La CIA era un caos cuando Tony Mendez llegó a su mesa la mañana siguiente. La gente corría por los pasillos, agarrando ficheros y papeles. En las mesas se apilaban cables “flash” – los mensajes de la más alta prioridad posible, reservados sólo para situaciones de guerra.
Mendez, de 38 años, había servido en la agencia durante la Guerra de Vietnam. Pero esto era aun peor. Al menos en Vietnam, los Estados Unidos tenían un gobierno en frente al que dirigirse. Pero en Irán, el Ayatola Jomeini y el Consejo Revolucionario se negaban a negociar. Sin ningún canal diplomático abierto, los esfuerzos clandestinos eran la última esperanza. Desde que la revolución había comenzado un año antes, la mayor parte de la infraestructura de los servicios de inteligencia de la CIA en Irán había sido destruida. Como antiguo jefe de la Sección de Ocultación y responsable en funciones de la División de Gráficos y Autentificación, Mendez supervisaba la logística de las decenas de miles de identidades falsas mantenidas por la CIA. Y sabía que solo contaban con tres agentes y que todos ellos habían sido capturados en la embajada.
En un principio, Mendez pensó que su trabajo consistiría en liberar a los rehenes. Había comenzado a entrenar agentes para penetrar en Irán, empleando 90 febriles horas en elaborar un plan llamado “Operación Guardaespaldas”, en la cual un doble muerto del Sha sería utilizado para negociar con los iraníes la liberación de los rehenes. Era un plan estupendo, pensaba. Sin embargo, la Casa Blanca lo rechazó.
Unas semanas después de la toma de la embajada, Mendez recibió un memorando del Departamento de Estado clasificado como secreto. Las noticias eran asombrosas. No todo el mundo en la embajada había sido capturado. Uno pocos habían escapado y permanecían escondidos en algún lugar de Teherán. Tan solo un puñado de miembros del gobierno conocía todos los detalles dado que los asesores de Carter y el Departamento de Estado no quería proporcionar ninguna pista a los iraníes.
Mendez había pasado catorce años en la Oficina de Servicios Técnicos de la CIA – la parte de “la compañía” famosa por haber colocado explosivos en los puros de Fidel y por haber utilizado gatos con micros para realizar escuchas. Su especialidad era el uso de “cambios de identidad” para sacar a los agentes de situaciones complicadas. En una ocasión transformó a un agente negro y a un diplomático asiático en hombres de negocio de raza caucásica – utilizando caretas que les hacían parecer dobles de Victor Mature y Rex Harrison – para que así pudieran reunirse en la capital de Laos, un país bajo estricta ley marcial. Cuando un ingeniero ruso necesitó entregar unas películas con detalles extraordinariamente delicados sobre el nuevo jet super-MIG, Mendez ayudó a los portadores de la CIA a despistar a los agentes del KGB que les seguían vistiéndoles de repartidores de "jack-in-the-box," una cadena de comida rápida. O si un agente aprovechaba un momento de confusión para escurrirse en el interior de un coche, en ese momento era sustituido por un maniquí dotado de un resorte para así simular que continuaba en el asiento del pasajero. Mendez había ayudado a cientos de agentes amigos a escapar del peligro sin ser detectado.
Para la operación de Teherán, su estrategia era directa: Los americanos tendrían que adoptar identidades falsas, atravesar andando el aeropuerto de Mehrabad y subirse a un avión. Por supuesto, para que este plan funcionara, alguien tendría que introducirse en Irán, contactar con los escapados, proporcionarles las falsas identidades y colocarles más allá del alcance del cada vez más traicionero aparato de seguridad iraní.
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