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27.8.07

EL SECRETO DEL ESTILO MANCO


Decía Pepo, en los concurridos comentarios a raíz de Planet Terror, que hay deficientes en la comprensión de símbolos. No está de más recordarlo al iniciar esta reseña ausente de la magnífica secuela del primer espadachín manco, usease, Return of the One-Armed Swordsman (Chang Cheh, 1968); como no está de más la relación con el enternecedor acto de amor al cine zombi de Rodriguez. Al fin y al cabo, la stripper que cambia su pierna por una ametralladora es hija directa del guerrero wuxia que pierde su brazo derecho para transformarse en el primer gran héroe por excelencia de la Shaw Brothers. Una lectura deficiente del símbolo se preguntará que cómo va a ser un manco el mejor espadachín. Nada más lejos de la realidad: lo que le convierte en héroe y en maestro es precisamente su mutilación, prueba palpable de sacrificio y superación.


Releyendo lo que escribí sobre la fundacional One-Armed Swordsman (Chang Cheh, 1967) veo que lo hice hechizado por una grandeza que me pilló desprevenido. La fascinación por un delirio tan sublime como El Luchador Manco y un filme tan mitificable como La Furia del Tigre Amarillo desviaban mi punto de vista. Y en los comentarios se habló de la inecesaria dignificación del wuxia porque el wuxia se dignifica sólo. Incluso más: si en un ejemplo tan majestuosamente diáfano como la primera peli de espadachines mancos hay que acabar referiéndose a su dignidad es que las deficiencias en la comprensión de símbolos se han apoderado de la interpretación canónica de la cultura popular.



Rollos a parte, debo reconocer que esta primera secuela ha vuelto a sorprenderme, por lo que estoy en condiciones de afirmar que el tríptico de Chang Cheh sobre héroes tullidos es de lo más grandioso que ha dado el cine pop chino en toda su historia. Y Return of the One-armed Swordsman un entretenimiento de grandiosa envergadura que he disfrutado sobremanera. A la maravillosa puesta en escena y colorido propios de la Shaw (que son un placer estético por sí mismos) hay que añadir que, sin alejarse demasiado el tono trágico de la primera (aunque sí despojándose de parte de su solemnidad) como buena secuela de serie bé acude a la mejor vía de superar lo anterior: el espectaculo desmelenado puro y duro.



El maestro Fang, el espadachín manco, vive retirado convertido en granjero junto a su esposa, tal y como le prometió al fin de la primera película. A él acuden los ancianos líderes de las mejores escuelas pidiéndole ayuda para combatir a la nutrida banda de los Ocho Reyes de Espadas, un grupo tan pérfido como pintoresco que busca exterminar cualquier competencia marcial. Cada uno de los Ocho es hábil y casi imbatible en sus propias técnicas y armas tuneadas. A saber: Hércules, una mole armada con un grandioso sable; Dragón Venenoso y su espada que tan pronto expande humo como dispara dardos envenenados cual ametralladora; Ruedas Giratorias y su espada circular del tipo guillotina voladora; Guerrero Volador, un ninja silencioso y saltarín; Buddha del Infierno y su sable tipo hoz; Brazos de mono y su sorpresiva técnica de lucha enterrado en la arena; la Dama de las Mil Manos, fémina vil que utiliza sus encantos y un nutrido armamento oculto entre sus mangas. Todos ellos liderados por
el Rey Furtivo, de técnica secreta (a la postre una deliciosa y sorprendente pirueta argumental) y apoyados por un numeroso ejército personal y un par de lugartenientes también vistoso: los hermanos espadachines Blanco y Negro.









Fang (un Wang Yu enorme, acaso lo dudaban) rechazará ayudar. Los ancianos se enfrentarán a la banda, no sin antes pedir a sus hijos que no les acompañen; serán humillados y hechos prisioneros. Los Ocho enviarán una misiva a los hijos: si quieren que sus padres sean liberados deberán cortarse el brazo derecho. Quizá sea eso lo que enternezca a nuestro héroe (y, más importante, a su señora granjera), que decidirá liderarlos y sacar del armario su viejo sable roto; porque esta es otra, amigos de los símbolos: el espadachín manco no sólo es manco sino que también esgrime como arma una espada partida.

Alguno de los jóvenes discípulos ya se había automutilado el brazo, pero Fang lo tranquilizará. "Cuando te repongas te enseñaré el estilo de lucha manco" y comandará al grupo (todos vestidos de blanco, como mandan los cánones del héroe wuxia) en un viaje hacia la fortaleza de los Ocho en el que se irá enfrentando, uno a uno, a sus bizaros contrincantes. El ya clásico (pero entonces novedoso) esquema de la superación de pruebas que tanto ha influido en la industria del videojuego, con algunos momentos ciertamente memorables (el asalto de Dragón Volador a la posada, las artimañas sangrientas de la Dama de las Mil Manos, el enfrentamiento en el bosque de bambúes) hasta un final nuevamente trágico y crepuscular que utiliza el salvajismo y ensañamiento del grupo de ancianos maestros (y no les digo más: véanlo ustedes mismos) par areincidir en el mensaje poco épico sobre la tragedia que acompaña el camino de los héroes chinos.



La película, como les digo, es divertidísima y se ve en un plis plás, y al igual que la primera tiene una enorme trascendencia para el futuro del cine de artes marciales (entonces gestándose, recuerden que es de 1968): el esquema argumental del paso de pantallas así como la nutrida galería de armas y técnicas bizarras a superar. Dos vistosos elementos argumentales que exploitear o desarrollar como sólo en el Lejano Oriente saben hacer.




Aunque eso no es todo, la película es de lo más generosa en multitud de aspectos: primitivos efectos de cable, sangre a destajo (la chillona sangre de la Shaw), ridículos flashbacks (y flashforwards) románticos a cámara lenta (no exentos de utilidad narrativa y cierta consciencia de lo que son: uno de ellos regresa al presente abruptamente con violencia sanguinolenta), masacres, el gran Wang Yu desplegando chulería a raudales, masacres, delectantes chinos malos, una sangría de héroes jóvenes como nunca se ha visto, descontrol en el cómputo de ejércitos (da igual cuantos mueran y cuantos componen cada bando: se reproducen por generación espontánea), primigenias acepciones del peligro ninja (muy importante), el desfile de todas las estrellas de la Shaw de la época, masacres y , especialmente, un festival de sobradas destinadas a generar el aplauso inmediato y el gritito de satisfacción del espectador, que al fin y al cabo es tan o más importante (digno) que una buena fotografía o un símbolo que interpretar de manera deficiente. Yo es que me lo he pasado de puta madre con ella y eso siempre es un valor a reivindicar.


Este post es la tercera entrega de la serie A este chino le falta un Miembro

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