Con algo de retraso, cierro las crónicas de Sitges 2017 con algunos títulos que sería injusto no comentar o destacar.
De Palma
Documental que recorre la carrera de Brian de Palma sustentado únicamente por una larga entrevista en la que este comenta una a una todas sus películas y/o proyectos no finalizados. En lo formal es de una simpleza absoluta: el protagonista en plano fijo y escenas de filmes (propios o ajenos) que se van intercalando. Como documental, en definitiva, se limita a aplicar la fórmula más básica y tradicional posible. Claro que con tamaño protagonista no hace falta más para que el resultado sea la mar de disfrutable, casi dos horas que pasan en un suspiro y se alzan con el mayor triunfo posible para un producto de estas características: tras visionarlo es inevitable lanzarse a revisar la filmografía de Brian de Palma de cabo a rabo.
The Girl with all the gifts
Estupenda película y enésima demostración que el subgenero zombie/infectados, lejos de agotarse, sigue permitiendo aportaciones más que notables. Con guión de Mike Carey, conocido sobre todo por su labor como escritor de cómics, y con un director salido de la factoría inglesa de series de género (ha firmado episodios de Doctor Who, Black Mirror o Sherlock), su pertenencia directa a la tradición británica es incuestionable y, eso, son palabras mayores porque si algo distingue a esta es la elegancia, riqueza y respecto dado al género fantástico desde tiempos inmemoriales y por múltiples vías: literatura, tebeos, películas, producciones televisivas. The Girl with all the gifts no traiciona ese notable legado sino todo lo contrarío, no puede tener mayor aroma a ciencia ficción clásica, regala unas cuantas buenas ideas (el tema de los hongos, por ejemplo) y su desenlace es puro Twilight Zone.
It Stains the Sands Red
Seguimos en lo zombi con un título que quizá habría merecido no quedar enterrado en las maratones nocturnas para insomnes que, eso sí, supieron destacarlo con el premio a la mejor película de las sesiones de medianoche. Tampoco se crean que es una maravilla, ojo, pero sí una serie b resultona levantada sobre mimbre escaso: una chica de mala vida se queda tirada en el desierto tras huir del caos apocalíptico de Las Vegas, y un zombi a piñón fijo la perseguirá de manera implacable. Más allá de la metáfora del acoso sexual (tan evidente que su subrayado era innecesario), la cuestión es que cuando uno se teme que va a ser todo el rato lo mismo, la historia sabe girar con acierto y dar brío al asunto, hasta el punto que cuando al final flirtea con la moralina y flota el mensaje de que no hay nada como el fin del mundo para rehacer tu vida, la cosa no molesta demasiado.
The Autopsy of Jane Doe
Una de las joyitas del festival, una de esas series b a las que se suele otorgar el rango honorífico de ser “como las de antes”, etiqueta que es puro tópico pero de lo más eficiente para dejar claro de que va el asunto. También algo equívoca, porque a menudo lo que hay detrás, de lo que se trata en realidad, es de una dignísima aportación al cuento de miedo más noble y puro, aquel cuya única pretensión es hacernos estremecer pese a lo modesto de los medios empleados. En este caso, una funeraria como único escenario y un cadáver sin identificar cuya autopsia convoca malignas fuerzas sobrenaturales. Una de esas pelis que crecen y se hacen robustas, que juegan bien al reparto de susto, intriga y sugerencia. Al final, todo hay que decirlo, se alborota un poco con un estallido del terror de feria que, por otro lado, era inevitable por su condición de… “serie bé de las de antes”.
Hardcore Henry
Uno de esos casos poco frecuentes en los que el ejercicio de estilo puro y duro no está reñido con la diversión pura y dura. Cantante de la banda de rock alternativo Biting Elbows, el ruso Ilya Naishuller ha ido labrando una espectacular carrera audiovisual desde que irrumpió con un brillante videoclip rodado con cámara GoPro y perspectiva en primera persona. Esa misma técnica es la que ahora traslada a un largometraje, reto importante pues proponer hora y media de cámara subjetiva exige mucho más que la mera habilidad técnica. No es el primero en intentarlo, le preceden clásicos del cine negro como La senda tenebrosa o La dama del lago, así como una derivación tan profusa como el found footage (que ha dado grandes títulos, pero que también demuestra lo complicado del asunto). Naishuller sale victorioso del envite, y de qué manera, aplicando una fórmula compuesta principalmente por dos ingredientes. Acudir al lenguaje de los videojuegos es uno, al fin y al cabo es donde más y mejor se ha desarrollado la visión en primera persona. El otro es la diversión trepidante, desmelenada y gore con una trama sencilla que mezcla ciborgs, mutantes y centenares de sicarios para un body count casi infinito. Una fiesta.
Lo chiamavano Jeeg Robot
Una de las reglas que me guían durante el Festival es la que reza: en caso de duda escoge la película de El Retiro. En la mayoría de ocasiones la decisión es la correcta y esta fue una de ellas. Aportación italiana al cine de superhéroes, precisamente esa procedencia mediterránea es su mejor baza: la mirada cultural es otra y , si hace bien, ventila y refresca un espacio lleno de blockbusters que, resultones o no, siguen la misma fórmula monolítica. En este sentido, la peli tiene ecos a El protegido y remite a la figura del Joker en determinados momentos, pero la cita directa es a la serie de anime Getter Robot de Go Nagai, el creador de Mazinger Z, y no, no por la presencia de gigantes metálicos sino como homenaje original y delicioso. Más allá de estos referentes, lo importante es que asume y actualiza el legado del cine de género italiano que tanto añoramos, empezando por el título, puro espagueti; por una trama de delincuencia marginal que es puro poliziezco, violencia incluida; o por atreverse con detalles que hoy serían inconcebibles en una producción de Hollywood, como dotar de arrolladora sexualidad a una disminuida mental. El resultado combina de maravilla dureza suburbial, poética sentimental, heroísmo y tortazos.
Grave (Crudo)
Otro de los grandes títulos que han podido verse y que llegó precedido por los desmayos provocados durante su proyección en el Festival de Toronto. Una expectativa peligrosa porque los espectadores de Sitges han curtido una sensibilidad rocosa y curada de espantos. En realidad, aunque la contundencia de algunas escenas es poderosa, está lejos de ser un festín de sangre y tripas, ni lo pretende. Prometedor debut de la directora francesa Julia Ducournau, explica la historia de una joven educada en estricta alimentación vegetariana que, internada en una elitista facultad de veterinaria, descubre lo mucho que le gusta la carne cruda, especialmente si es humana. Relato de horror grotesco más clásico de lo que aparenta por su factura indie afrancesado, ofrece una sugerente visión del vampirismo y, en algunos momentos, remite a las chicas sangrientas de Jean Rollin.
Swiss army man
He dejado para el final a la ganadora del premio a la mejor película para, antes de comentarla, lanzar algunas reflexiones sobre el principal galardón de Sitges. La perspectiva que dan los casi 50 años del Festival lo permite. Una de las grandes contribuciones de Sitges es descubrir autores, señalar tendencias y trazar una línea cronológica de grandes clásicos del cine fantástico o de terror. Obviamente, solo el tiempo desvela lo acertado o no del premio dado, y en la lista de ganadoras hay de todo. Hay años que se recuerdan por una película concreta y otros que, repasados ahora, demuestran que no premiaron títulos que luego resultaron claves y sí otros que ya nadie recuerda. Lo ideal sería que la ganadora fuera siempre una de esas películas que pasarán a la historia del género, pero eso es imposible, pura utopía. Por otro lado, la decisión del jurado siempre es legítima y tiene sus razones, del mismo modo que luego los aficionados también están en su derecho de compartirla o rechazarla. En todo caso, lo único que puede fallar ocasionalmente en ese esquema es que los miembros del jurado no sean conscientes de la importancia histórica del premio dentro de su especialidad temática.
Dicho esto, Swiss army man es un buen ejemplo de película a la que le va algo grande la distinción o, mejor dicho, no se acomoda bien a esta frente a otras más óptimas o lógicas (en esta misma entrada hay tres o cuatro de ellas). Por otro lado, esto no significa que sea una mala película o que carezca de mérito, no se trata de eso; de hecho, es bastante evidente que la intención del jurado ha sido apoyar una propuesta original, extravagante e insólita en un tiempo poco proclive a estas características, tanto que resulta sorprendente que un proyecto como este consiguiera salir adelante. La premisa es la siguiente: un náufrago desesperado alivia su soledad convirtiendo su amigo imaginario a un cadáver que la marea ha dejado en la orilla. La idea aún es más loca cuando reincide una y otra vez en un humor grotesco y escatológico alrededor de la combustión gaseosa propia a todo muerto en proceso de descomposición, es decir, un festival de pedos y líquidos a los que el náufrago encontrará fantasiosa utilidad. El desarrollo es irregular, no siempre encaja bien ese humor grueso con su naturaleza de fábula poética sobre la soledad contemporánea y, desde luego, tiene un desenlace que deja perplejo por raro y discutible, pues su trasfondo es realmente oscuro y chungo. Es justo señalar tres virtudes: los momentos en que remite con delicadeza al teatro de títeres y marionetas; el atrevimiento de sugerir con alegría una variante travestida de la necrófilia (de perfil romántico, ojo, no se me espanten); y, por encima de todo, el trabajo de Daniel Radcliffe en el papel de saco sin vida camino del rigor mortis, es decir, de muñeco muerto e inerme.
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