Hará cosa de quince días (o incluso más) me tiré en el sofá y me tragué The Incredibly Strange Creatures Who Stopped Living and Became Mixed-Up Zombies!!? (1964), pequeña joyita trash de hermoso y largo título, aunque luego es lo que es: uno de esos títulos que es frecuente encontrar en los listados de peor película de la historia. Una vez vista hay que matizar que siendo mala de narices no provoca el espasmo alucinado del qué coño es esto que sí producen joyas como Plan 9, Inframan, Mystics in Bali , Arañas infernales, Made in China y tantas otras.
Vayamos, pues, por partes, que el tiempo transcurrido me complica un poco redactar una buena reseña. Dirigida, escrita y protagonizada en Terrorama por Ray Dennis Steckler (su aportación más conocida -ejem- al séptimo arte fue la garajera Rat Fink a Boo Boo) la película explica la historia de una bruja gitana de feria, Madame Estrella, que se entretiene subyugando hipnóticamente a la gente, desfigurando su rostro con ácido y encerrándolos luego en la parte de atrás de su caseta. Por qué y para qué son preguntas que se hace el espectador pero que no tienen respuesta. Un extraño coleccionismo no exento de venganza para quienes se han reído de su bola de cristal o le han negado el pago. Una pésima y patética bailarina alcohólica que acude a conocer su futuro descubre tan extraña afición por lo que la pitonisa decidirá liquidarla. Para ello acude a hipnotizar a un joven (el actor y director, de cierto parecido con Nicholas Cage) de visita por las atracciones de la feria con su novia y su amigo rockerillo. El muchacho será hipnotizado, asesinará a la bailarina bolinga, intentará matar su novia (suerte que el hermano pijo pasa por allí) y protagonizará un intento de huida por las playas de la zona mientras el resto de sus compañeros de destino, los otros hipnotizados de rostro desfigurado (en realidad una careta burda y chillona), protagonizarán una fuga sembrando el caos por el vetusto parque de atracciones. Y eso es todo lo que soy capaz de escribir en cuanto a sinopsis.
La bailarina bolinga
El largo título, que traducido sería algo así como Las increibles extrañas criaturas que dejaron de vivir y se convirtieron en una especie de zombis (aunque en el pase televisivo que tengo grabado se convirtió en un escueto Extrañas criaturas), hace referencia al muy querido en estos lares muerto viviente o zombi, cuatro años antes del nacimiento de su visión moderna gracias a George Romero y su incontestable obra maestra La noche de los muertos vivientes. La cosa (película es mucho decir) de la que hoy les hablo se acercaría a la temática zombi entendida de manera amplia. Ya he comentado por aquí en más de una ocasión que se puede distinguir entre el zombi moderno (caníbal, grupal, sin líder, apocalíptico) y el zombi clásico (muerto en vida esclavizado mediante rituales vudú). Éste último tendría un primo muy cercano que sería el ser hipnotizado y mentalmente abducido, el siervo con el cerebro lavado. Desde un punto de vista expansivo es a menudo incluido dentro del subgénero. Al fin y al cabo el zombi clásico y el humano hipnotizado son utilizados de manera similar y su comportamiento robótico, obediente y criminal no acostumbra a diferir demasiado. Es por eso que estos Mixed-Up Zombies de hoy aparecen casi siempre en las listas del subgénero zombi de ánimo enciclopédico. O sencillamente porque no la han visto y como sale zombi en el título pues venga.
El otro elemento que otorga cierto renombre al filme es referido en su, por otro lado hermosote, cartel publicitario: The First Monster Musical. Dejando de lado si es cierta o no la aseveración (al fin y al cabo Brigadoon podría entar, siendo generosos, en la terna y es anterior), la cosa tiene su enjundia. Vaya por delante que como musical es penoso, patético, paupérrimo y cualquier otro adjetivo similar que quieran ustedes añadir a la suma. El bajo presupuesto influye, claro que sí, pero también el morro, el relleno, la paja y la influencia de las nudities. Se habla de musical porque el filme incluye en su metraje bastantes números musicales, está claro, pero la mayoría de estos bien poco tienen que ver con la trama, están metidos con calzador con el objetivo de llenar metraje (al fin y al cabo la historia ocupa poco más de la mitad de los 82 minutos que dura el filme) y enseñar un poquito de cacha femenina contorneándose al ritmo de un poco destacable rock’n’roll aloungado y duduante.
No es Nicholas Cage, es el Juan Palomo responsable del engendro
Es por eso que me refería al espíritu imitativo de las nudities, películas de muy bajo presupuesto y nulo argumento cuyo gancho comercial era mostrar carne de bailarinas de striptease. Aquí la carne es nula en términos de sexplotación aunque los jamones femeninos son genorosos, eso sí (además, entre el público de los espectáculos hay niños y amas de casa); pero la idea es la misma. Tenemos un par de ridículas danzas con partenaire nefasto a cargo de la bailarina borracha (aunque el patetismo coreográfico es similar en el resto, de lo que el espectador puede deducir que todas las bailarinas iban bebidas), un par de números de la pretendidamente exótica hermana de la pitonisa (Carmelita) que sirven para atrapar al pipiolo protagonista y un par más que no vienen demasiado a cuento (de hecho, destrempan e interrumpen cada dos por tres cualquier atisvo de acción o avance argumental) repletos de tipas que se mueven desincronizadamente ante una cámara fija. Mención especial merece el último de éstos, que se ve interrumpido por la aparición del grupo de escapados mixed-up zombis, tipos con una máscara ridícula de carnaval que se mueven de manera “monstruosa” y pegan algún mordisco (elemento este interesante de cara al futuro del subgénero).
Esforzándome en encontrar más elementos de interés uno puede citar la siempre agradable visión (con ánimo turistico y postalero) de los espectáculos de feria del Long Island white trash californiano, la aparición, en repetidas ocasiones, de espirales hipnóticas a toda pantalla, un elemento de regusto muy pop que siempre me ha hecho mucha gracia y el look genuinamente rockerillo de los tres jovenes protagonistas, destacando el hermoso tupé del amigo que al final se queda con la novia de peinado a lo B-52’S o Marge Simpson; de hecho, el tema de la peluquería sixties más camp y palurda es uno de los must de la función. Mención a parte merece el ayudante de la pérfida maga, un tal Ortega y que uno no sabe muy bien qué coño pinta pese a hacer gala de un pésimo maquillaje (incluso diría que le impide hablar a lo largo de todo el filme), y el ataque final de los monstruos antes comentados. En definitiva, una pieza de cine coolzetoso de regusto añejo que sólo resultará atractiva a los que, como yo, disfrutan del más rancio cine psicotrónico.
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