La blaxploitation tiene tres títulos clave que marcan su nacimiento y su éxito: la adaptación de la novela homónima del gran Chester Himes Algodón en Harlem (Cotton comes to Harlem; Ossie Davis, 1971), la rompedora y vanguardista producción independiente Sweet Sweetback's Badaaasss Song (Melvin Van Peebles, 1971) y el éxito que supone Las noches rojas de Harlem (Shaft; Gordon Parks, 1971). Pero inmediatamente antes de la blaxploitation hay una serie de películas colindantes nacidas al amparo de los movimientos civiles norteamericanos y realizadas cuando Hollywood decide romper algunos tabúes y cadenas. Uno de los títulos importantes dentro de ese género previo sería Tic, tic, tic (...tick...tick...tick...; Ralph Nelson, 1969), filme hoy bastante olvidado pero recomendable.
Vista hoy, Tic, tic, tic aguanta bien el tipo, aunque curiosamente ha perdido buena parte de su potencial como cine de denuncia para convertirse en un retrato más bien amable de una comunidad que vence el problema racial y se moderniza por el camino. El argumento gira alrededor de la irrupción de un nuevo sheriff, elegido democráticamente, en el condado de Colusa (Califormia). La nueva fuerza del orden resulta ser un negro cachas e idealista, encarnado en el icónico Jim Brown en el mejor momento de su carrera como actor (llegado, como tantos otros, del mundo del deporte profesional). Colusa es un pueblo rural y segregado, con la sombra del Klan correteando por ahí y donde la población blanca y palurda rechaza tamaño cambio mientras la negra (aún más palurda) espera un giro social radical que, obviamente no se producirá nunca. Así que la situación se convierte en un polvorín a punto de estallar y que se resuelve con una comunión comunal ante la aparición del rival territorial, es decir, el condado vecino. Me resulta muy gracioso y, al mismo tiempo, tremendamente racional. Me explico.
El sheriff negro detiene a un joven acusado de homicidio al causar, borracho, un accidente de tráfico en el que muere una niña. Ambos son blancos. El joven resulta ser hijo del terrateniente del condado vecino, que también es racista y que reúne a todo su pueblo para atacar la comisaría de Colusa y liberar a su hijo. El sheriff negro tiene un problema, porque inicialmente los blancos de su localidad, que son quienes más ayuda le pueden prestar, pasan de él. La cosa es un poco como Solo ante el peligro. Al final, en el último momento, deciden acudir al rescate porque el sentimiento territorial les puede más que el racista. Villabajo deja a un lado el problema, y lo soluciona, porque lo de Villarriba no se puede permitir. El odio vecinal puede con todo y los negros de Colusa serán negros, pero son de Colusa.
Desde el punto de vista del héroe negro, ese sheriff idealista, hay que decir que su personaje queda empobrecido por la presencia del verdadero héroe de la función, el antiguo sheriff blanco, interpretado por un estupendo Arthur Kennedy. Un hombre cuya profesión es vocacional y que empieza a debatirse entre hacer el boicot a quien le ha quitado el trabajo o ayudarlo, hasta el punto que al final decide convertirse en su ayudante. Un blanco al servicio de un negro, nada menos, es el verdadero acto heroico de la película. Al personaje, además, le ayudan las escenas de su vida en pareja, con una esposa pesada como pocas que regala un par de momentos de comedia costumbrista (sección matrimonial) que, curiosamente, son hoy lo mejor de una película de temática racial. 40 años más tarde es más bien una amable descripción coral de un pueblo rural sometido a la modernidad impuesta desde fuera.
