Ya dije en una ocasión que la serie de animación Scooby Doo (en concreto la original, emitida entre 1969 y 1971) me parece una maravillosa muestra de Gótico Americano moderno muy poco reivindicada. Lo escribí cuando en medio de la lectura de American Ghotic: el cine de terror USA (1968-1980) encontré a faltar mención alguna en medio de una obra de recorrido tan exhaustivo como la mentada. Entiendo que la disyuntiva truco o trato (es decir: las historias de género fantástico pueden tener una conclusión racional o una fantástica) hace que se desprecie a las primeras: hay una cierta decepción cuando el monstruo del pantano resulta ser un vecino disfrazado para ahuyentar turistas, y eso, en Scooby Doo, sucede siempre. Quizá para que el público al cual va destinado no sienta miedo a la finalización del episodio.
Aún así, resulta una serie muy reivindicable cuando uno la visiona a edad adulta ya que el recorrido a lugares comunes del género de terror que realiza es realmente delicioso. Caserones, pantanos, monstruos clásicos, lugares abandonados. Y todo ello con un diseño gráfico que es para quitarse el sombrero. Andaba yo repasando episodios junto al pequeño absencito cuando me llamó la atención esta secuencia:
La pelirroja Daphne a punto de ser pillada por un gancho. Seguimos mirando episodios y me encuentro con esta otra imagen:
Fred, el guaperas de la serie, pillado de nuevo por un garfio. Inmediatamente recordé una de las mejores escenas de la historia del cine de horror, perteneciente a esa obra maestra que es La Matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974).
Me refiero a la escena en que Caracuero cuelga a una de las víctimas de un gancho para ganado. La escena es modélica en cuanto a montaje y diseño visual; provoca que el espectador sienta el escalofrío y el dolor del metal atravesando su espalda sin necesidad de mostrar el suceso en sí, de manera explícita (pueden ver la escena aquí). De hecho, una de las razones por las que La matanza de Texas original es una obra maestra es ese recuerdo que tiene todo el mundo de ella según el cual se trata de una película gore llena de sangre y tripas, recuerdo erróneo dado que la explicitez de visceras y entrañas no es tal: en realidad recurre bastante a la sugerencia (y la banda sonora juega ahí un papel fundamental).
El paralelismo entre Scooby Doo y La Matanza de Texas no se limita sólo a la presencia de ganchos. Hay, en realidad, un elemento aún más fundamental: la camioneta.
En ambos casos se cuenta la historia de un grupo de jóvenes que recorre la América Profunda en camioneta para darse de bruces con El Cabrón del Campo. De hecho, ese es un factor clave del moderno gótico americano (cuyo primer gran precedente claro sería Psicosis). Aún así, el evidente vínculo entre las camionetas de Scooby Doo y La Matanza de Texas procede, en realidad, de un mismo mito pOp: los Merry Pranksters (Alegres Bromistas) de Ken Kesey.
Inmortalizados por Tom Wolfe en su imprescindible Ponche de Ácido Lisérgico (1968), el grupo hippie heredero directo de la generación beat recorrió los EEUU repartiendo dosis de LSD allá por donde pasaban. Problemas tuvieron muchos, pero afortunadamente no murieron por el camino (de actos violentos, alguna ingesta química mortal sí la hubo), como sí sucedía en otro título tan clave como mítico: Easy Rider (1969), en realidad acertada metáfora (al igual que La Matanza de Texas) en la que el sueño americano en su versión jipi (repleto de flores, amor y lisergia) iba a acabar engullido por el gótico americano, es decir, por el Cabrón del Campo americano (o por su propio monstruo interior encarnado en Charles Manson). Texas, por cierto, se muestra a los foráneos como un lugar inhóspito al que los presidentes van a morir (JFK), o del que surgen revestidos de ese conservadurismo reaccionario y violento (Bush Jr.).
La metáfora se hizo así realidad aunque los iconos originales, los Merry Prankters, no sufrieran tan directamente el acoso de la América Profunda, y es ahí donde pienso, entonces, que quizá fuera Scooby Doo la más cercana y positiva representación pop de la banda jipi de Ken Kesey. Quizá el grupo de jóvenes que viaja a bordo del Mystery Machine acompañados de un gran dogo parlanchín fueran tan puestos de acido lisérgico que la América Chunga cobrara forma de monstruo clásico y, una vez pasado el viaje, descubrieran que la criatura del pantano era en realidad un lugareño dispuesto a aterrorizar a los modernos urbanitas, portadores de vicio y corrupción.
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