19.5.07

FANGO



Mi muy querido Maldito Roedor acudió hace unos días, en representación de este Blog Ausente, al preestreno de El Niño de Barro. Aquí les dejo su crónica del filme, y tengan presente que Goio es un gourmet del horror fílmico.

La vida tiene estas cosas: uno va con la idea de ver una peli sobre un niño psicópata, y se termina encontrando con algo que no es lo mismo, pero mas o menos parecido. Quizás culpa mía, por haber leído a posteriori reseñas publicitarias varias, pero lo cierto es que desde el primer momento se había destacado que esta película trataba sobre el Petiso Orejudo, un asesino en serie de 10 años real que dejo su huella en el Buenos Aires de principios del siglo XX. Pero bueno, vayamos por partes.

Lo primero que tiene en contra esta película es, precisamente, la pirueta argumental. En vez de centrarse en la historia real, los guionistas deciden desarrollar una linea principal ficticia en la que un crío, Mateo, que es así como raro, sufre ataques de inconsciencia en los que le vienen visiones macabras a la cabeza. Estela (Maribel Verdú), su madre, se preocupa mucho, que para eso es su retoño, y aun mas cuando el pobre pasa a ser mal visto por la comunidad, policía incluida, que piensa si no tendrá algo que ver con los infanticidios que se están cometiendo en la zona (que el chaval porte pruebas en un par de ocasiones tampoco ayuda, claro). Además, la película no evita caer en el intento de retratar otra serie de factores sociales, sea el país que se inventa a si mismo, la aparición de personajes de baja catadura moral y, en términos generales, un ambiente que parece justificar la miseria nihilista por la que se mueven los habitantes del lugar.

La película apunta demasiado alto, sobre todo teniendo en cuenta que no deja de ser una historia de genero en la que El Mal ya es conocido antes de entrar a la sala. Obviando unos hechos reales y documentados, se dispersa introduciendo elementos múltiples y variados, como ese fotógrafo pedófilo que sirve para alargar toda la primera parte sin que posteriormente se profundice en el supuesto entramado de comercio ilegal al que el hombre servía fielmente (que ya puestos a ficcionar, pues habría tenido su punto saber algo mas de este asunto). O ese pasado de Mateo al que se hace referencia como algo muy misterioso y que finalmente no es mas que una simple (y un tanto burda) excusa para justificar su conexión mental con el asesino (aparte de que cronológicamente resulta bastante cuestionable...).

El Niño de Barro invita a una reflexión, damas y caballeros, una reflexión profunda que desde hace algún tiempo se me escapa: por que demonios se evitan las narraciones sencillas cuando en ocasiones son las mas efectivas? Y es que, en este caso, hablar de unos hechos reales en los que el macabro protagonista fue un Niño Psicópata (así, con mayúsculas) ya es algo que reclama un protagonismo absoluto. Y no es una cuestión de morbo, no: es como si en un biopic de Hitler van y se centran en su cocinero. El Petiso Orejudo es un personaje que tiene entidad y carisma desde el mismo momento en que uno se entera de su existencia, lo mismo que otros serial killers reales dilatan la imaginación de cualquier mortal incapaz de entender como determinados personajes pueden llegar a existir.

Pero en realidad esto tampoco tendría por que ser exactamente un problema. A bote pronto me vienen a la cabeza dos ejercicios deconstructivos en torno a psicopatías ficcionadas, Aro Tolbukhin y Angst, dos películas en las que la forma se terminan imponiendo al fondo sin que por ello se pueda considerar que sus responsables se hayan abandonado al sensacionalismo barato (por mas que puedan gustar o no). Y desde otra perspectiva, El Niño Que Grito Puta o Las Horas del Día, películas que se alejan de los parámetros del cine de genero para reinventar los nuevos monstruos urbanos desde posicionamientos mas o menos cuestionables, pero validos por personales.

Y esto es lo que no sucede en la peli del Petiso. La sensación general es la de una película ramplona, que no se arriesga y que evita meterse en problemas contando algo que no sucedió. Si esto se hace con un mínimo de gracia puede funcionar perfectamente, pero al final terminan tomándoselo todo tan en serio que la cosa no cuaja. No hay rasgos de estilo, la realización es plana con una pasmante tendencia a planos medios de aspecto teatralizado. Hasta los actores no brillan especialmente (y eso que Maribel Verdú viene de una buena racha y Chete Lera siempre es de lo mas competente), solo destacando el interprete del autentico Petiso (que da autentico mal rollo aunque recuerde mas a ciertos retratos goyescos que al personaje original), y el de Octavio (César Bordón), poli hijoputa con el que la mama de Mateo esta encamada. Aunque también es cierto que no toda la culpa es de los actores, o al menos no considero que lo sea a la vista de lo inconsistente que resulta este fresco humano en el que las conexiones entre unos y otros son frágiles y dudosas.

Mención especial merece la música, por cierto. Saben estos casos en los que el trabajo atmosférico se pasa tanto de vueltas que termina resultando excesivo? Bien, pues aquí tienen un ejemplo, un incomprensible ejemplo dado que Nani García, el compositor, venia de bordar el acompañamiento musical de De Profundis. Aquí el problema si es fácil de localizar: la película de Miguelanxo Prado se sostiene únicamente en la música y las imágenes, por lo que la riqueza de matices por uno y otro lado siempre enriquecerá el resultado final. Pero en esta ocasión no, no sucede eso, hay tal exceso de calidad en las composiciones que se imponen a las imágenes. Esto puede parecer una gilipollez, pero cuando en una secuencia intrigante mal planificada se introducen arreglos de cuerda brillantes uno termina pasando de lo que sucede en la pantalla y se centra en el sonido.

Ah, el cierre de la trama ficticia es uno de los grandes momentos anticlimáticos involuntarios de la historia del cine reciente. Que no me voy a poner destriparlo, porque no es plan, pero uno se acordaba en la sala de otros montajes en paralelo y es que le entraba un no se que por el estomago...

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