7.1.07

SLICE OF LIFE MONSTRUIL



Me he pegado un atracón de La Mazmorra. Había dejado que los números sin leer se acumulasen y al final decidí meterme entre pecho y espada los dos últimos de Crepúsculo y todos los de Festival y Monstruos editados por Norma hasta la fecha. Y, como no podía ser de otro modo, los he disfrutado un montón. Además de otras muchas virtudes, esta larga saga ideada por Sfar y Trondheim resulta la mar de curiosa. También complicada en su construcción: en este post de adlo Calduch lo explica muy bien. Parto de la base que ese proyecto de 300 álbumes nunca será completado, es imposible y me preocupa más bien poco. Resulta sorprendentemente sólida en su actual crecimiento, un mecano del que hay tres columnas aún sin unir (y que nunca llegarán a unirse porque ya lo están tácitamente) generoso en festivos annexos que no actúan de contrapeso. Es cierto que Crepúsculo quizá sea la que ha iniciado sus derroteros por debajo de Zenit y Amanecer. Ésta última fue la que me hizo ver de manera cristalina lo buena que era esta serie. Las aventuras del Camisón son las que más disfruto y La Juventud que se va me produjo gozoso arrebato además de hacerme ver que el contenido es mucho más realista en el trato de personajes y acciones (bueno, quizá realista no sea el adjetivo idóneo, pero lo que hacen es tan sútil que me cuesta expresarme) y rompedor en sus argumentos de lo que aparenta a primera vista, cegado por su maravilloso tono gráfico y por el contexto de pura fantasía.



Resulta paradójico que tras la lectura de mi entrega favorita interrumpiera la lectura durante casi dos años. Quizá fuera porque Crepúsculo, Monstruos y Festival me daban la sensación de ser annexos menores. Harmaguedón, tercera entrega de Crepúsculo, parecía confirmar mis sospechas (aunque leyendo a Calduch me entero que es una pata de tres y por ahí cojea en su edición española). Pero luego he disfrutado con la cuarta, El Dojo de la Laguna. Creo que viene muy bien para desentrañar el porqué disfruto de una serie que, de entrada, parte de una premisa genérica, la Espada y Brujería, que siempre afronto con reservas y pereza. Pero claro, La Mazmorra es mucho más que eso. Primero por su tono paródico, pero una forma de hacer parodia diferente. En realidad, La Mazmorra funciona porque adopta los mecanismos del Slice of Life. Una perspectiva costumbrista para algo, un universo imaginario plagado de monstruos, que no tiene nada de cotidiano en su fachada. Pero sí en su interior. Esa historia, la de El Dojo de la Laguna, en la que los padres (dragones) que no pueden ver a sus hijos por una ley machista (así se ocupan las mujeres de la descendencia) mientras Marvin el Rojo se dedica a las infidelidades, dentro de un pleriplo en el que sus personajes se dedican a recorrer a saltos una galaxia de planetas-islote me ha parecido reveladora. Los personajes se comportan de manera costumbrista. El tratamiento de la violencia, porque esta es una saga violenta generosa en decapitaciones, muertes y traiciones, es tan dicharachero que engaña.



Luego está lo de Festival y Monstruos. La primera, dibujada por Manu Lacernet (Los Combates Cotidianos) muestra el lado más puro del sentido de entretenimiento de la saga. La ramificación encargada de perpetuar en tono alegre y jovial de las primeras entregas de Zenit. Pero no me negarán que una aventura como Flores y Chavales, en la que Marvin y Herbert se internan por el subuniverso autogenerado en la fosa séptica de La Mazmorra, allá a donde va a parar la mierda de sus habitantes, es una delicia paradigmática de eso que los franceses hacen tan bien: revestir el cómic infantil para el pleno disfrute adulto. O al revés. Y, bueno, la invasión de sapos y vampiros de El Día de los Sapos tampoco estaba nada mal, una magnífica muestra de violencia jovial.



Lo de Monstruos ya son palabras mayores. No imaginaba yo la importancia e implicación en el mecano de esta rama annexa que tiene como características principales el protagonismo de un personaje secundario y la presencia de un dibujante invitado. Tomemos, por ejemplo, El Desengaño. Ilustra Carlos Nine y protagoniza Alejandra, la asesina reptiliana amante de El Camisón (protagonista de Amanecer y, supongo, futuro Guardian de La Mazmorra). No puede decirse que sea este, precisamente, un tebeo de aventuras del montón. Más bien al contrario. Está lleno de detalles de estos que vengo comentando. Y se sitúa, sorprendentemente, al nivel -85, es decir, unos doce números por delante de la situación actual de Amanecer (-97). O Mi Hijo el Asesino (cronológicamente annexo al -90), en la que se presenta a un personaje tan importante como Marvin en forma de violento dragón infante (como los de El Dojo de la Laguna). Además, lo que se cuenta aquí está directamente ligado a La noche del Seductor. Los dos álbumes están estrechamente engarzados al mismo tiempo que su lectura puede ser igualmente disfrutable por separado.



Que Monstruos resulte mucho más importante de lo que aparenta como annexo a la saga principal es lo que me lleva a sospechar que La Mazmorra jamás se completará ni falta que hace. El carácter inquieto de Sfar y Trondheim les lleva a hacer crecer las ramas porque llega un punto en que les parece más divertido que seguir con un tronco que les ha quedado tan bien y tan férreo nada más empezar, que soporta ese crecimiento lateral que haría tambalearse cualquier otra construcción. Pero es que claro, quizá estoy utilizando símiles propios de la ingeniería matemática para hablar de algo que procede directamente de eso tan bello que es la imaginación desbordante, el ensueño copioso, la fantasía abundante, la maravilla creativa, la sencillez de lo complejo. Y paro (sin comentar el deleite visual que produce).

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