Ai. Takashi Miike. Los que me leen desde hace tiempo saben de mi sorpresa ante la veneración hacia este hiperactivo director nipón. Izu, por ejemplo, me parece una tomadura de pelo destinada a epatar gafapastas europeos. Y yo aún no he visto La Gran Película de este tipo. Y dudo que la vea. Ya les dije el año pasado que de lo visto me quedo con Zebraman (bueno, y Audition). Seguramente por eso no me desagrado esta The Great Yokai War. El palo es similar: cuento para niños en la tradición del cine fantástico japonés que, por otro lado, también recuerda La Historia Interminable en algunos momentos.
Debo reconocer que hace ya varios meses que la primera y original Yokai Daisenso (de finales de los sesenta creo recordar) guarda cola en casa. Las fotos que siempre he visto, con esa estirpe de demonios estrafalarios, llaman mi atención (como no puede ser de otra forma). O el hecho de que algunos la emparenten con el kaiju eiga de mis amores. Así que como no la he visto no puedo establecer comparativas con el remake de Miike, que ya les digo que es un cuento infantil con detalles de locura y cierto erotismo malsano muy muy de fondo (las húmedas piernas de la Yokai del Río o la minifalda de la villana, que para variar viste de blanco).
Para que se hagan una idea, los Yokai son los duende o demonios tradiconales de la cultura japonesa. Seres deformes, paraguas con ojo y lengua, espíritus sin cara, féminas que alargan su cuello, verdosos hombres rana. ¿Recuerdan esa maravilla que es El viaje de Chijiro? Ahí había muchos Yokai. A mí lo de comparar a Miyazaki con Miike me parece demasiado atrevido. Hay un abismo. Pero la recreación de la tradición fantástica no es el único punto en común. También está ese mal que toma forma de steampunk industrial.
La película se puede ver. Es un festival de efectos especiales en el que curiosamente hay cosas muy bien hechas y otras un poco horrorosas. De vez en cuando el director japonés filtra ese extraño surrealismo coñón que le ha hecho célebre. Y como siempre, le sobra un poco de metraje. Eso sí, lo mejor es toda esa fauna de seres extraños, que a los occidentales no suenan rarísimos. Los hay a cientos y en ese aspecto la película adquiere un plus de fascinación. Al menos para mí y sin ser ningún peliculón (ni mucho menos).
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