo por la llegada del criollo;
e/ algunos critican el final al considerar que plagia El Baile de los Vampiros, cierto, pero es un final digno para una peli de horror. Son multitud los cuentos de terror que así acaban y así deben ser.
f/ finalmente, lo más importante porque refleja el espíritu del filme: la película sólo incluye un flashback. Es un salto al pasado que argumentalmente no aporta demasiado: incide en la amistad entre María Kosty y Loreta Tovar, algo que ya había quedado establecido con anterioridad. Bien, en un cine tan poco dado a las florituras como el de Amando de Osorio... ¿Qué razón tiene ese flashback? Fácil: contiene un desnudo, que es la motivación más grande que puede tener según los cánones sagrados de la serie zeta: un par de tetitas lo justifican todo, incluso un flashback inecesario.
Esto es un flashback y lo demás son tonterias
Barbara Rey (aka King) desnudada a latigazos
Rituales Vudú
Negritos voyeurs sacados de Tintín en el Congo.
Constante desfile de modelos de la época
La resurrección de los brujos
Avezada expedicionaria africana preparando la tumbona
La sabiduría de Osorio para el horror erótico
Montando guardia a la española
Brujos zombi
El estupendo gusto de María Kosty para la combinación de ropa interior
Gran momento: la cámara recorre el cuerpo de María Kosty de arriba a bajo siguiendo el reguero de su sangre, que llega a sus pantorrillas. Menstruación y trío de vampirismo lésbico. Es por cosas como esta que Osorio era un genio del bajo presupuesto.
El criollo violador recibe su merecido
La resurrección de Jack Taylor en la cabaña de revelado
Quemando zombis
Detalle de la decapitación que se repite dos veces. Nótese que el tajo va por un lado y la separación de tronco y cabeza por otro.
1 comentario:
<span>¿En qué estás pensando...?Gracias por esta reseña que ha exorcizado mis temores infantiles; ya que cuando tenia como cuatro años, mis padres tuvieron a bien llevarme a ver semejante filme. Esta pelicula fue la razon de mis primeras pesadillas. </span>
<span>gracias.</span>
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