La cosa empezó, para mí, con el Audiogalaxy. ¿Cuánto hará de eso? Pues una década aproximadamente, año arriba o año abajo. Apenas me dio tiempo a Napster, al que llegué cuando tocaba a fin su reinado (y precisamente por ello supe de su existencia).
Audiogalaxy cumplía un sueño que se repitió durante mi tardía adolescencia: estar sólo en una tienda de discos (que no cedés, cuando lo soñaba era tiempo de vinilos) y poder escoger todo lo que quisiera. Es el sueño propio de un consumidor compulsivo de productos culturales, que es lo que soy.
Al principio me dediqué a completar discografías, escuchar novedades y descargar en formato mp3 los cientos de vinilos adquiridos durante años (vinilos que aún conservo). Es cierto que mi presupuesto en música se redujo, ahorrándome muchas decepciones por pillar a ciegas, mientras destinaba el dinero a seguir comprando más libros, más películas, más tebeos. Más, más, más. Había sido educado en un modelo de consumo cultural desenfrenado y tengo el gen (tara) del archivista. Reconozco que desde entonces la compra de música casi ha desaparecido. También es cierto que por desgracia actualmente escucho muy poca música: no tengo ocasión para ello. Pero regresemos al pasado y sigamos con la historia.
Tras el cierre de Audiogalaxy llegó Soulseek, y con él un cambio definitivo en mi forma de consumo musical. Me convertí en un cazador de rarezas: bandas sonoras descatalogados, vinilos ignotos, estrambótico material de importación. Si hasta entonces había sido presa de la modernez digamos alternativa, es decir, comprador de lo que aparecía en la portada del Ruta o del RDL, ahora era libre y el diseño de este P2P me permitía saltar de discoteca de culto en discoteca de culto, cargando mis valijas de piezas inencontrables en las tiendas de mi ciudad. Dejé de preocuparme por el hype y me dediqué a escarbar y escarbar en busca de lo sorprendente.
Con el adsl llegó a casa el emule. Ya no sólo era posible bajar música, también películas. Aquí la cosa era diferente. Iba al cine cada semana (ahora no puedo por los niños) y me pasé la década de los noventa grabando películas de la tele. 4.000 títulos en vhs se convirtieron en una filmoteca de la que me sentía orgulloso: allí estaba casi todos los clásicos, lo relacionado con el terror y la ciencia ficcíón y las rarezas (de nuevo) que las televisiones y los canales digitales habían emitido en doce-trece años. Porque hubo un tiempo que en que la programación de madrugada era un baúl de sorpresas sin fin. Y en eso estaba hasta que con el emule alcancé el gozo casi absoluto como cinéfago y se acabaron los vhs repicados de séptima mano. Por fin estaban a mi alcance todos aquellos títulos imposibles y las bizarrías más exóticas cuya existencia eran casi leyenda urbana: películas turcas, chinas, filipinas, japonesas, mexicanas, las más ignotas series bé norteamericanas, por no hablar del eurotrash más oscuro o poder visionar alguna de las legendarias dobles versiones con desnudos de nuestro fantaterror tardofranquista. No sólo eso, en muchas ocasiones con subtítulos realizados por fans dispuestos a trabajar por amor al arte en traducciones que se me antojaban imposibles. Y mejor no hablar de que en muchas ocasiones las copias ripeadas y puestas en la red superaran la calidad de lo que estaba a la venta (formatos respetados, subtítulos, versiones íntegras) porque eso es la vergüenza de nuestra industria cultural. He seguido comprando dividís, pero con más criterio. Y me he seguido gastando el dinero, siempre demasiado, para desespero de doña absenta.
¿Y qué quieren que les diga respecto al escaneado de tebeos? Los sigo comprando a patadas, pero en parelelo tengo acceso a una parte de la historia del cómic que me era imposible. Tebeos norteamericanos anteriores al comic code (y libres de derechos en muchísimos casos) o, lo que es más importante y debiera darnos vergüenza por lo que desvela de fondo, acceso a la historia del tebeo español. En estos momentos mi mula está descargando ejemplares de Can Can, Pulgarcito, Ven y mira o El Campeón de principios de los 50. Y recorriendo esas páginas me doy cuanta de lo gloriosa que fue una etapa que permanecía enterrada, olvidada e inaccesible. Si no fuera por internet y los P2P seguiría así.
Como consumidor compulsivo de cultura y subcultura vivo en la Edad de Oro. Antaño tenía otro sueño: descubría en una caja, en una tienda, tebeos maravillosos cuya existencia desconocía. Hoy ese sueño es realidad.
Pero todo tiene un precio. Es justo que los autores que han realizado obras que me producen satisfacción y disfrute puedan vivir dignamente de su obra. Y ahí está el problema de la Edad de Oro, el gap a cubrir de alguna manera; también es cierto que con la libertad de acceso a la cultura que poseo desde hace una década me he desvinculado totalmente del modelo cultural establecido.
Es injusto que el producto de mi trueque cultura por dinero vaya a parar a Chenoa, por ejemplo. Y que conste que la chica tiene derecho a vivir de su trabajo, pero es que éste no me interesa lo más mínimo (incluso me repele) además goza de una situación privilegiada por un simple tema de mercadotecnia (aquella Operación Triunfo que muchos de sus compañeros de profesión juzgaron de intrusiva y desleal en su momento). También creo que hacer uso de la banda ancha con Chenoa es un mal uso. Allá cada cual; pero ese uso es el propio modelo de industria cultural establecido devorándose a sí mismo, y el uso que yo hago de internet tiene poco (o nada) que ver con ese acto de canibalismo.
Hablar de Chenoa es, pero, demasiado fácil. Demagógico. Lo triste es que el precio de la edad de oro pueden estar pagándolo autores modestos y más o menos anónimos (es decir, que no salen por la tele) porque el modelo está caduco y es un dinosaurio; y mientras no reaccione ni cambie ellos sufren.
La Edad de Oro tiene un precio, pero medidas legislativas propias de un elefante en una cacharrería agravan el problema. Es obvio que este Blog Ausente se nutre del trabajo ajeno, por ejemplo. Vale, hay un trabajo por mi parte, de búsqueda, de valorar si lo expuesto puede ser de interés o despertar la misma fascinación que yo siento por determinadas cosas. A veces, incluso, consigo aportar alguna clave, alguna información, alguna reflexión (y deseo que mucha pasión). Pero con el aberrante annexo de la ley de economía sostenible que ha armado la revuelta de internet este blog podría ser cerrado por el uso que hago de material ajeno. Y como entenderán, no son maneras, así que toca asumir, con peros, ese manifiesto que circula por la red.
Y dicho esto, corto el rollo, que ayer me compré un tebeo que me apetece un montón leer y me voy a la camita a disfrutarlo.
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2 comentarios:
<span><span>Muy bueno el artículo, solo una corrección: "bizarría" en castellano quiere decir valentía, el significado de "bizarro" en castellano no tiene nada que ver con el término inglés "bizarre" (¿extravagante?).</span></span>
<span>¿En qué estás pensando...?</span>
Gracias Jeiyu, lo sabemos y se ha comentado mucho po aquí. Pese a que no lo recoge la RAE, aquí se hace un uso incorrecto de termino a sabiendas. Por cierto, la palabra procede del frances, donde tiene los dos significados (valentía y extravagancia), los ingleses lo incoporan como barbarismo también con ambos significados. El castellano lo incorporó a medias, con sólo uno de sus significados. Como nos parece una injusticia, defendemos suuso total y no a medias.
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