MACHO TOWN

Podemos decir que Bucktown (Arthur Marks, 1975) es una blaxploitation tardía, porque el subgénero explota (nunca mejor dicho) y cae víctima de la combustión espontánea en un periodo muy breve de tiempo. Construido como estaba, con una de sus principales columnas en el protagonista convertido en action hero casi solitario, una de las primeras maniobras para alargar algo su vida fue el choque de titanes, es decir, juntar a dos de las estrellas del star system negro. Así que en Bucktown se juntan Fred Williamson y Pam Grier. Ahí es nada. De todas formas, justo es reconocer que en ese aspecto la película fracasa, porque Pam, que con sus papeles de mujer dura y de armas tomar se ha labrado un icono que aún perdura, se ve aquí reducida a jamona objeto del deseo que chilla y sufre mientras el macho alfa de Fred se lía a mamporros para poner las cosas en su sitio. Una pena que deja un tanto evidencia y un poco en pelotas al subgénero, dejando ver que en sus esquemas la super woman negra lo es por carencia de machos.

Bucktown es entretenida, claro que sí. 100% cine de ghetto, barato y cool, por muy plana (planísima) que sea la labor de Arthur Marks, un tipo cuya filmografía se compone de series de televisión (Perry Mason, Starsky & Hutch) sólo interrumpida por un breve periodo dedicado a la elaboración de blaxploitations (Detroit 2000, Friday Foster, J.D.’s Revenge y la que me ocupa). Por ahí hay poco de rascar, ni siquiera ese ramalazo documental que suele brillar en las escenas de callejeo suburbano.

La historia, además de cuatro hostias bien dadas y la chulería propia que se desprende de todas estas pelis, plantea algún punto de interés. Por ejemplo, la del negro cool del norte de los EEUU que se planta en una ciudad del Sur para acudir al entierro de su hermano y cobrar la poca herencia: un garito after del barrio negro al que los blancos van a tomar la última copa. Allí descubre que los policías del lugar actúan como gángsters (racistas) por muy negro que sea el alcalde. Al tipo más bien se la suda el tema, pero, por un lado, se cuestiona su chulería, y no hay nadie más chulo que Fred Williamson y su largo cigarro. Además, al macho man le enternecen los amigos de su difunto hermano: la jamona (Pam), el negro gordo y borracho y el niño que ejerce de enlace entre clientes y putas. Menudo arquetipo, el del negrito de los bajos fondos y su slang infantil para blancos (Michael Jackson también fue uno de esos). Ya sabemos que da mucha risa y el personaje, por cierto, al final, cuando ganan los buenos, es enviado al colegio. Toma ya subversión blax.

"Yo no soy un chulo, soy Walt Disney y esto es Disneylandia"

El otro elemento de interés, quizá el más importante, es el giro del enfrentamiento, que empieza negros contra blancos y acaba en hermanos contra hermanos. Para contrarrestrar al sheriff corrupto y sus cuatro ayudantes pueblerinos nuestro héroe llama a sus amigos, cuatro negratas de la gran ciudad que liquidan el tema en un plis plás macarra; lo que pasa es que luego toman el lugar de aquellos (estrella de la ley incluidas) y se hacen los amos de la ciudad. Es ahí cuando Fred Williamson, al final, tendrá que actuar al grito de: lo vuestro es peor porque antes nos explotaba un blanco y ahora un hermano.

La peli, como digo, es más que entretenida, y como buen producto de derribo está lleno de incoherencias y suspensión de la incredulidad. Por ejemplo, esa elegría desvergonzada con que se asesina a las fuerzas del orden y se toma su lugar, sin problemas ni inconvenientes. Al final, el asunto se resuelve a hostias, que es como se hacen la cosas en una ciudad de machos, y más si son alfas y machos.