No pensaba yo que se apoderaría de mí el impulso de escribir de manera entusiasta sobre Bastien Vivès, ese jovenzuelo francés que se ha ganado los favores de la crítica con una serie de (estupendos) tebeos que giraban alrededor de dos ejes autorales: el desamor juvenil retratado con cierta crueldad y mucha pornografía sentimental y el placer por el movimiento del cuerpo humano femenino, que nada (El gusto del cloro), baila (Polina) o se mueve ante nuestra mirada fascinada (En mis ojos), y eso sin olvidar esa cruel y perspicaz disección de las relaciones de pareja que es La carnicería. Una de las virtudes de Vivès es el tempo especial que imprime a sus historias, un tempo muy francés pero más visible en otras artes (cine especialmente) y poco practicado en el cómic; el tipo controla el ritmo como un puto maestro y juega muy bien con el impacto de determinadas viñetas dentro de su melodía gráfica. En Polina, por ejemplo, que quizás es su novela gráfica más ambiciosa, la historia de una sufrida bailarina educada en el esfuerzo desde niña y su especial vínculo con un tirano y arisco profesor de ballet se construye casi por entero alrededor de una única viñeta que golpea al lector muy avanzada la lectura.
Con estos títulos a Vivès se le ha elogiado con bastante razón y también se ha visto respaldado con buenas ventas, en especial porque con sus historias de desamor se ha acercado a lectores ajenos al nicho del los aficionados al cómic (o a determinado cómic). Creo, por tanto, que Vivès se defiende sólo y por eso lo que sigue no es acudir en su defensa en plan 7º de Caballería, no, responde a otra cosa: una de las lecturas más vivificantes y entretenidas que he disfrutado en lo que va de año, y que no es otra que su reciente Los melones de la ira (editada aquí por Diábolo, como todo lo anterior), no parece que esté siendo recibida con este mismo entusiasmo. Se habla de un Vivès menor, de obra fallida, de simple gamberrada. Todo comentarios dignos y razonados, faltaría más, pero que no comparto.
Por ir al grano y con un dato de interés para los instintos, hay que apuntar que Los melones de la ira (gran título, pardiez), es el anunciado acercamiento de Vivès al tebeo pornográfico. Quizá eso justifique para algunos el uso del término “obra menor”, no lo sé, quizá es por su alejamiento de su deconstrucción del género romántico. También parece claro que se produce un curioso choque, porque si bien lo que explica no es lo que hasta ahora explicaba este muchacho, el tono sí es el habitual: construye una historia sin aparentes complicaciones alrededor de un elemento simple y juega con el ritmo, al que sobresalta con secuencias y viñetas puntuales. En realidad, creo que la clave de Vivès es que es un autor en parte sutil, y claro, ser sutil cuando todo se construye alrededor de las tetas gordas de una campesina puede resultar difícil. Pero mira tú que pienso que lo consigue. Los melones de la ira me ha gustado mucho básicamente porque me lo he pasado muy bien durante la lectura, eso es lo principal, pero también porque juega con algunos mitos de lo rural, con el icono de la heroína sumisa sometida a vejaciones burguesas y porque acaba siendo un homenaje/reivindicación de la superhembra, y en especial de la superhembra que regaló al imaginario pOp el gran Russ Meyer.
Si no habéis leído el tebeo, a partir de aquí desvelo aspectos de la historia. Avisados quedan. El bello título de Los melones de la ira es una jocosa referencia al clásico de Steinbeck, Las uvas de la ira. Es evidente, y no es del todo gratuito cuando le lleva a situar la historia en el entorno rural agrícola y en un marco temporal no aclarado pero que podemos situar a finales del siglo XIX y principios del XX (la edad de oro del folletín, que no es dato irrelevante). La historia toma forma de fábula sobre las desventuras de una joven campesina con problemas de espalda por el enorme volumen de sus pechos. El dolor hace que sus padres la lleven a la ciudad para ser tratada por médicos especialista; pero estos, subyugados por la inocencia y el poderoso encanto sexual de la muchacha, la someterán en secreto a todo tipo de vejaciones sexuales. La primera de esas escenas de sexo explícito es una de esas alrededor de las cuales Vivès gusta de jugar en su construcción narrativa. Me gusta la forma en que impactan esas escenas, que aquí son casi como grabados de época eróticos, y a toda página, en el desarrollo secuencial de la historia.
También me gusta el manejo del mito de lo rural que hace, acudiendo a diversos elementos (contrapuestos) que lo definen. Uno es el de la inocencia fruto de una vida austera alejada del mundanal ruido. Pureza asilvestrada e ignorante enfrentada al vicio burgués y urbano. Esa pureza también explica el contundente físico de la protagonista y que le vendría heredado por genética cuando descubrimos el descomunal tamaño de los penes de su familia (atributos viriles que podemos poner en paralelo al Den de Corben). Pero el mito de lo rural no se ciñe sólo a ese ideal del buen salvaje puro y bucólico. Lo rural también implica al Cabrón del Campo, tan bien desarrollado por el Dr. Repronto. La violencia campestre se supone brutal y nada compasiva, y eso explica la ejecución salvaje de la venganza. Los franceses han cultivado mucho en su ficción esa imagen de áspera rudeza de provincias. También me gusta su entronque genérico. La imponente campesina es un mito que tiene ascendentes nobles (Sade, el Divino Marqués) pero forjado en el folletín y la novela popular: la hembra rotunda, inocente y sumisa sometida a la humillación masculina. De ahí que me parezca fantástica la conclusión del tebeo, con esa fémina convertida en superhembra, y además en bajo el prisma de Russ Meyer. Al fin y al cabo las jamonas del creador de SuperVixens y Megavixens también eran asilvestradas hijas del campo de formas rotundas, tan inocentes como indomables, que se descubrían superiores al macho a golpe de mamella.
Es cierto que Vivès se deja llevar también por el ánimo gamberro y provocador (ese incesto tan bien puesto); pero eso es cosa sana. De hecho, creo que en su obra anterior destila sutilmente bastante cinismo y mala leche. Aquí es más evidente porque la cosa es más burra (en el buen sentido) a la par que bella en su trato con el erotismo, la pornografía y algunos de sus mejores códigos genéricos. En mi opinión, Los melones de la ira no desluce nada al lado de El gusto del cloro o En mis ojos y funciona muy bien como contraste entre pornografía sentimental y pornografía lúbrica sin variar su melodía.
Dicho todo esto, no esta de más retomar un momento de la entrevista que le hice a Vivès cuando visitó el Saló del Còmic hace un par de años. Más que nada porque pone en perspectiva cualquier cosa que vea en su obra.
Ausente: He practicado natación muchos años y una cosa que me sorprendió de El gusto del cloro és que captura el tempo de la natación. ¿Es algo que buscabas?
Vivès: Pues la verdad es que yo habré ido a una piscina quizá dos veces en toda mi vida y nado fatal, muy mal. La última vez estuve hablando con una chica, muy buena nadadora, para que me introdujera en la natación. Me explicó como nadar crol, me dijo que lo hacía fatal y me dio cuatro lecciones en ese sentido. De hecho, sólo recuerdo verla nadar a ella, y si gracias a ella he conseguido transmitir todo eso que dices sobre la natación, será porque ella nadaba realmente bien.
6 comentarios:
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</p><p><span>He tenido que quedarme a la mitad de la entrevista para evitar el spoiler pero mañana mismo salgo pitando a comprarme Los melones de la ira. Esta tarde me he leído En mis ojos y a lo largo del año Polina, La carnicería y El gusto del cloro y todos me han chiflado, historias que me agarran, que se me quedan impregnadas durante las horas posteriores con mucha fuerza y que no pierdo después. Son sencillas y complejas como la vida misma, pero ¡qué arte tiene este hombre! </span>
</p><p>Leerle es como una terapia que activa todas mis neuronas y remueve mis emociones. Vamos, que me encanta!
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Personalmente lo veo como una especie de revisión de Blanche Epiphanie cambiaando el foco de la novela decimonónica a Steinbeck... Muy divertido, pero me quedo con Pichard... ;)
Ojo, Amapola, porque como digo en el texto hay gente que opina todo lo contrario. Yo me mantengo en que está a la altura de lo anterior aunque esto es, claro, otra cosa.
Pichard está ahí también, sí, muy evidente. De hecho, una de las cosas que me gustan es que el tebeo se inserta en toda una tradición erótica que últimamente anda algo olvidada.
Me has puesto las peras, quiero decir la miel, en los labios. Esta tarde me paso por la librería.
Lo mio son las conspiraciones... pero esto no carece de interés... lo echaremos un vistazo. :D :D
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