23.12.12

MI KUNG FU ES EL MEJOR PERO TU NO TIENES ZOMBIS




Un regalo, así es la cosa. Un regalo para los aficionados al cine de artes marciales de toda la vida y en toda su amplia gama, de los wuxias clásicos de la Shaw a los chinos voladores de Tsui Hark, de los monjes de Shaolín a las técnicas inspiradas en toda fauna posible, del enfrentamiento callejero entre escuelas al delirio exótico. Todo. Todo lo ofrece Kung Fu Infinito de Kegan McLeod, profusa novela gráfica (450 páginas aquí bien editadas por Norma) dedicada al género y realizada desde el amor del fan entregado. Así que yo, como fan del género criado en el cine de barrio de los 70, en los videoclubs de los 80 y en las descargas del siglo XXI no puedo más que agradecer y recomendar con entusiasmo. Porque además no se trata sólo de un homenaje, que como tal estaría dispuesto a defender con entrega, sino que es mucho más, y esa es la mejor noticia de todas.

Yo ya estaría la mar de contento con un tributo digno aunque se limitara o se extralimitara al guiño y a la fotocopia de todas esas películas que amo y reivindico, pero es que Kung Fu Infinito va más allá porque recicla con alegría todos los referentes para entregar algo nuevo, una extensa y muy divertida historia que tiene la virtud de ser tremendamente novedosa, que no se parece a nada anterior teniendo dentro mucho de lo anterior. Y no me refiero sólo a la presencia de zombis (sí, zombis, como lo leen) que encima no chirrían (y que por otro lado tampoco serían tan ajenos a una filmografía tan dada al delirio exótico). Y si el mejunje les suena a locura, nada más lejos, porque aquí hay argumento, hay historia, y muy bien llevada, que ni siquiera cae en la tentación de tomar estructura de videojuego (o que si lo hace apenas se nota).
 Por esbozar un poco, la cosa va de cómo los ocho inmortales del kung-fu ven como sus pupilos (uno por cabeza) se entregan al kung fu venenoso y al reverso oscuro justo en el momento en que ellos ya no pueden interferir en el mundo marcial. Y el mundo está peor que nunca, sometido a un emperador pérfido y a una infección zombi provocada por tanta matanza y tanto espíritu que busca reencarnación fácil. La salvación caerá en manos de un nuevo pupilo que se someterá a todo tipo de pruebas y aprendizajes para poder superar tamaño desafío.



Son muchas las cosas que me encantan de este tebeo, que primero vi con sorpresa (desconocía su existencia), luego con interés (nominado al premio Harvey como mejor novela gráfica del 2012) y al que me entregué víctima del hype (tras un par de críticas tan entusiastas como ésta) superando la prueba, y es que la expectativa desaforada es antesala de decepciones. Me encanta, por ejemplo, lo bien que va introduciendo una galería de personajes bastante nutrida, ya que al principio temí hacerme al picha un lio y nunca es así. Me encanta lo bien que McLeod dibuja las coreografías y luchas, me encanta como va difuminando los homenajes y guiños haciendo que estos no sean tales: los monjes de Shaolín, los luchadores mancos, los 18 hombres de bronce y hasta la irrupción funk de la blaxploitation, otro género pop que se hermanó al cine de chinos con la naturalidad de la explotación y el bajo presupuesto.


Como digo, he disfrutado mucho con Kung Fu Infinito como homenaje y como novedosa aproximación. Quizá sea el mejor tebeo sobre artes marciales que se ha hecho nunca si nos olvidamos de la etapa dorada del Sang Chi de Moench y Gulacy (ese gozo pulp). Incluye un prólogo del actor Gordon Liu, un texto de Colin Geddes (programador del Festival de Torinto que como dependiente de videoclub conoció al fan adolescente que hoy firma el cómic) y un epílogo del propio Kagan McLeod que demuestra que no es un recién llegado al club de los que amamos estas películas de chinos que se lían a danzar a tortazo limpio.

 

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