7.6.12

LOS TEBEOS TAMBIÉN ARDEN A 451 GRADOS FAHRENHEIT


Como deben saber ya, y si no lamento ser quien les dé la noticia, ha fallecido Ray Bradbury. Siendo uno de los grandes maestros de la fantasía y la ciencia ficción, seguro que en otros lugares de la red le rinden el tributo que merece. En realidad, yo venía aquí a hablarles de una teoría que hace un tiempo rondó por mi cabeza y que creo tiene bastante sentido pese a no poder demostrarla al 100%: la génesis de Fahrenheit 451 está en la quema pública de tebeos que se dio con frecuencia en los EEUU a finales de la década de los 40 y principios de los 50, hasta que el comic code impuso la censura en la industria. Las fechas cuadran (Fahrenheit 451 se publicó en 1953, justo en el apogeo de la cruzada moral contra los cómics) y hay un lazo sólido: Bradbury colaboraba con la EC, la editorial de tebeos que simboliza toda esa corriente de tebeos que la sociedad consideró peligrosos para la infancia y la moral. Así que vayamos por partes.



Fahrenheit 451 

La novela de Bradbury, uno de los grandes clásicos de la ciencia-ficción, debe su título a la temperatura en la que arde el papel y plantea una distopía en la que la lectura de libros está prohibida por ley con la excusa de que les hace infelices y facilita las desigualdades. El protagonista es un bombero, cuerpo que más que dedicarse a apagar incendios está especializado en la quema de libros. Fue objeto de una célebre adaptación cinematográfica a cargo de François Truffaut. Es obvio que la novela es una dura crítica a los totalitarismos y a la prohibición de lecturas que el estado juzga peligrosas para el sostén de su sistema represivo. Bradbury tiene presente el régimen comunista de la URSS y sus países satélites (la Guerra Fría está en todo su esplendor) y aún más presente el ya derrotado nazismo alemán del III Reich, que de hecho protagonizó espectaculares quemas públicas de libros, como la que llevaron a cabo las Juventudes Hitlerianas en la Bebelplatz de Berlín la noche del 10 de mayo de 1933.



Es evidente que Fahrenheit 451 pone en la diana esos totalitarismos, pero dejar ahí su mensaje es un error porque también critica la deriva moralista que durante años se había gestado en el seno de los EE.UU. Y no se trata sólo de afirmar que la novela de Bradbury ataca también la caza de brujas anticomunista liderada por el senador McCarthy, en esos años en pleno esplendor, porque eso desactiva un fenómeno paralelo al McCarthismo que no estaba ligado a éste, y me refiero a la horda de defensores de la moral que, reforzada por su victoria sobre la industria del cine con la implantación del Código Hays de censura, había puesto en su punto de mira un nuevo enemigo público número uno: la industria de los tebeos.



La cruzada contra los comic books

Los lectores habituales del blog saben que he dedicado muchas entradas a hablar de los tebeos anteriores al comic code y de la persecución de la que fueron objeto (éste es un buen punto de partida, por si quieren escarbar). Aún así, resumo un poco. Normalmente se cita el impacto de La seducción del inocente, el sensacionalista ensayo del psicólogo Fredric Wertham, y a la Comisión del Senado para la delincuencia juvenil que llevó al banquillo a buena parte de la industria de los tebeos. En realidad, ambos sucesos (fechados en 1954) son el final de un camino iniciado años atrás y que culmina con la implantación de un código de censura, el comic code, que amputa totalmente un medio de masas que hasta entonces gozaba de éxito y de absoluta libertad y descaro, aunque fuera una subcultura industrial y de bajísimo presupuesto.



El hogar de las historietas era la prensa diaria y su público mayormente adulto hasta que en 1933 irrumpe un nuevo formato, el comic book, el tebeo de grapa. El nuevo formato, que además es barato, se convierte en un medio de masas, algunas cabeceras de éxito tiran millones de ejemplares e inundan los hogares. Niños y adolescentes son sus principales lectores, pero poco a poco también buscan al público adulto (de hecho, lectores que crecen leyendo comics). Las primeras críticas son de carácter elitista: lo que se deben leer son libros y no esa basura con dibujos. Luego llegan los superhéroes y su brutal éxito popular. Muchos psicólogos, algunos huido de Alemania y otros bajo la influencia de la escuela de Frankfurt, alertan (normalmente desde revistas de amas de casa) sobre su fascismo potencial. No tienen en cuenta que la mayoría de sus guionistas y dibujantes son jóvenes judíos que enseguida enviaran a sus superhombres a luchar contra el III Reich bastante antes de que los EEUU se sumen la Guerra Mundial.



Tras el conflicto, los superhéroes languidecen y dos nuevas modas se apoderan de la industria de los cómics: los tebeos de crimen y los románticos. Los primeros hacen gala de una violencia extrema y describen una sociedad desbordada por la delincuencia (los datos avalan que así era); los segundos no eran el típico tebeo de amor blando y azucarado sino historias más cercanas a los culebrones, con embarazos no deseados y muchachas ligeras de cascos que se daban a la fuga. Algunas hasta toman drogas y tienen tórridos romances con señores casados. Las numerosas asociaciones cristianas norteamericanas ponen el grito en el cielo ante tamaña indecencia al alcance de todos los públicos. Su forma de protesta preferida será la quema de tebeos. Grandes pilas de papel barato impreso en cuatricromía amontonadas en el centro del pueblo, un poco de gasolina y unas cerillas.



Estas fogatas no fueron actos anecdóticos sino un auténtico deporte popular contra el pecado que se inició a finales de los 40 y no paró hasta la entrada en vigor del comic code, que desactivaba el riesgo subversivo de los tebeos con una dura censura. Lo explica y documenta muy bien David Hajdu en su excepcional ensayo The Ten-Cent Plague: The Great Comic-Book Scare and How It Changed America (desgraciadamente inédito en castellano). Relata, por ejemplo, como en muchos pueblos de la América profunda los cruzados de la moral iban casa por casa reclamando y requisando tebeos para luego amontonarlos y prenderles fuego. Los cómics fueron acosados por psicólogos progresistas y por fundamentalistas cristianos, una unión que en términos de censura cultural resulta demoledora.



Ray Bradbury y los tebeos

Tenemos una novela sobre la quema de libros coetánea a la quema de tebeos. Obviamente, no es suficiente para dar peso a mi teoría. Es necesario establecer lazos de proximidad entre Bradbury y los comic books. No vale con que los periódicos y revistas hablaran de esas quemas (e incluso las apoyaran) y generaran alarma mediática contra el peligro de leer historietas. Ni tampoco el hecho de que la industria del cómic y la de la literatura de ciencia-ficción y fantasía fueran casi hermanas (muchas editoriales pulp se reconvirtieron al nuevo fenómeno de masas, por ejemplo).



El lazo que une al escritor de Fahrenheit 451 y los peligrosos tebeos precode fue la mítica editorial EC. Bajo la dirección de William Gaines, EC simboliza y representa aquel ingente aluvión de historietas que desafiaban el sueño americano al convertirlo en pesadilla con sus contenidos violentos o su exceso de sangre, horror y crimen, todo servido por una maravillosa plantilla de dibujantes. En 1950 Al Feldstein, el guionista habitual de la casa, adaptó sin acreditar dos cuentos de Bradbury en las páginas de Haunt of Fear 16 y Weird Fantasy 13. Bradbury no tardó en escribir a la editorial la siguiente carta: 
"Solo una breve nota para recordarles un desliz. Todavía no me han enviado el cheque de 50 dólares por el uso de derechos de mis dos historias The rocket man y Kaleidoscope. Supongo que probablemente se debe a un descuido provocado por la habitual confusión del trabajo de oficina, y espero su pago en un futuro cercano".
Gaines decidió extenderle un cheque de inmediato. El incidente sobrepasó el carácter de anécdota porque en vez de mal rollo generó una corriente de simpatía entre Bradbury y EC que fructificó con la adaptación a la historieta de 25 de sus cuentos , ahora sí con la autoría debidamente acreditada. La correspondencia entre el escritor y la editorial fue muy numerosa (muchas de esas cartas se pueden leer en el libro Bradbury: An Illustrated Life) y le mostraba como un lector de lujo de las revistas de cómic. En paralelo, EC representaba para psiquiatras sensacionalistas y masas moralistas con antorchas a la degenerada industria de los tebeos. Así que es lógico pensar que Bradbury conocía la cruzada: al fin y al cabo muchos de esos tebeos que se condenaban a las llamas purificadoras incluían historias suyas.



Usher II

Establecido el lazo entre Bradbury y los tebeos perseguidos, tan sólo queda un aspecto que refuerce mi teoría, que refuerce la idea de que el escritor, al fabular sobre la quema de libros, tenía en mente a las puritanas señoras de la Liga de la Decencia antes que a un uniformado grupo de nazis. Es complicado luchar contra las Juventudes Hitlerianas, no sólo por su poder icónico y simbólico, sino también porque es obvio que Bradbury también los tenía en cuenta en su novela.



Afortunadamente, Fando Fandez me ha recordado el eslabón perdido: Usher II, uno de los cuentos que conforman las deliciosas Crónicas Marcianas, publicadas en 1950. De hecho, Fahreinheit 451 no hacía más que desarrollar como novela distópica una idea argumental ya plasmada en Usher II. El relato explicaba la historia de un coleccionista de libros que había huido a Marte con su biblioteca para salvarla de la quema, ya que en la Tierra las hordas de la moral habían ganado la batalla contra la fantasía y la lectura. Al final, esas mismas hordas acababan llegando a Marte y su protagonista no podía evitar la destrucción de su tesoro. Algunos párrafos de Usher II son muy reveladores.

Este párrafo, por ejemplo, cita expresamente y como primera víctima "las revistas de historietas", despejando cualquier duda sobre el conocimiento de Bradbury respecto a los tebeos y la persecución de la que eran objeto. Pero mucho más revelador es este otro párrafo, cuando los cruzados moralistas llegados a Marte irrumpen en la casa del protagonista para destruir su colección.


Tras leerlo, creo que la idea no admite discusión. En Usher II, embrión de Fahreinheit 451, los que queman los libros no son las Juventudes Hitlerianas sino psicólogos, políticos y una amplia representación de señoras decentes. Precisamente los mismos que se dedicaban con entrega a la quema de tebeos cuando Bradbury escribió los dos relatos.


Bibliografía:  The Ten-Cent Plague: The Great Comic-Book Scare and How It Changed America de David Hadju es un ensayo de investigación fabuloso sobre la cruzada contra los cómics en la América de los 50s. Abajo les dejo un enlace a Amazon por si desean comprarlo en su versión digital. En El Blog Ausente pueden leer la extensa, pero inacabada, serie de entradas sobre los tebeos precode y que adapta las diversas conferencias que he dado sobre el tema. También pueden escarbar en la etiqueta precode

5 comentarios:

Masles Roy dijo...

Interesantísimo

Robinson de Mantua dijo...

<span>El Sr. Ausente siempre da más y siempre mejor. Bradbury también escribió "Vino de Estío" (Dandellion Wine) que es pura maravilla. </span>

JCuadrado dijo...

<span>Mu colateralmente...</span>
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<span>..comentar una de las bobadas de Truffaut (y miren que dijo; e hizo): que cuando robada "Fahrenheit" tenía serios problemas al encuadrar la cabeza de Werner.</span>
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<span>Porque era muy grande, decía.</span>

absence dijo...

<span>Gran anécdota, pardiez.
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metalinside dijo...

Pues según leí en una entrevista Bradbury afirmó escribir el libro para advertir a la gente de que la televisión iba a destruir la literatura.

http://www.laweekly.com/2007-05-31/news/ray-bradbury-fahrenheit-451-misinterpreted/

Curioso si tenemos en cuenta que, si mal no recuerdo, escribió algunos guiones de televisión. En caso de que esta afirmación no haya sido fruto de la edad, es curioso como un libro es capaz de trascender las intenciones de su autor, porque cuando leí por primera vez este artículo pensé "Este hombre está equivocado".