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4.8.09

CADA SEMANA, UNA EMOCIÓN

Continúo recuperando textos de Alfons Figueras para Nueva Dimensión. En esta ocasión Cada semana, una emoción: la ciencia ficción en cuadernillos, procedente del número 5 (septiembre de 1968) de la mítica publicación y dedicado a repasar brevemente la historia de la novela seriada de género fantacientífico, publicada por entregas y en cuadernillos. Disfruten, pues, de la sabiduria y pasión de Alfons Figueras.


Seguimos desempolvando, para nuestros lectores, los comienzos de la ciencia ficción en España, comienzos que son casi paralelos a los inicios de nuestro siglo. Hoy le toca el turno a aquellos fascículos que en nuestra infancia, nos adentraron por primera vez en las maravillas de un futuro fascinante: los conocidos popularmente como cuadernillos “de a diez céntimos” o “novelas por entragas”.

Viaje al fondo del mar, Perdidos en el espacio, Los invasores… Todas estas aventuras que nos ofrece la pequeña pantalla tienen sus antecesores en el mundo de antes de la televisión: los fascículos o cuadernillos de aventuras que cada semana, expuestos en los kioscos, nos alegraban la vista con sus portadas de brillantes colores, representando escenas fantasmagóricas y escalofriantes en las que muchas veces la fantasía del dibujante superaba a la del autor del texto. Estos fascículos, que se vendían a un precio, ahora inverosímil, que oscilaba entre los diez y los treinta céntimos de peseta, proporcionaban por aquel entonces las emociones que ahora nos da la televisión (muy avaramente en estas latitudes) y los “comic books”.

Es en los Estados Unidos, a finales del pasado siglo, donde la firma Street and Smith, la misma que en 1933 publicaría el éxito mundial Doc Savage y por entonces especialista en Dime Novels, lanza al mercado esta nueva formula de edición barata que luego será introducida en Europa por el editor alemán A. E. Eichleir, con ramificaciones en todo el continente. En España y a principios de siglo las editoriales Granada (posteriormente Atlante), Sopena, Araluce, y otras de menor importancia, invaden el mercado con emocionantes fascículos de tremebundas aventuras. Y es entonces cuando, en medio de las avalanchas de Sherlock Holmes y Raffles apócrifos, y de las extenuantes cabalgadas de Buffalo Bill y de otros tantos héroes del Far West, aparecen los primeros atisbos de ciencia ficcion.

La editorial Araluce publica La guerra infernal, obra original de Pierre Giffard, escritor popular francés del pasado siglo, que constaba de treinta y cuatro fascículos, con portadas a todo color y cuatrocientas sesenta ilustraciones interiores en blanco y negro magistralmente dibujadas por el genial Robida. En esta obra se describe una terrible guerra, en un futuro ya muy rebasado, que envuelve a todo el mundo. Se describen, para aquella época, portentosos y revolucionarios aparatos científicos y bélicos. Las aceras móviles, la placa telefotográfica (una especie de televisión), los telegramas luminosos fijados en las terrazas, el aerobús, la infantería alada, los barcos de cristal, las maravillosas máquinas voladoras “sube-al-cielo”, los fonogramas, los hombres cangrejo.

Los dibujos de Robida describiendo estas maravillas son francamente subyugantes; aviones, submarinos y toda clase de artefactos descritos por Giffard son fielmente plasmados por el genial dibujante. Y, si bien mirados en forma analítica en el día de hoy, las concepciones nos resultan ingenuas, su tremendo valor intrínseco, si es que tenemos presente la época en que fueron realizados estos trabajos, es incontestable. Al menos, en lo que a la parte gráfica se refiere, el aficionado podrá ver el origen de las ideas en las que se basaron posteriormente muchos de los ilustradores de ciencia ficción de los años veinte y treinta. Pero igual que en Francia, una vez terminada la colección de fascículos se tuvo la desgraciada idea de publicarlos encuadernados en dos grandes tomos… ¡sin las magnificas portadas a color de Robida! Actualmente, y aún con mucha dificultad, esto es lo único que puede encontrarse. Los cuadernillos con las portadas ya están en poder de coleccionistas, que es lo mismo que decir que se los ha tragado la tierra.


Otra interesantísima y curiosa colección fue publicada, posteriormente, por Editorial Sopena: Aventuras fantásticas de un joven parisién, obra debida a la inspirada pluma de Arnould Galopin. Aparecida originalmente en Francia en el año 1908, en una edición de la casa Jules Tallandier, especialista en la publicación, en el país vecino, de narraciones en fascículos en las que los autores galos mas afamados en el género fantástico tuvieron acogida, especialmente en Journal des Voyages (entre ellos se hallaban el Comandante de Wailly, Paul D'Ivoi, Louis Boussenard), y dignos rivales de la famosa firma A. E. Eichler, de Dresde, esta obra fue presentada en España en un formato exactamente igual al que vio la luz en Francia, con las mismas planchas litográficas y grabados interiores, amén de una cuidada traducción.


Arnould Galopin, que junto con el conde Henry De la Vaulx, laureados por la Academia Francesa, habían realizado en colaboración varios trabajos literarios famosos en todo el mundo, se lanza aquí, sólo, igual que en su anterior Docteur Oméga (una pequeña obra maestra de ciencia ficción desconocida en España), al descubrimiento de mundos desconocidos; concretamente Las Aventuras de un joven Parisién transcurren en el planeta Marte, en donde los sucesos más fantásticos eran seguidos, seguramente, con pasmo y asombro por los lectores de aquella época. Las portadas de esta colección debidas al pincel de E. Bovard, aunque inferiores en calidad técnica a las de Robida en La guerra Infernal, eran sumamente sugestivas, ya que el relato, al describir pura fantasía, daba más alas al dibujante, permitiéndole realizar escenas verdaderamente sensacionales. Bovard, para mi, es el antecesor directo del dibujante austriaco Paul, el que luego, trasladado a los Estados Unidos, se convertiría en el ilustrador preferido en las innumerables publicaciones de ciencia ficción del gran Hugo Gernsback.


En España, si exceptuamos la aparición de Miráculas, de original también francés, del autor H. de Volta, editada por la Editorial Subirana en 1925, que no obtuvo un gran éxito debido a la mala calidad de sus portadas, en las que la fantasía brillaba por su ausencia (algo imperdonable, ya que en el mundo de los fascículos, consumidos por un publico popular, lo primordial era que la serie entrara por la vista, quedando el texto como algo secundario que, si no defraudaba, mejor que mejor); hay un lapso de tiempo en que la incipiente ciencia ficción aparecida en los fascículos desaparece de nuestro mercado.


En los Estados Unidos, gracias al gran nivel de vida del país y a la prodigiosa difusión que alcanzan allí las publicaciones, de los fascículos de gran tamaño se pasa al “pulp”; el cual, aunque de precio baratísimo (10 centavos de dólar), no puede considerarse como un cuadernillo o fascículo, ni mucho menos. El pulp, amen de contener novelas mas o menos largas junto con narraciones, reúne otras características que lo convierten ya en un magazine popular. Es en este tipo de publicaciones en el que Gernsback realiza su experiencia de pasar de las revistas de divulgación científica, amenizadas por curiosidades y relatos, a las primeras publicaciones totalmente dedicadas a la ciencia ficción, con las que revolucionaria el mundo de la literatura popular.


Así es que, aunque iniciados en América por la casa Street and Smith, es en Europa donde alcanza su mayor auge el desarrollo de los cuadernillos, continuando con un empuje creciente durante la década de los anos veinte. Entonces, aunque en Francia aparecen colecciones de fantasía escritas por los infatigables Louis Boussenard (con Les secrets de monsieur Synthèse, publicada en 1888, se colocó entre los adelantados de la ciencia ficción en Francia), Paul D'Ivai (L’automovile de verre), y José Moselli (Le voyage eternel ou les prospecteurs de l'Infini), etc.., en España hay un dominio total de los detectives, vaqueros, ladrones de guante blanco, piratas y todo tipo de personajes que forman el pintoresco grupo de la aventura desenfrenada, incluyendo en él a las calaveras luminosas. Son contados los casos de incursión en terrenos colindantes con la ciencia ficción. Por ejemplo, Iberia publica en series de siete cuadernos, algunas obritas francesas de Jean de la Hire y Jean Bonnéry. Poca cosa mas hay en lo que a fascículos se refiere.


Es curioso ver como en esta época ya se entreveía la ciencia ficción, o algo muy parecido debía “estar en el aire”, ya que aparecen destellos de este género singular incluso en algunos episodios sueltos de cuadernos ¡del Oeste!, o de otros géneros no relacionados en nada con ella. oncretamente se da esto en la publicación El Sheriff (1929-1934), en varios de sus fascículos como El doctor X. Es también curioso señalar que Prensa Moderna, la editora de Madrid a la que se debe la primera época de El Sheriff, fue la primera que dio a conocer las obras de Ray Cummings, A. Hyatt Verrill, Ellis Parke Butler, Rusell Hays y tantos otros que por aquel entonces formaban el ejército literario de Hugo Gernsback.


Ya entrados los años treinta, y en plena decadencia de los fascículos, barridos por las publicaciones gráficas y por los libros de aventuras editados en rustica, en los que ya se pueden leer obras de calidad en dicho género, es cuando entre los intentos de reedición de personajes caducos (ya sin el aditamento de las planchas que los ilustraban, desfasadas en el tiempo y sin interés mas que para el coleccionista) aparecen varias colecciones de pseudo ciencia ficción, debidas muchas de ellas al equivalente español de José Moselli: J. Canellas Casals (Khunzivan el terrible, Un viaje al planeta Marte, El titán de los mares, El círculo rojo, Mackwan) y que más adelante se dedicó a los guiones gráficos de gran fantasía y, posteriormente, escribió obras de mayor envergadura, entre las que se puede citar la moderna Después de la bomba H.


La presentación de estos cuadernillos, los últimos aparecidos en España, era en un formato pequeño. El texto estaba ya dedicado principalmente a un público infantil y, sin embargo, sus sencillas portadas de brillantes colores planos tenían un encanto especial que ahora, al hojearlas de nuevo, nos devuelven a aquellos tiempos, tiempos dorados en los que, gracias a estos ingenuos cuadernillos, tomamos afición a todo lo que significa maravilla, magia y fantasía. Para muchos niños afortunados, estos inverosímiles cuadernillos fueron sus más queridos cuentos de hadas.

Alfons FIGUERAS

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