Leía en la prensa del lunes que el próximo 14 de diciembre se cumple el 25 aniversario del London Calling de los Clash. Para celebrarlo hay edición especial con las Vanilla Tapes, cintas grabadas mientras preparaban el disco, y un DVD con un documental dirigido por el jamaicano Don Letts.
El London Calling, fastuoso doble elepé al precio de uno, fue un disco muy importante para mí. Recuerdo que me lo prestaron cuando empezaba a coquetear con el punk, allá por 1982 y sin ser aún mayor de edad. Corrí a comprarlo al día siguiente. Me arrebató desde su primera canción. Fue el disco que abrió mis horizontes, que me descubrió que había algo más que lo que ponían en la tele o la radio. Durante años fue mi álbum favorito, tengo el vinilo que cuando lo pongo parece que haya un incendio de tanto crujido y aún hoy soy capaz de cantarlo de cabo a rabo, pese a que lo pongo muy de tarde en tarde.
Desde el primer tema, afilado como pocos, hasta el hecho de ver a una banda punk entragada a una gloriosa sección de vientos en muchos temas, jugueteando con el reggae, con los ritmos caribeños, con sus himnos punk, llamando a la revolución, con sus bajos hipnóticos provenientes del dub (¡The Guns of Brixton!) y, por supuesto el rock representado, ya de entrada, con esa irresistible versión de Brand New Cadillac o con una portada que nos remite a un célebre single de Elvis (y que luego ha sido retomada por Siniestro Total o los Focomelos). Uno de esos extraños discos en los que no sobra ni una canción (bueno, sí, Spanish Bomb de tan pegadiza cansa a la escucha cinco mil). Durante unos pocos años fueron La Banda de rock’n’roll del planeta, los mejores, y por eso merecen un respeto. Siempre.
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