9.3.06

EL JOVENCITO BARÓN FRANKENSTEIN


Horror of Frankenstein es la segunda aproximación cinematográfica de la Hammer a la creación de Mary Shelley sin el gran Terence Fisher como director. Lo habitual es encontrarla acompañada de adjetivos del tipo “decepcionante” o similares, y es evidente que si se comparara esta película del guionista Jimmy Sangster a las obras maestras de Fisher sobre el tema sale perdiendo por goleada, pero aún así tiene numerosos elementos de interés, aunque sólo sea por esa extraña confusión entre humor, tópicos y el punto de vista paralelo a Drácula 73: proximidad a una imaginaria juventud tardo sesentera a la que iba destinada en una huida hacia adelante de la productora.



Precuela. Cronológicamente la historia se situaría antes de la primera de la Saga (La Maldición de Frankenstein), narrando los primeros experimentos del Barón tras su salida de la Universidad; serían, pues, lo que podríamos llamar "Las Aventuras del Jovencito Barón Frankenstein". Pero al mismo tiempo que es una precuela, no deja de ser un remake de aquella ya que son varios los puntos en común y la historia es más o menos la misma. En su intento de desornada y caótica continuidad la Hammer condena al Barón a repetir una y otra vez el mismo experimento.



Humor. Creo que es la característica más sorprendente del filme. Un humor negro, a ratos sutil y a ratos grueso, lo envuelve casi todo y acaba imponiendose como rasgo más destacable. Ya desde el principio, con el Barón humillando a un profesor hipocondríaco ante el resto de la clase, continuando con el robo de la tortuga. ¿imaginan algo más… eu… absurdo… que ver a nuestro mad doctor favorito ufanando tortugas domesticas? Pues eso. Quizá lo más definitivo en este aspecto es todo el final, que comento en el último apartado para evitarles el espoiler si así lo desean.





Metareferencial. Siendo, como es, el último Frankenstein de la Hammer, es lógico que el juego de acudir a la autoreferencia tenga importancia. Si a eso le añaden las dosis elevadas de humor antes comentadas, la sombra de la parodia sobrevuela muy mucho al resultado final. La película, así, tiene bastante de desfile de tópicos: los experimentos de ciencia pajera con brazos y cabezas, el sepulturero, el cerebro que cae al suelo y se estropea, el imparable bodycount de secundarios. Por otro lado, también acude a los clásicos de la Universal en cosas como el aspecto del monstruo o la escena final con la niña.



El Barón. Para la Hammer, el personaje fascinante no es el monstruo sino el científico. Y Peter Cushing le dotaba de una grandeza sin igual. El retroceso a su juventud imposibilitaba la presencia del maestro británico (si no se quería caer en el ridículo, claro). Así que la papeleta que recae sobre Ralph Bates es importante, y más si tenemos en cuenta que no estamos ante uno de los grandes títulos de la casa. Se puede decir que sale más o menos airoso. Respecto al personaje en sí, volvemos a encontrarnos con la personalidad compleja perfilada en todas las sagas anteriores: libertino, engreído, pajero ensimismado con sus experimentos (se entusiasma con la compra por correo de un riñón artifical y se muestra alegre observando como se mueven por descargas eléctricas miembros amputados), aristócrata pijo, filosóficamente avanzado a su tiempo, gafe, un inmoral adicto al sexo, sin respeto por la vida (ni el alma) humanas: asesina a su padre para poder ir a la Universidad, deja embarazada a la hija del rector y luego propone a su padre la posibilidad del aborto y juega, claro, con cadáveres. El dibujo de su personalidad es aquí más burdo y la pajerez se acentúa. Victor Von Frankenstein se conforma en un círculo lúdico de sexo y ciencia que queda perfectamente expresado cuando se sumerge totalmente en su experimento: no come, se pasa el día encerrado en su laboratorio y sólo sale unas horas por la noche para pegarle un polvo a la sirvienta.





Las jamonas. Un par que son pedazo. Rubia y morena, castidad y sensualidad, pureza y pasión latina, siempre, por tanto, desde el canon británico al respecto. Eso sí, los espectaculares escotes que no falten, así no extraña (e incluso se envidia) el triángulo amoroso en el que se sumerge en Barón. Veronica Carlson es la rubia acomodada, frágil hija de científico, virginal novia eterna, quizá por ello el Barón se sienta más interesado por el cerebro de su padre. Kate O’Mara es la celosa criada morena con la que establece una relación puramente sexual que se prolonga por el chantaje de ésta.







Los ladrones de tumbas. Uno de los grandes aciertos de la película es la pareja encargada de suministrar cuerpos al Barón. La mujer se encarga del pico y la pala mientras el marido, un excelente Dennis Price, bebe y, una vez desenterrado el cadáver es éste quien disecciona las piezas requeridas y establece el trato con el cliente. Los motivos por los que se dedican a tan necrófilo trabajo son económico y familiares: si ganan más dinero podrán tener más hijos, así lo expresan en un muy corto diálogo lleno de tácita enjundia: el uso del muerto para crear vida siguiendo un método más tradicional que el del Barón. Frases como “La gente ya no se muere como antes, es por culpa del bienestar general” o “La matería prima que le traigo es tan fresca que hasta la aprovaría el ministro de sanidad” son de lo mejor de la función, aunque para escena, el momento en que subidos al carromato, la mujer lee en voz alta una noticia del periódico referrente a las víctimas del hundimiento de un Ferry mientras el marido apuntilla, con pletórica felicidad : “van saliendo más cadáveres cada hora que pasa, esa frase me encanta”. Por cierto, eso le lleva a comentar a su cliente sobre la proximidad de más materia prima (y muerto): “No le garantizo calidad, pero de cantidad no tendrá queja)”.



El Monstruo. Uno de los puntos más flojos del filme. Posiblemente el de menos personalidad de toda la saga hammeriana. Un mero amasijo de músculos sin personalidad. Además, el maquillaje remite directamente al de Boris Karloff en los clásicos de la Hammer. Eso sí, un punto a favor es ese aspecto cercano al erotismo gay, con el tipo rubito y musculado casi completamente desnudo, con apenas unas apretadas vendas a modo de calzón corto, marcando paquete y nalgas. Desde ese punto de vista podríamos decir que está muy cerca del monstruo de The Rocky Horror Show.








La escena. Una sucesión de planos casi de cine mudo, inmediatos y no exentos de humor. El Barón tiene una pizarra en la que va anotando las partes del cuerpo humano que le son necesarias y que va consiguiendo. Numera el 25, el cerebro, y el dibujo se funde con el rostro del padre de Veronica Carlson, que habla sin parar durante una cena privada. La cosa no acaba ahí, le sigue un primer plano del rostro ensimismado del Barón. A continuación el plano regresa al viejo profesor, que sigue hablando pero del que no escuchamos su voz. Tiene un número 25 tatuado en su frente. Estamos, pues, en el interior del cerebro del Barón, quizás por primera vez en las siete películas.







El final. Sorprendentemente cómico. Lo podríamos definir como La venganza de la Niña del Franquenstein clásico de Whale y Karloff. Ojo, que lo que sigue es spoiler puro y duro. Supongo que todos recordarán la célebre escena del viejo filme de 1931 en la que el monstruo, admirado de la belleza de una niña y ejerciendo la analogía con una flor que flota en el lago, la arroja y ella perece ahogada. Aquí la situación es diferente. Por alguna razón que no se explica (pero se intuye por el viejo referente) el monstruo, tras irrumpir en la cabaña donde duerme una niña, no la asesina. La muchacha, claro, explica el encuentro y acaba acudiendo junto a su padre y el jefe de la policia al laboratorio del Barón, quien ha ocultado a su criatura en la máquina de ácidos con la que destruye los restos humanos. Mientras se le interroga la niña juguetea con todo lo que pilla por el laboratorio. ¡Imaginen, una niña suelta el el sacrosanto hábitat del mad doctor por excelencia! Al final, acabará accionando el mecanismo del ácido y el monstruo perecerá sin que nadie se entere. Bueno, el Barón sí, claro, que pondrá cara de circunstancias mientras se superponen el The End y los créditos finales.



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