8.6.06

LA HUMANIDAD DEL RONIN SUICIDA



Andaba esta mañana bastante recuperado de la infección de garganta que me ha tenido retirado del mundanal burroesferío, contemplando asustado la larga lista de pelis y lecturas que tengo pendientes de reseñar por aquí, cuando he sentido el impulso de ver, tranquilamente, algún clásico del chambara, del cine de samurais. Las alabanzas leídas a menudo a Seppuku de Masaki Kobayashi han inclinado la balanza.



A estas alturas del Blog Ausente me considero con pleno derecho a ponerme gafapasta. Tampoco creo que haya otra manera de poder abordar esta obra maestra. Tengan claro que no se trata precisamente de un entretenido chambara de serie bé. Seppuku, conocida internacionalmente como Harakiri (pese a no ser lo mismo) es un drama tan áspero que te aplasta en la butaca (o en el sofá). También acaba por resultar un demoledor ataque a la mítica del samurai y a su código de conducta. Quien exige con rotundidad el honor del bushido acaba por ser, en realidad, el más innoble de todos.



Seppuku es casi paradigma del muy influyente cine japonés que triunfaba en los festivales europeos de los años 50 y 60. Hay que dejarse llevar por ese ritmo plagado de solemnidad, silencios y tradición, aunque la verdad es que tampoco cuesta demasiado acabar extasiado con el juego narrativo que hace un uso tan sabio del flashback (en eso, los japos, son maestros); con una fotografía sepulcral que acerca el filme, pese a su desarmante realismo, a los terrenos del cine fantástico; con una escueta banda sonora de corte muy tradicional que acaba por resultar hipnótica; o con la impresionante actuación de Tatsuya Nakadai, a quien quizá recuerden de Kagemusha o de ese otro placer que es Ran, que domina y absorbe la función simplemente con su presencia y con su voz, relatando su historia en medio del patio, como lo que casi es, un fantasma en vida que viene a cobrar venganza reclamando su derecho al Seppuku, el suicidio ritual del samurai. Pocas veces se puede asistir como espectador a escenas tan crudas como la del suicidio ritual con espadas de bambú sin afilar que tiene lugar a la media hora de película.



No creo prudente ni necesario desgranar el argumento, tan sólo situar la historia en los inicios de la paz impuesta por el shogunato allá por 1600, cuando miles de samurais quedaron sin señor, convertidos en ronin. Algunos de ellos acudían a los señores que aún ostentaban su derecho de clan pidiendo el seppuku tradicional cuando en realidad pretendían conmoverle y que les tomara a su cargo al considerarlos dignos por su honor. Ese es el punto de partida de esta impresionante tragedia con samurais. Dicho lo cual, y tras recomendarla fervorosamente no sin antes advertir que no esperen entretenimiento trepidante de ella, les dejo con una selección carteles a cuál más hermoso.

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