¿Han visto ustedes Ong-Bak? Loaba sus virtudes como filme de acción y hostias hace ya bastante. Rebusquen en las catacumbas de este Blog Ausente que no tengo tiempo de linkarlo. Así que acudí a la tailandesa Born to Fight dispuesto a pasármelo pipa, al fin y al cabo es de los mismos productores y su director era el coreógrafo de aquella.
Pero vayamos por (breves) partes. El argumento de Born to Fight es igual de idiota que el de aquella, y las hostias, ya les advierto, son diferentes. Aquí, de codazos en el cráneo, uno (y lo bautizan como El Martillo de Tor). Eso que quede claro.
La historia, sin desvelar nada importante, va de secuestro de una población rural a manos de un ejército terrorista. Lo que no saben los terroristas es que entre los rehenes hay unos cuantos representantes del equipo olímpico tailandés en viaje humanitario. Y cuando el equipo olímpico tailandés se cabrea la cosa es memorable. Y es que el filme tiene unos cuarenta minutos finales de acción desbocada. Festival de saltos, patadas, acción bruta y escenas que arrancaban el aplauso de una platea dispuesta al divertimiento.
Un auténtico festival del stunt suicida. Si no palmó nadie durante el rodaje pueden dar gracias a Buda. Ese es el leit motiv de la película. Todo está en función del espectáculo. Es ilógico que una carretera se termine y debajo haya un pueblo de chabolas, pero es que lo importante es tirar un enorme camión por el barranco y ver reventar todas las casitas. Es imbécil que a los terroristas fuertemente armados les de por enfrentarse al bueno con leños convertidos en teas al rojo vivo, pero es que lo importante es darse de jumos con teas ardientes. O que el futbolista sea capaz de tumbar terroristas a distancia a base de pelotazos con efecto. Por tener tiene hasta su momento Crippled avengers. Y así todo el rato en un must de espectáculo a la tailandesa que, a la práctica, acaba siendo puro delirio.
Habrá quien opine que como película es mala. Si claro, es cierto. O no. porque... ¿Y lo bien que te lo pasas? Y es que es eso. Como espectador difrutas y alucinas y eso, amigos, no tiene precio. Y dos detalles antes de acabar. No se pierdan los títulos de crédito finales, se dedican a recuperar escenas del rodaje y podrán comprobar como hacerse daño, se hacen. El otro es un plus de bizarrez para el espectador occidental: el filme tiene unos exageradísimos momentos de nacionalismo tailandés. Pero que muy exagerados. Y para alguien como yo, a quien lo del nacionalismo tailandés le suda un huevo, la cosa se convierte en pura sicotronía de himnos nacionales, símbolos y banderas, rozando el surrealismo borderline.
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