Acaban de emitir por tv3 un documental dedicado al hijiko mori (o como se escriba, este es un post inmediato, sin contrastar, etc, lo pone arriba). Un millón de adolescentes hay en Japón que se encierran en su habitación y se pasan años allí. Sin salir. Sin hablar con sus padres. Éstos más o menos acatan la decisión. El padre, ya antes del ataque anacoreta, no hablaba con el hijo porque trabaja todo el día. También he visto que había clases. Uno estaba seis meses sin ducharse y acumulaba basura a modo de Gran Muralla de Desechos que me oculta de Mamá. Ésta le decía desde la puerta: "¿Has acabado ya el videojuego?" y la respuesta era un lacónico "este juego nunca se acaba, es infinito". Había otro que estaba desnudo todo el día a oscuras. Allí encerrado. Luego ha salido el ermitaño pijo. Con su play, con sus pedidos por internet. Y los padres tragando. Dos años llevaba allá. Esta enfermedad es propia del Sol Naciente y está en auge. Dicen. Lo achacan a la competitividad, a la falta de comunicación y a las escuelas intensivas. 13 horas de clase y un examen cada noche. Hasta que no lo apruebas no te vas a la cama.
Este tipo de pajerismo excluyente no se da, por fortuna, en nuestros lares. Vale, sí, podemos pasarnos mucho rato delante del ordenador, o mirando pelis, o leyendo tebeos. Yo mismo soy un tipo la mar de hogareño, pero coño, siempre regreso a la calle. como las putas.
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1 comentario:
Va a ser eso. Que hay pocas putas.
(Adrian)
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