14.10.06

SINCRÓNICAS DE SITGES 2006 (XXIII): CHILDREN OF MEN

Venía precedida de grandes elogios, y yo creo que se quedaban cortos. Children of Men, que se estrena ya en nuestras pantallas como Hijos de los Hombre, consiguió que a mitad de su metraje yo estuviera hundido y levitando en mi butaca repitiendo mentalmente "peliculón peliculón peliculón". Y es que a estas alturas de certamen, con el cansancio y la saturación acumulada tras tanto cine, que una peli me agarre de los cojones y me meta en la pantalla, sin dejarme salir ni pensar en lo que me espera fuera de la sala tiene mérito, mucho mérito, y significa que estamos ante una gran gran película. Evasión, sí, pero con un filme de ciencia ficción de aquellos que se ven muy de tarde en tarde. La historia propone un futuro cercano en el que hace dieciocho años que no ha nacido ningún niño. La infertilidad se ha adueñado de la raza humana y eso la ha sumido en el caos. Gran Bretaña resiste esa anarquía apocalíptica final con un régimen fascista dedicado a expulsar violentamente a todo inmigrante y en el que grupúsculos terroristas campan a sus anchas. El fin del mundo como será. Y sobre los hombros de un tipo desengañado, un genial Clive Owen que se revela como el perfecto John Constantine, recaerá salvaguardar la última esperanza. Y no digo más, tan sólo: que el futuro descrito está en las antípodas del retrofuturismo (incluído el dixtópico): es lo mismo que tenemos pero más sucio, guarro y acabado; que el mexicano Alfonso Cuarón da le do de pecho como director, dosificando perfectamente el ritmo y que va a más sin parar, que emociona y que tiene uno de los planos secuencia más poderosos y narrativos (nada manierista, nada "aquí estoy yo con mi cámara") jamás visionados por quien esto escribe: toda la persecución en el ghetto inmigrante convertido en zona de guerra. Ya les digo, buenísima, seguramente la película con más empaque y entidad que he visto este año en el cine. Por cierto, no sabía de la presencia de Michael Caine melenudo convertido en una especie de hippy contracultural, un émulo de Robert Anton Wilson alejado del mundo y recluido en su granja de marihuana escuchando sin parra el Ruby Tuesday de los Stones y a la música electrónica contundente. El filme incluso resiste y supera perfectamente su tonillo progre moralista (que en otras manos y trato podría hundirlo en la miseria) y se convierte en un peliculón. Insisto.

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