10.3.05

GODZILLA CONOCE LA SPACE OPERA (Y DA SALTOS DE ALEGRIA)



Reemprendo de nuevo el recorrido por la filmografía de Godzilla. Sigo, afortanadamente, metido en la mejor época del personaje de la Toho. Tras Gidorah, el Dragón de tres cabezas le llega el turno a la sexta entrega de la saga, rodada el mismo año que la anterior, 1965 y, de nuevo, un título clave y visualmente hermoso,además de divertido, claro: Los monstruos invaden la Tierra (Kaijû Daisenso ; Monster Zero en los EEUU).

Los responsables de la saga del saurio radioactivo seguían insistiendo en ofrecer algo nuevo en cada película para seguir atrayendo público a las salas (de medio mundo, aunque el japonés era el más numeroso). El elemento extraterrestre ya había aparecido en la anterior con la presencia de Gidorah, el monstruo llegado del espacio exterior, y del espíritu marciano reencarnado en una exótica princesa (en este caso de carácter bondadoso). El siguiente paso no es un monstruo sino una raza alienígena dispuesta a invadir nuestro planeta: los habitantes del Satélite X. No se trata, claro, de los primeros extraterrestres de la ciencia ficción japonesa. De hecho, el maestro Honda ya había realizado en 1957 un título clave: The Mysterians (Chikyu Boeigun), que incluso presentaba a un robot gigante en su primera media hora (Mogera), sin olvidar otra joya del calibre de Atoragon, Agente 04 del imperio supmergido (aunque aquí los invasores sería una raza que habita en las profundidades marinas de nuestro planeta).

Se puede, de hecho, hablar de un subgénero que va en paralelo con el kaiju eiga (pelis de monstruos): el uchu eiga (pelis de extraterrestres). Las constantes cromáticas y visuales de Honda y Tsubaraya brillaban por igual en ambos tipos de films, que de hecho se iban influenciando mutuamente hasta llegar a la peli de hoy, que representa la fusión definitiva entre los monstruos aficionados a pisotear Tokio y la space opera nipona de argumentos puramente pulps y sin complejos, plagada de alienígenas vestidos de manera chillona y estética pop. Sólo hay que ver a los habitantes del Satélite X, con su mono gris, su chalequillo de cuero a medio pecho, bastante por encima de la cintura, sus gafas negras y el imprescindible casco cubicilíndrico coronado en antenita. En la divertida reseña de Bad Movies hacen muy bien en señalar la deuda que sin duda tienen los maravillosos DEVO con la moda y estética marciana (en el sentido marciano) del filme.



Otro elemento de interés es la presencia de capital norteamericano en la producción. Henry G. Saperstein, capo de la UPA (una escisión de Disney famosa por su Mr. Magoo, entre otras muchas maravillas de la animación sindicada) que estaba comprando derechos de películas de monstruos japoneses y, como más o menos funcionaban en los EUU, decidió aportar un poco de dinero (tampoco demasiado, no crean). El pacto incluía la presencia de algún actor norteamericano en horas bajas para diferenciar el producto y distribuirlo con mayor facilidad. Así, nos encontramos con Nick Adams, secundario de grandes producciones pasado a la serie B que ya aparecía en Frankenstein conquers the world y que aquí interpreta a uno de los dos astronautas protagonista. El otro, Akira Takarada, uno de los rostros japoneses básicos y más familiares de la etapa dorada del kaiju nipona. Todo un galán en su tierra. Si al elenco actoral añades la hermosa Kumi Mizuno, la cosa quedaba la mar de apañadita.



La película combina, como viene siendo habitual en todas las comentadas hasta ahora, tramas humanas algo bobaliconas, argumento con las más variadas incongruencias, momentos memorables, diversión, destrucción, bonitos colores, buenos efectos y mucho encanto. Dos astronautas acuden al Satélite X. Resultan los típicos héroes alegres y sin complejos. Bromean sobre su misión (y eso que las nueve tripulaciones anteriores murieron). “Cuando lleguemos utilizaremos nuestro sentido común”. “No podemos impedíroslo, pero seguir con mis instrucciones” responden desde la Tierra para luego soltarles un rollo paternalista. También nos regalan, a los pocos minutos, una de las escenas del filme. Les vemos del reves, en su cabina, boca abajo. “Oye Glenn, algo va mal”. “Oh sí, es por mi culpa”. El plano rota 180 grados y todos contentos. Arriba y abajo. En el espacio.

Una vez en el Satélite X (oculto tras Saturno) toman contacto con una raza que habita en su interior. En el exterior Gidorah, al que llaman Monster Zero, siembra el caos haciéndolo inhabitable. Los extraterrestres proponen que les dejen llevarse a Godzilla y Rodan y que estos se enfrenten al temible dragón de tres cabezas. A cambio, cederán a la Tierra un fármaco que cura el cancer. Obviamente se trata de una artimaña. El objetivo no es otro que controlar mentalmente a los tres bichos y utilizarlos para invadir nuestro planeta. También disponen de bonitos platillos voladores para acabar de redondear la potencia de ataque. La gran incongruencia es evidente (pero permite al líder, el llamado Controlador, el típico desvarío pérfido: “bwahahahah, qué ingenuos son los humanos”). En vez de pasar directamente al ataque se montan toda esta película, nunca mejor dicho, de monstruo por aquí, monstruo por acá, a lo largo de la galaxia. Eficientes, los habitantes del Satélite X, no son. Guapos tampoco, al menos por lo que hace al sexo masculino. Ellas sí, que todas son la misma: la ya citada Kumi Mizuno.



Y es que, de hecho, ya tienen gente infiltrada entre nosotros. La novia de Nick Adams, sin ir más lejos. Él, hasta que no vea los múltiples clones del espacio, no se percatará de su procedencia. No deja de ser curiosa la relación interracial entre ambos. No era cosa muy del gusto nipón esto del americano y la japonesa. Aunque, guión en la mano, no se trata estrictamente de japonesa, claro. También es evidente que muy bien no acabará la historia. A cambio encontramos algunos elementos nacionalistas, como que los cohetes lleven la bandera de Japón pese a pertenecer a una hipotética confederación de naciones terrestres, o que la de EEUU aparezca como retal más pequeño, al lado del circulo rojo sobre fondo blanco en la insignia de la mentada confederación. La otra historia de amor la protagoniza la hermana del estricto Akira Takarada (todo un machista para con la chica) con un joven inventor pobre y desdichado. Su nuevo invento, una sónica alarma para defensa femenina ha sido comprada (el muy burro no lee el contrato) por la misteriosa Corporación Educativa (que no Dermoestética aunque igual de siniestra). El motivo... Bueno. Eso es el final. Supongo que han visto Mars Attacks de Tim Burton. Tampoco desvelo tanto que la cosa canta un huevo ya desde el principio. Je je je.



La acción de la película se situa en el año 2000. Esto supone un salto en la continuidad de la serie, hasta el momento más o menos respetada sin demasiadas exigencias. Con este salto, plantearse dónde dejamos a Godzilla y Rodan en la anterior no tiene demasiado sentido. Lo importante es dónde están en el año 2000. Pues haciendo lo de siempre: sobando. Me encanta esta tradición kaiju. Los bichejos, tras la última batalla, se pegan unas siestas de lujo hasta la siguiente. Godzilla duerme en el fondo de un lago (es de hábitos muy acuáticos) y Rodan en el interior de una montaña (también de acuerdo con sus hábitos). Una de las mejores escenas de la peli es la captura de ambos mediante una burbuja lanzada por los platillos volantes. Los capturan (Godzilla duerme en una posición harto zen, por cierto) y se los llevan al espacio exterior. A otro planeta. Tras Saturno. “Los tratarán como reyes” dice uno de los protagonistas. Mucho hay de traición en la actitud humana hacia el saurio radioactivo. Recordemos que Godzilla, pese a “odiar a los humanos” (textualmente, recuerden el concilio de los monstruos), decidió pasarse al bando de los buenos y enfrentarse (no sin esfuerzo) a Gidorah. ¿Y cómo se lo pagamos? Dejándolo abandonado en un planeta árido, desierto y poblado por unos tipos chungos y de un pésimo gusto en la vestimenta. Este sentimiento de traición se incrementa con el de la tristeza. El plano desde la nave terrestre abandonando el Satélite X, un picado que muestra a Rodan y Godzi alicaidos y abandonados a su suerte hace llorar a la chiquillería y produce pena en el adulto, o algo.

Pero qué coño hago yo hablando sobre la tristeza en una de las pelis más divertidas de la saga. ¿Qué pasa con las hostias, el destrozo urbano y los miles de japoneses huyendo aterrorizados? En este aspecto la película está la mar de bien y tiene algunos detalles interesantes de cara al futuro. Pero voy por partes. Si ya de entrada la presencia de platillos volantes y el secuestro, con rayos y burbujas de antimateria, de los monstruos impulsa el sentido de lo maravilloso en la película (como pasaba con el gigantesco huevo de Godzilla contra los monstruos), el escenario de la primera batalla, el árido Satélite X, es inmejorable. Y un marco la mar de novedoso (es la única vez que Godzilla sale de la Tierra, por cierto). Este primer encontronazo de Rodan y el Gran G contra Gidorah es, pero, demasiado corto. Y desproporcionado si pensamos en lo mucho que les costó vencerle en la anterior entrega. Será que ya le tienen tomadas las medidas. A base de predradas y empujones a la carrera Gidorah se da por vencido enseguida, sale por patas (bueno, alas) y permite a Godzilla efectuar uno de sus movimientos más célebres, bautizado por los fans como el Jumping Shie o Danza Saltarina. Unos saltitos de alegría, sincopados y ritmicos, algo ridículos (también hay que decirlo). Les pongo un enlace a un gif animado de la escena para que se hagan una idea.



Y luego, como pasa siempre en las películas de la saga, lo mejor (en terminos de destrucción) para el final. Los tres monstruos del filme, controlados mentalmente por los alienígenas y prestos para derrocar a la raza humana. Y luego el combate entre ellos en defensa de la humanidad. Hay que decir que se nota cierto ánimo ahorrativo, pero con gracia. Y optando por invertir lo ahorrado en otras cosas. El “quitamos un poco de aquí y lo ponemos allá” es un proceso productivo honrado. Así, nos dicen que Gidorah está destrozando los EE.UU. pero no lo vemos. Las revueltas sociales que asolan a la humanidad ante el caos desatado son fotos fijas sacadas de la prensa de la época (nada de año 2000 retrofuturista). Se utiliza material de películas anteriores: algunos de los destrozos causados por Rodan están sacados de su estreno monstruil en Los hijos del Volcán y también se aprovechan algunas secuencias de Gidorah destrozando una fábrica o refineria que ya vimos en la anterior entrega. A cambio de estos pequeños arreglillos nos regalan ovnis disparando contra la humanidad, primeros planos de los monstruosos pies de Godzilla aplastando edificios (toda una novedad), coches que salen volando por la fuerza del viento (supersónico) generado por Rodan, disparos directamente a la boca de Godzilla, boxeo de altura, elevación y lanzamiento de Godzilla desde el aire, cierta ineptitud de Rodan y la astucia de nuestro saurio favorito aprovechando un despiste del siempre imponente Gidorah. Y eso sin olvidarnos de platillos volantes que tambalean por el aire mientras en su interior los alienígenas caen por los suelos al más puro estilo “efecto perturbaciones espaciales en la sala de control de la Enterprise”.



En definitiva, todo un espectáculo de cine pop nipón y una de las mejores entregas de la saga. En esta web alemana encontrarán un buen puñado de bonitas fotos de la película. Godzilla regresará en Los monstruos del Mar (proximamente en este blog ausente) mientras que a Gidorah y Rodan no los volveremos a ver hasta Invasión Extraterrestre.

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