26.9.05

EL BARÓN EN EL MANICOMIO

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Cuando decidí repasar los Frankenstein de la Hammer pensaba que iría mucho más rápido. De hecho, la idea era redactar una especie de mini abezetadario. Pero cuando me percaté de que la revisión de siete películas para redactar un post era un poco suicida en términos burroesféricos, y de que comenzaban a distanciarse los visionados en mi memoria, me salí por la tangente y opté por el más tradicional peli-post-peli-post, y luego quizá ya haya tiempo de arrejuntarlo todo y sacar conclusiones. Ese distanciamiento temporal entre visionado y redacción es una especie de maldición para con este ciclo. Cuando me puse a escribir como un berraco con motivo del primer aniversario del Blog Ausente, reservé un hueco para el filme al que le tocaba el turno: Frankenstein y el Monstruo del Infierno (Frankenstein and the Monster From Hell, 1974). Luego la cosa se ha ido complicando y no encontraba tiempo para redactar. Y me jode que pase tanto tiempo porque mi memoria a veces flaquea y me da la sensación de que por un lado me voy a olvidar de cosas y por otro, de tanto tener las reflexiones dentro y no fuera se van a oxidar y no van a quedar resueltas con frescura, que es lo que intento (y alguna vez creo que hasta y consigo). En fin. Les dejo con algunas notas sobre la peli.

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El último Fisher. Pues sí. El quinto Frankenstein del genio de la Hammer fue su último filme. Tras cuatro años sin dirigir (precisamente desde la estupenda El cerebro de Frankenstein) por culpa de los problemas de salud derivados de un par de atropellos fortuitos. Así que este es el testamento cinematográfico del maestro. Un filme oscuro, claustrofóbico y pesimista no exento, como verán, de un cierto humor negro que en ningún momento logra superar la enfermiza atmósfera del manicomio donde se sitúa la acción. El pesimismo aleja el filme de, por ejemplo, la vitalidad y frescura de The Devils Ride Out, antepenúltimo filme de un Fisher que aquí sigue fascinado por la figura del Barón Frankenstein pero al que se intuye, a ratos, tristeza.

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La historia. Más o menos igual de concisa, directa y consistente que las anteriores. Casi la marca de la casa. Es cierto que si se compara con las precendentes quizá no gane la partida, pero sigue siendo una buena película. Un joven doctor obsesionado con los experimentos del Barón se dedica a jugar con los cadáveres hasta que es detenido y encerrado en un manicomio. Allí descubre que su ídolo se ha convertido en el director en la sombra gracias al chantaje sobre el que formalmente es el encargado de la institución, aficionado a abusar sexualmente de las reclusas y a dilipendiar el presupuesto coleccionando grabados eróticos de época. Una vez descubre la compleja tapadera, no tarda en colaborar en la creación de una nueva criatura. La cosa, claro, se complica, y es que el carácter gafe del Barón hace inevitable que el caos se apodere de sus experimentos.

La continuidad. Ya he comentado en anteriores ocasiones que sólo The Revenge of Frankenstein es una secuela con continuidad respecto a la entrega inmediatamente anterior, y a la sazón prímera de la saga: The Curse of Frankenstein. Los siguientes filmes no tienen relación entre sí e incluso la personalidad del Barón varía de uno a otro. Hay quien quiere ver en Frankenstein y el Monstruo del Infierno la continuación de El Cerebro de Frankenstein, más que nada porque el científico padre de la criatura tiene las manos quemadas a consecuencia del incendio con que terminaba aquella. No estoy de acuerdo porque en esta ocasión se deja muy claro que es la primera vez que el experimento da como resultado una criatura viva, invalidando pues toda continuidad. Las manos quemadas lo atribuyo más bien al siguiente punto.

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Autoreferencia. Quizá para rebajar el tono triste y claustrofóbico del filme, quizá por tratarse de la quinta y última visión fisheriana de los personajes de Mary Shelley, lo cierto es que esta entrega juega a menudo a la autoreferencia, a incluir detalles que remiten a las anteriores. Ya he comentado las manos quemadas del Barón, que además también estaban inútiles para la cirugía en The revenge of Frankenstein. No son las únicas. La famosa imagen de Peter Cushing mirando a través de la enorme lupa de The Curse reaparece aquí con un carácter mucho más manierista y posmoderno: la lupa observa una colección de ojos en formol. También con ojos de por medio, uno de los conservados en formol se mueve para observar a quien lo mira, como ya pasara en The Revenge. De ésta se retoma la idea de que el cuerpo del monstruo traslada al ajeno cerebro trasplantado antiguos hábitos, en esta ocasión el gusto de matar utilizando fragmentos afilados de vidrio. Más cosas: el uso de la extorsión por parte del doctor o de los enfermos del hospital como banco de órganos, y que estos acaben dando rienda suelta a sus instintos mediante el linchamiento grupal son cosas ya vistas con anterioridad. Al margen de la referencia a lo propio: la presencia de un violinista ciego y la melodía musical que le acompaña remite directamente al clásico de Whale La novia de Frankenstein.

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El Barón. Cushing sigue siendo grande pese al horrible peluquín con que aparece en esta ocasión. El personaje, por su parte, continua rico en matices. Aquí se produce una cierta evolución dentro de la misma película. En un principio se muestra como una figura autoritaria que trata con respeto a los enfermos mentales que tiene a su cargo. Impide que el director abuse de las muchachas así como prohibe las torturas y vejaciones de los guardianes celadores. Esta actitud contrasta con el uso de algunos enfermos para sus experimentos. Según avanza la película, el éxito lleva al Barón a la locura, o la hace evidente. La última escena nos muestra a un doctor alejado ya de todo contacto con la realidad.

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El Monstruo. Físicamente horrible. Enorme, feo, deforme. Una especie de gorila inhumano. Su presencia impone y se recuerda, aunque carece de sutilidad. En algunos momentos el disfraz canta un poco. El cuerpo de un psicópata bestial con las manos de un violinista y el cerebro de un matemático. Como es obligado, la criatura es un ser patético que no está de acuerdo con su destino y con su pavoroso aspecto final. El actor que lo interpreta es, por cierto, David Prowse, que ya había hecho de monstruo en Horror of Frankenstein y que tres años más tarde encarnaría al mítico Darth Vader.

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La escena. La criatura bajando al cementerio y desenterrando el cuerpo del matemático del que procede su cerebro trasplantado. Contemplar el propio cadáver. Posmodernidad morbosa.

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La hembra. Hasta este momento el rol femenino era tratado con cierto desprecio y misoginia por parte del Barón y/o Fisher. La mujer como elemento de caos, como metomentodo que provoca el fracaso, como objeto del que abusar, como espíritu freak vengativo. En Monster of Hell la visión es mucho más benigna. Sara, la muda ayudante del Baron, es apodada “El Ángel” por todos los pacientes; un dechado de virtudes que la convierten en un ser intocable para Von Frankenstein. Actuar contra ella significa la frontera hacia la locura sin retorno.

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El Grand Guiñol. El festival de ojos guardados en formol y de cerebros a trasplantar es aquí más generoso que nunca. Hay cierta sorna y humor negro tanto en esos ojos en conserva que miran a quien los observa (un sorprendido agente de policia); en los ojos aumentados por una lupa; en esa dilatación temporal y visual con la que Fisher se recrea mientras sus personajes proceden al serrado de cráneos y al jugueteo con cerebros. Pero la escena grandguiñolesca por excelencia del filme se encuentra al final y son los habitantes del manicomio quienes la protagonizan.

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1 comentario:

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