19.12.04

PIPA Y GAFAS; ELEGANTE, ATLÉTICO, INTRÉPIDO



Teóricamente, debería haber salido a la venta esta semana. Creo que no ha sido así. Estoy hablando del estupendo Rip Kirby de Alex Raymond. En su formato apaisado, el adecuado para una historieta cuya procedencia es ser una tira diaria de periódico. Y en el blanco y negro original.

Yo, que me debo a mis lectores (juas), por una vez me he dejado llevar por el instinto de lo actual y, al poco de anunciarse la edición de este clásico en mayúsculas, saqué de mis estanterías mis tomos de Buru-Lan. Si no recuerdo mal la penúltima edición del detective en nuestro país. Y me puse a leer. Y a leer. Un jodido placer. Y eso que no me ha dado tiempo a liquidar la lectura de mi colección (incompleta, los cuatro tomos no daban para más). Concretamente he leído las tiras que van de marzo de 1946 a enero de 1949. Insisto, un jodido placer.

Hacía muchos años que no me acercaba a Rip Kirby. Dos décadas. De adolescente lo releía a menudo. Uno de esos tebeos que han ido a para a tu casa no sabes muy bien cómo (un prehistórico saldo en el simago y un niño plasta para con sus progenitores y allegados, creo recordar) y repasas un domingo por la tarde sí y el otro también. Y algo de mágico tiene reencontrar esas viñetas, después de tanto tiempo, y ver que siguen como estaban (o mejor). Y que el cerebro las recuerda. Cada vez más. Como un mapa de relieves inflándose en tu memoria. Esa es la primera sensación que tuve hace unas semanas. Pero enseguida la maravilla ante los (preciosos) dibujos en los que me perdí tantas veces dio paso a otra sensación, la de que estaba leyendo un tebeo enormemente moderno. Casi sesenta años desde su aparición y bien poco que se nota. No pasa lo mismo con Flash Gordon. Quizá sea que se reeditan pocos clásicos y uno ya ni recuerda porqué lo son. Pero coño, es que esto está tan de punta madre narrado. Sin cansinos textos de apoyo. Con la apropiada mesura de lo narrado sin excesos. Con agilidad. De una viñeta a otra, de una página a otra, de un volumen a otro. Y eso que al autor le gusta recrearse en una postura de Honey Dorian, en la riqueza de ambientación, en el diseño de ese traje. Es moderno en lo narrativo y encantador en sus (perfectos) dibujos.



Rip Kirby es un detective. Un científico pero también un hombre de acción. Héroe de la Segunda Guerra Mundial, al fin y al cabo. Le acompaña Desmond, mucho más que un mayordomo: un antiguo ladrón de guante blanco experto en abrir cajas fuertes. No falta la chica, la citada Honey. Modelo. Muy femenina. Pero también una hembra de acción (como las mujeres de Howard Hawks). La tensión sexual es enorme, pero muy elegante, y frívola. A eso ayuda Pagan Lee, primero mujer fatal y luego actriz de cine (Madelon) de pasado oscuro (aunque el lector fiel lo conoce). Y luego una galería de villanos variada. Mangler, el triturador huido de Alcatraz, es el más citado, el que acostumbra a figurar en las galerías de personajes, pero no el único. El extorsionador y tahúr Dedos Moray, la perversa Lady Lilliput, la siniestra Miss Priscilla, el excéntrico Capitán Cormorant y un montón de anónimos y variopintos delincuentes.



Habitualmente, cuando se habla de Rip Kirby se habla de realismo. No lo voy a negar pero requiere cierta matización. Por un lado, se habla de realismo por contraste y de su autor, célebre por ser el creador de Flash Gordon o Jungle Jim. Nuestro detective es, claro, diferente a ellos. No es un deportista aventurero de casaca roja practicando la esgrima contra una especie de Fu-Manchú del espacio exterior. Ni hay naves espaciales. De hecho, Raymond se recrea con el mundo de la moda y el glamour hollywoodiense, con los bajos fondos neoyorquinos (bueno, y también marselleses), con los campus universitarios, con los ambientes lujosos, con el mundo del hampa. Y de paso nos regala preciosas estampas de la América de Posguerra. También me ha sorprendido encontrar, en segundo plano pero sin tapujos, la realidad que a veces se olvidaba en los tebeos. Cómo se nota que no había comic code. Algunos adictos a las jeringuillas, mucha ambigüedad sexual. El actor y estrella Laddie Gaylord (por si su nombre no fuera suficiente) es evidentemente gay (vive con un hombre, al fin y al cabo, duermen en la misma habitación pero con camas separadas). No es el único caso.

Es por todo ello que es realista. Pero también es una ficción policiaca no exenta de humor, de argumentos que buscan, sobre todo, el entretenimiento del lector. Fórmulas robadas, armas´químicas, tráfico de bebés, cuevas misteriosas, marineros demasiado bonachones con los niños, modelos frívolas. Que se toma sus licencias, como debe ser, como lo que es. Un clásico del cómic en mayúsculas. Además, por si alguien lo dudaba: los lápices de Raymond son tan majestuosos como siempre. Acaso más. Exento de fantasía pulp pero sin perder la esencia visual tan propia de su creador.

Me compraré la nueva colección sin dudarlo. Primero porque va más allá de donde lo dejó la edición que tengo. No mucho, tampoco, ya que Raymond se estrelló con su deportivo en 1956. Segundo porque respeta el formato original. La edición de Buru-lan troceaba las tiras casi siempre para que cupiesen en una página de álbum de formato tradicional (no apaisado). Y las coloreaba de manera un tanto tosca, con horrorosos fondos monocromos violetas o amarillos. Y aún así esa edición es bastante maja, no me pregunten por qué. Tercero, porque merece la pena, mucho.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

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