31.1.08

ES UN ROBOT, ES GIGANTE Y VISTE TRAJE DE GORILA


Pasé la primavera de 2005 leyendo y buscando información sobre viejos tebeos de la IPC, publicados por aquí casi siempre Vértice (aunque hubo otras) con el objetivo de escribir un extenso artículo sobre ellos. El resultado, firmado como Zarpa de Absence, fue Los Héroes Olvidados: los bizarros personajes de la I.P.C. británica, un porrón de páginas publicadas en el número 34 de Mondo Brutto. Si le añaden el artículo que publicó Jaume Vaquer en el Dólmen 125 (que corregía errores y ampliaba muchos datos autorales) tendrán los dos textos de referencia en castellano sobre aquellos maravillosos personajes que tanto me hicieron disfrutar en la infancia. Pero diré más, el reecuentro con Zarpa de Acero, el Robot Archie o Kelly Ojo Mágico, después de tantos años, supuso un impacto del que todavía no me he recuperado, en especial en dos casos concretos que conforman una de mis mayores experiencias como pantagruélico de lector de tebeos, que ya es decir: Spider y Mytek el Poderoso.

La imaginación desbordante, el delirio y el sentido de la maravilla son en ambos casos tan brutales, tan generosos, tan libres, tan desprejuiciados y tan divertidos que presiden mi personal pedestal de obras maestras a redescubrir con urgencia. Y no soy el único que piensa así, la mayoría de guionistas y dibujantes ingleses que llevan años dando lo mejor de sí mismos en el mercado norteamericano siempre mentan a los personajes de la IPC como su primera y gran fascinación juvenil. No me extraña. A mí me pasa lo mismo. Tampoco es casualidad que el emparejamiento entre Spider y Mytek también se da en las páginas de Albion, el algo fallido (o desconpensado) intento de recuperación de todos ellos a cargo de Alan Moore, su hija Leah y John Reppion.



La locura pulp con gorilas es lo que toca en tal fecha como hoy, así que he corregido y reescrito bastante uno de los apartados de aquel artículo para subirlo al Blog Ausente, además de localizar un puñado de sorprendentes viñetas e imágenes. Al fin y al cabo voy a hablarles de una personaje que es un robot, es gigante y lleva un traje de gorila. Con todos ustedes... ¡Mytek el Poderoso!

Inspirado en Eagle, en 1962 nacía Valiant, el semanario de referencia en lo que a los tebeos británicos de los 60's pertoca. En su momento de esplendor reunió en sus páginas a Zarpa de Acero, los Hermanos Wild, Kelly Ojo Mágico, The House of Dolmann, Adam Eterno, Janus Stark o Hurricane. Un plantel de lujo en el que también destacaba, por tamaño, Mytek the Mighty, que llegó en 1964 y se mantuvo, a razón de dos páginas semanales, hasta 1970. Era hijo de la imaginación y capacidad de trabajo de Tom Tully, un guionista efervescente capaz de gestionar más de un serial semanal, como demuestra la compatibilidad de Kelly, Dolmann o la mejor época de Zarpa de Acero; también era muy amigo de tomar como punto de partida de sus historias todo tipo de referentes pulp. En lo que respecta a la parte gráfica, Mytek contó primero con el tenebrista Eric Bradbury, uno de esos dibujantes británicos amigos del detalle y descendiente directo del grabado popular, que también brilló con luz propia en Dolmann, Cursitor Doom o Maxwell Hawke (nuestro Max Audaz). A Bradbury le sustituyó, dos años más tarde, Bill Lacey, pero la serie no sólo no se resintió sino que el nuevo dibujante catapultó con frenesí el tono absolutamente alocado del serial.


Mytek El Poderoso no escondía, para nada, su inspiración Kingkoniana (en Francia la saga se llamó King Kong Le Robot), al mismo tiempo que huía de ella por el camino de la imaginación enajenada, conformando un largo y endiablado serial semanal que, partiendo de una ya de por sí estúpida premisa, avanzaba por lo terrenos del pop de derribo y serie B absolutamente desbocado, convirtiéndose, así, en una de las grandes joyas de la IPC-Fleetway y en una lectura que deja boquiabierto y fascinado a cualquier lector sin prejuicios.



Pero mejor adentrarnos en la delirante odisea servida por Tom Tully. El Profesor Arnold Boyce es un científico con base de operaciones en el corazón del continente africano. Allí realiza desconocidos experimentos secundado por un ayudante feo, deforme y jorobado: Gogra. El problema es que en esa zona de África habita una tribu la mar de chunga: los akari, especie de ornamentados guerreros zulús muy amigos de la destrucción nihilista y la ultraviolencia sin motivos, que no hacen más que asediar, matar e incendiar las pacíficas aldeas en las que trabaja el científico protagonista. Y todo en honor de su dios Mytek, encarnado en una totémica efígie con forma de gorila gigante a la que consideran símbolo de poder y destrucción. Todo esto lo descubre el lector de la mano de Dick Manson, el típico cazador y explorador africano con su sombrero de safarí decorado con tiras de leopardo. Ya tenemos, pues, a casi todos los personajes de la función.


Al Profesor Boyce se le ocurre la más pajera de las ideas para acabar con el problema de los belicosos akari: construir un robot gigante con aspecto de simio que se haga pasar por el dios tribal y les imponga la paz. La construcción de tamaño mecanismo, en menos de una semana y teniendo presente los cientos de imparables páginas de desenfreno que seguirán, requiere, cuando menos, de la total suspensión de la credibilidad por parte del lector. A Mytek le dotan de cientos de artilugios y gadgets que se irán desvelando cuando hagan falta. Tom Tully, que era muy sabio, pasa olímpicamente de explicarlos de entrada. Prefiere guardarse todo tipo de ases en la manga y acudir a ellos cuando no tenga remedio. Hay que tener en cuenta que el trabajo a destajo obligaba a los guionistas de la IPC a tirar para adelante sin apenas mirar atrás, y siempre con la necesidad de plantear contínuos cliffhangers o continuarás de suspense cada dos páginas.


El control de Mytek se realiza desde la pequeña sala instalada en el interior de su cráneo. También se le dota de inteligencia artificial, para que vaya aprendiendo y ganando autonomía con el uso. El problema, pero, es Gogra, el enano jorobado, el ayudante tullido, mezquino y malvado (hay ahí una evidente similitud con Zarpa de acero, también ayudante mezquino en sus inicios) que, con nucturnidad y alevosía, tomará el control del gigantesco robot y se lanzará a la conquista del mundo, iniciando una larguísima saga de destrucción a la carrera por medio mundo que ocupará cientos de páginas y que concluye (o mejor, se toma un breve un descanso) en el episodio “Lucha de colosos”. A Mytek le persiguen e intentan detener su creador, el Profesor Boyce, y el aventurero Dick Mason.


Lo primero que hace Gogra es acudir a los furiosos akari para que le acompañen en un devastador periplo que de momento les lleva a arrasar medio continente africano en su lento avance hasta orillas del Mediterraneo. Provisto de potentes faros nocturnos, Mytek va adquiriendo autonomía maligna en base al aprendizaje al que es sometido. Destruye ejércitos (curiosamente británicos, campando a sus anchas por sus recientes excolonias), juega al frontón con los misiles que le lanzan gracias al “Sistema Defensivo Anticohetes” que su pérfido piloto descubre casi por casualidad, en el último momento.
“Es una especie de radar. El cerebro del robot calcula la velocidad y dirección de los obuses, luego envía instrucciones a sus brazos por medio de impulsos eléctricos. Todo ocurre en una fracción de segundos”.
Machaca ciudades, derriba edificios con alegría, mata sin compasión ni motivo, captura rehenes para salvarse del fuego aéreo y resuelve un nuevo problema de gravedad: la energía proviene de baterías solares ocultas en su espalda que se han de recargar una vez por semana, inmovilizando a la bestia mecánica y abriendo los mecanismos pertinentes; hubiera podido tenerlas siempre visibles... y es que lo de llevar las baterias solares tapadas es un inocente error de ingeniería muy útil cuando se requiere de cliffhangers cada dos por tres.


Mytek cruzará el Mediterráneo caminando por el fondo marino y se dedicará a hundir barcos y secuestrar científicos para llevarlos a su base secreta, una cueva sumergida en una isla griega o italiana. Se rodea de mano de obra esclavizada (los tripulantes de navíos secuestrados), de los científicos citados y almacena el acero de los navios capturados. La idea de Gogra es construir un mejor robot, más clásico de diseño (nada de camuflarlo de animal: metal bien visible) e igual de gigantesco. Aunque la necesidad de secuestrar al creador de Mytek, el único que puede replicar el perfecto cerebro electrónico de la bestia, le llevara a meter a los rehenes en una visible prisión en el pecho del gorila y en las bolsas de un cinturon (gigante). Gente diminuta que pide ayuda y socorro desde el monstruo, una gran idea, estéticamente hermosa en un tebeo tan pulp como éste.


En su camino hacia la costa escocesa se interpondrán submarinos, cargas de profundidad, montañas rusas electrificadas y hasta un hovercraft volador. La autonomia de Mytek, que desobedece a su piloto siempre que algo le llama la atención, es otra baza que juega Tom Tully. El aspecto del gigante muta con tanta explosión que recibe. Sse le va rompiendo el traje de gorila por los codos y rodillas mientras el cráneo va dejando al descubierto su interna estructura metálica en forma de alopécica coronilla. Al final, los héroes consiguen parar a la bestia (al fin y al cabo están en el sacrosanto suelo británico) y detener a un Gogra que no tarda ni dos viñetas en escapar de nuevo y huir en busca de su otro robot (lo del necesario cerebro electrónico pasa al olvido) mientras el Profesor Boyce se encargará de la dificil tarea de reeducar a Mytek. Un giro muy común en los seriales de la IPC, que se iniciaban protagonizados por un villano fascinante, que se dejaban llevar por la violencia y que al final, por pura presión editorial dada la juventd de los lectores, debían reorientar al protagonista hacia las filas del bien. De todas formas, aquí la tarea es más difícil. Un gorila gigante necesita de destrucción a su alrededor, y así seguirá siendo en los siguientes episodios, cada vez más histéricos.


La primera aventura como fuerza del bien le enfrentará a Tyron el invencible, el nuevo robot de Gogra y todo un ejemplo de alegría nuclear. Provisto de un brazo cañón, poderosos tentáculos pectorales y un magnetizador repele obuses, se adentra en el interior del Etna y, entre chorros de lava que no le afectan, liquida a la población de la zona mientras lanza amenazas contra el mundo entero. Parte entonces a recorrer el fondo marino del Atlántico con destino a los Estados Unidos, perseguido por un Mytek al que se le ha instaldo un potente ventilador en la boca. Nuestro mono artificial ya tiene, pues, superaliento. La persecución marina, en la que irrumpe, porque sí, porque el espectáculo lo pide, un pulpo gigante, culmina con la destrucción de la estatua de la Libertad (Mytek es la única fantaficción en la que la estatua es destruida en dos ocasiones diferentes en el tiempo) y el asalto de Fort Knox, lugar donde se guardan las reservas de oro estadounidenses. Sí, lo mismo que pretendía Goldfinger en la por entonces muy reciente tercega entrega bondiana y que debió entusiasmar a un Tom Tully lanzado a dar lo mejor de sí mismo como guionista.



La siguiente saga, “El regreso de Mytek”, pretende eludir la hasta ahora omniprescencia del villano jorobado. Así que nada mejor que una buena amenaza del espacio exterior en un momento en que los gobiernos presionan para desguazar a Mytek. La amenaza alienígena es una masa informe con tentáculos que crea un ejército de animales robot (paso lista: cangrejo y pez espada gigantes, hipopótamos, rinocerontes y hasta un destructivo caracol) y finalmente decide resucitar al Coloso de Rodas. Sí, la legendaria estatua espartana resulta que aún existe, se mantiene en pié, y cobra vida (todo muy bellamente harryhausiano, sí). Ya tenemos, pues, una nueva tanda de sopapos de altura como interludio al regreso del pérfido Gogra, más delirante y megalómano que nunca, en una saga que se prolongará durante un año en el semanario británico original.




A Mytek, pese a ser un robot, lo tienen suelto y libre por África, generando simpáticas estampidas y destrozando ecosistemas. A los indígenas no parece preocuparles mientras se esfuerce en demostrar su valía como eficaz mano de obra en infraestructuras de envergadura... aunque les quite el trabajo. La primera señal del regreso del villano es el ataque de una mano gigante que libera a los salvajes akari.


Luego, en compañía de una segunda mano, se produce el robo del cerebro electrónico de Mytek. Así que el gorila necesitara una nueva inteligencia artificial a la que someter a un nuevo proceso de aprendizaje. Pronto el lector descubre que el robot enemigo actúa a pedazos: lo siguiente en atacar carece de torso y extremidades superiores. Tan sólo de cintura para abajo es un enemigo temible que disfruta pataleando el trasero del simio mecánico. Y estéticamente conforma el monstruo gigante más surrealisat de la historia del pop.

Finalmente le vemos de cuerpo entero. Gogra ha estado construyendo un robot a su imagen y semejanza, aunque idealizado: no luce joroba. Provisto de brazos extensibles, escupe misiles por la boca y sus ojos están preparados para la hipnosis electrónica como defensa anti Mytek.



La idea de un robot hipnotizando a otro es, desde luego, aventurada. Pero funciona lo suficiente para que el monstruo bueno sea obligado a saltar sobre su peso durante horas y provocar, con los corrimiento de tierra generados, su caída a los abismos más profundos del centro de La Tierra, donde le aguarda un dragón escupe fuego que allí dormitaba. Se salvará gracias a un nuevo poder que le permite dar grandes saltos, casi como si volara,
“un sorprendente sistema de pistones gigantes que funcionan por aire comprimido y se contraen como potentísimos muelles”.
Se busca un volcán con salida al exterior et voilà. Como ven, estoy siendo generoso en el relato, pero es que estoy convencido de que no tiene desperdicio. Es todo tan absolutamente demencial que merece disfrutarse al detalle.



El robot Gogra también viaja por las profundidades terrestres gracias al super taladro que corona su cráneo. Le es muy útil para construir un imán gigante que hace que la Luna salga de su rotación. El chantaje del villano es rotundo: si no se le entregan las reservas de Fort Knox el satélite se estrellará contra la Tierra. El efecto sobre las mareas ya es demoledor: un tsunami arrasa Nueva York.



El desmelenado festival de la destrucción propuesto en este tebeo británico no tiene límites y continúa con desvaríos tales como el Gogra gigante jugando al beísbol con humanos que le son lanzados en catapulta,



la irrupción de una salvaje morsa gigante bautizada como tiranofoca,



el lanzamiento de bombas atómicas diseñadas con la cara del megalómano criminal,



una resolución de la trama absolutamente peregrina (al fin y al cabo el cerebro del robot malo es el del antiguo Mytek) o ver a Mytek surcando el cielo gracias al añadido de un par de potentes cohetes a su espalda.



No me gustaría hacerme pesado con un personaje que cohabitó con la edad dorada de los kaiju japoneses de Inoshiro Honda y que se adelantó algunos años a la llegada de Mazinger Z a Occidente, pero debo mentar otro par de aventuras. La primera es fruto de la capacidad de vuelo recién adquirida. En “La horrenda sombra de Mytek” el gorila artificial viajará al espacio exterior con destino al Planeta Umbra, en misión de rescate. Allí se enfrentará primero con unos seres gelatinosos capaces de dominar las sombras (Mytek luchará contra la suya como un Peter Pan cualesquiera) que al final resultarán ser sociables. Estos pequeños y simpáticos michelines en realidad batallan con la amenza procedente del lado oscuro de su planeta, los seres llamados “Ver a través”, bombillas con patas y brazos que exclaman constantemente onomatopeyas como glurb, glimung o Hroshty, habitan en cubículos indestructibles y distorsionan con espejos la capacidad de visión de Mytek. Como ven, hiperrealismo del bueno.



La segunda es la historieta apócrifa “El retorno de Mytek” y viene muy bien porque requiere detallar préviamente las ediciones españolas del personaje. A Mytek, como a la mayoría de personajes de la IPC, lo editó Vértice. Primero con una edición en grapa y formado reducido de la que tengo muy pocos datos, luego recopilada en un segundo volumen con el formato clásico de Vértice, con lomo y 128 páginas, que constó de 14 números y que posteriormente fueron rocopilados, de nuevo, en gruesos tomos en algunos momentos desordenados cronológicamente. Como era habitual, el formato obligaba a romper la estructura original y a ampliar los márgenes de las viñetas con añadidos caseros (recuerden mi celebrado curso adliano al respecto). Años más tarde, Vértice recuperó los derechos sobre algunos personajes de la IPC (brevemente en manos de Bruguera) y el personaje reapareció en los quioscos españoles en 1981 bajo el sello Mundicomics, en tamaño revista, respetando el diseño de página original, pero coloreado malamente. La historia se reeditó desde su inicio pero la colección sólo aguanto 5 números, aunque no quedó interrumpida ya que continuó inmediatamente bajo el sello de Surco (la última mutación de Vértice). Sin duda, la más fiel al original británico al ser en blanco y negro, y haciendo la vista gorda sobre su inicio a medias y su final truncado por el cierre de la editorial española tras 11 entregas.



Regresemos a la historieta apócrifa que nos servirá de despedida, un ejemplo de producción autóctona española realizada deprisa y corriendo ante la falta de materiales originales. En algún momento de la primera colección se alcanzó la producción original, o no llegaron los originales, y se pidió a López Espí que se currara una historieta de Mytek en un plisplás. El resultado fue “El retorno de Mytek”, donde ya de entrada se explicaba el fin del robot:
“Mytek pasó dos años desactivado, como una estatua inerte de metal, en un parque público. Con el paso del tiempo la gente se fue olvidando de sus hazañas y hasta de su existencia”.
Tras tamaña introducción se presenta a Bobby Brains, un gafapastoso niño nerdo que lee en el periódico que la URSS se dispone a realizar unas maravillosas obras de ingeniería en el Océano Glaciar Ártico. El niño hace cuatro cálculos y se percata de que las matemáticas demuestran que va a ser un desastre mundial. Como nadie le hace caso despierta a Mytek, dándole a un interruptor y se larga al Ártico presto a plantar cara a los pérfidos comunistas soviéticos. Tras un puñado de batallas submarinas destrempadas, que incluyen el desvio, de un manotazo, de un proyectil atómico, al final consigue que la ONU, en asamblea extraordinaria y por unanimidad (?) “prohiba a la Unión Soviética seguir adelante con todos sus experimentos porque ponen en peligro a la humanidad”. Triste epitafio (sin duda con el beneplácito del régimen) para el que, en mi opinión, es el mejor monstruo gigante de la historia del cómic, que no es moco de pavo.


Anexo documental:

B-Art de portadas de Vertice
Originales propiedad de Jaume Vaquer (uno y dos)
Portadas de King Kong Le Robot, la edición francesa
Los catorce números del segundo volumen de Vértice (el primero con lomo y no grapa) en descarga directa desde vagos.es
Los once numeros de la de Surco en descarga directa: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10 y 11

Extra Ball: Alan Moore se funde con Mytek de la mano de Rick Veitch en Moortek the Mighty.

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