No creo necesario extenderme demasiado en remarcar la genialidad de The Black Cat (Edgar G. Ulmer, 1934), aquí pintorescamente retitulada como Satanás. Su condición de clásico de la Universal hace que rastrear reseñas cinéfilas sea sencillo. También es cierto que la no presencia de un monstruo icónico oculta un poco su existencia por mucho que se tratara del primer encuentro entre Bela Lugosi y Boris Karloff, o de llamar a Poe en su título original casi de manera exploitativa, ya que no puede hablarse ni tan siquiera de adaptación libre. Esa dualidad, la adoración cinéfila (con la que coincido), y su aparente olvido obedecen a razones de peso: es una de las películas más extrañas, enfermizas, malsanas y bizarras de la época. Una pieza única y fascinante sobre la que me gustaría destacar algunas cosas (y sí, hay spoilers).
Las Brumas del Sueño Malsano
Que una pareja de recién casados comenten que se han quedado con hambre tras la noche de bodas tiene una evidente doble lectura sexual, pero mucho más inocente que las que van a continuar a lo largo del resto del metraje. En 1934 el código Hays estaba a punto de entrar en funcionamiento, y Satanás escapó por los pelos, no sin polémica. Necrofilia, satanismo, relaciones sexuales casi incestuosas y el despellejamiento como tortura son algunos de los elementos fáciles de detectar en el filme. Todo visualmente envuelto con majestuosidad a cargo de un Edgar G. Ulmer criado en el expresionismo y que después de Satanás (que fue un éxito) tuvo que conformarse con seguir su carrera esquinado en la serie bé y el bajo presupuesto. De todas formas, el punto de partida no es el colmo de la originalidad. Una pareja de recién casados (él escritor de novelas de misterio) viaja a Europa, conocen a un Vitus Werdegast (Lugosi), un siniestro psiquiatra que regresa a su tierra tras ser liberado como prisionero de guerra, sufren un accidente y se ven obligados a tomar refugio en la mansión del aún más siniestro arquitecto Hjalmar Poelzig (Karloff), sobre quien Werdegast planea venganza.
La Bauhaus gótica
Uno de los elementos sobre los que más se llama la atención al hablar de Satanás son los decorados que representan la mansión de Poelzig y que acuden directamente, además del antecedente expresionista en el que se había educado Ulmer como cineasta, a las corrientes arquitectónicas de entreguerras: la Bauhaus, Mies Van der Rohe o Frank Lloyd Wright. Arrebatadoramente modernos, su presencia escénica es total, pero al mismo tiempo supone una curiosa y poco explorada variación: Satanás es una película gótica, muy gótica, pero al mismo tiempo rehuye de las telarañas y las ruinas mientras busca el tenebrismo en la modernidad, un concepto revolucionario. Las puertas no chirrían entre crujidos sino que se abren con silenciosos mecanimos giratorios y hasta los relojes numéricos (entonces signo del futuro) resultan tan o más inquietantes que las campanadas de medianoche.
La arquitectura del mal
Más allá de la Bauhaus gótica, llama mi atención la introducción de un elemento poco explotado en cine: la arquitectura como algo más que un a simple construcción humana para ser habitada, la arquitectura como álgebra del mal que sirve para potenciar lo sobrenatural de manera voluntaria, un concepto que ha cultivado Argento como director (Inferno) o productor (El Engendro del Diablo) y poco más. Como bien se explica en la película, la mansión de Poelzig está construida sobre el lugar de una matanza acaecida durante la Primera Guerra Mundial. Y el lugar de la construcción no es casual. Las referencias a la historia sobre la que reposan los cimientos de la casa y a como se respira una "atmósfera de muerte" son constantes. La modernidad construida sobre la sangre del pasado. Europa como paraíso de la estética del M.A.L.
Nosotros somos los muertos
El encanto de la mujer muerta
Satanás es una fiesta necrófila alrededor de la imagen de la mujer muerta, conservada casi en formol con extrema palidez y obvia sumisión. La necrofilia a flor de piel de Satanás se revela, más allá de detalles, en dos largas escenas. En la primera, Karloff recorre los sótanos de su mansión y el espectador descubre que allí guarda una nutrida colección de mujeres muertas, conservadas en vitrinas, en blanco y pícaro satén. Poco o nada se explica de su procedencia con la excepción de Karen, la mujer de Lugosi que luego fue esposa de Karloff, allí, allí en su vitrina, suspendida fantasmalmente en el aire. «¿No es hermosa? Quería conservar su belleza para siempre.» explica Karloff en la segunda gran escena de adoración necrófila.
Escenas de un Matrimonio
Hay incesto en Satanás, pero putativo. Tras la muerte de Karen es la hija de ésta quien se convierte en nueva esposa de Karloff. La vemos en la cama, reposando casi muerta, en una escena matrimonial que no por habitual fue cara de ver en los cines. El marido, a su lado, lee; pero... ¿Qué lee Karloff?
El rito satánico
Satanás es la primera película en la que se recrea una misa satánica, y deberemos remontarnos a los 60's para volverlas a ver en el cine comercial. Eso, por si sólo, es una de las razones que convierten el filme de Ulmer en un rara avis.
Karloff se las quiere tirar a todas
Hay algo terriblemente sexual en el personaje de Karloff, lo cual no deja de ser curioso. Recorre con su batín las estancias de su mansión, guarda muertas en los sótanos, roba esposas y luego hijas, sus acólitas satánicas son sobre todo mujeres, pero, sobre todo, la presencia de una nueva fémina en la mansión, la esposa del escritor, lo pone cachondo. La mira con descarada lujuria y mientras observa cómo besa asu marido acaricia y posee estatuillas de desnudo.
El héroe como ente difuso.
Satanás tiene dos personajes masculinos adscritos a las filas del bien y, por tanto, enfrentados a Karloff. El primero es el escritor encarnado por David Manners (habitual galán de las pelis de la Universal), el segundo no está tan claro y es Lugosi, un hombre en busca de venganza, con fobia a los gatos, que tiene una muy peculiar manera de defender a la esposa del anterior, objeto del deseo de Karloff: jugársela al ajedrez. No sólo eso, la venganza puede más que el bien y acabará despellejando vivo a su enemigo. Ante tamaños actos la muerte de su personaje parece inevitable, lo que no es tan normal es que sea el otro, el héroe verdaderamente moral, quien lo mate por error. Giremos la perspectiva: el héroe moral mata por error y se queda tan ancho. Satanás es definitivamente una película extraña.
El chiste anticlimático
La última razón de Satanás es que acaba con chiste. Un chiste anticlimático y sin gracia, porque el espectáculo ha sido tan ominoso, tan siniestro, tan malsano... las brumas del sueño malsano tan intensas, que cuando el escritor lee las críticas a su última novela la realidad ya no es la misma y las bromas no hacen gracia.
Las Brumas del Sueño Malsano
Que una pareja de recién casados comenten que se han quedado con hambre tras la noche de bodas tiene una evidente doble lectura sexual, pero mucho más inocente que las que van a continuar a lo largo del resto del metraje. En 1934 el código Hays estaba a punto de entrar en funcionamiento, y Satanás escapó por los pelos, no sin polémica. Necrofilia, satanismo, relaciones sexuales casi incestuosas y el despellejamiento como tortura son algunos de los elementos fáciles de detectar en el filme. Todo visualmente envuelto con majestuosidad a cargo de un Edgar G. Ulmer criado en el expresionismo y que después de Satanás (que fue un éxito) tuvo que conformarse con seguir su carrera esquinado en la serie bé y el bajo presupuesto. De todas formas, el punto de partida no es el colmo de la originalidad. Una pareja de recién casados (él escritor de novelas de misterio) viaja a Europa, conocen a un Vitus Werdegast (Lugosi), un siniestro psiquiatra que regresa a su tierra tras ser liberado como prisionero de guerra, sufren un accidente y se ven obligados a tomar refugio en la mansión del aún más siniestro arquitecto Hjalmar Poelzig (Karloff), sobre quien Werdegast planea venganza.
La Bauhaus gótica
Uno de los elementos sobre los que más se llama la atención al hablar de Satanás son los decorados que representan la mansión de Poelzig y que acuden directamente, además del antecedente expresionista en el que se había educado Ulmer como cineasta, a las corrientes arquitectónicas de entreguerras: la Bauhaus, Mies Van der Rohe o Frank Lloyd Wright. Arrebatadoramente modernos, su presencia escénica es total, pero al mismo tiempo supone una curiosa y poco explorada variación: Satanás es una película gótica, muy gótica, pero al mismo tiempo rehuye de las telarañas y las ruinas mientras busca el tenebrismo en la modernidad, un concepto revolucionario. Las puertas no chirrían entre crujidos sino que se abren con silenciosos mecanimos giratorios y hasta los relojes numéricos (entonces signo del futuro) resultan tan o más inquietantes que las campanadas de medianoche.
La arquitectura del mal
Más allá de la Bauhaus gótica, llama mi atención la introducción de un elemento poco explotado en cine: la arquitectura como algo más que un a simple construcción humana para ser habitada, la arquitectura como álgebra del mal que sirve para potenciar lo sobrenatural de manera voluntaria, un concepto que ha cultivado Argento como director (Inferno) o productor (El Engendro del Diablo) y poco más. Como bien se explica en la película, la mansión de Poelzig está construida sobre el lugar de una matanza acaecida durante la Primera Guerra Mundial. Y el lugar de la construcción no es casual. Las referencias a la historia sobre la que reposan los cimientos de la casa y a como se respira una "atmósfera de muerte" son constantes. La modernidad construida sobre la sangre del pasado. Europa como paraíso de la estética del M.A.L.
«Decenas de miles de hombres murieron aquí. En aquel barranco se apilaban capas de hombres muertos y heridos. En aquella alta colina donde ahora vive el ingeniero Poelzig estaba el fuerte Marmorus. Él construyó su hogar sobre los mismos cimientos del cementerio más grande del mundo. (…) Una obra maestra de la construcción erigida sobre las ruinas de la obra maestra de la destrucción. La obra maestra del homicidio.»
Nosotros somos los muertos
«Dices que tu alma murió... que has estado muerto todos estos años. ¿Y yo qué? ¿Acaso no morimos ambos aquí, en Marmorus, 15 años atrás? ¿No somos víctimas de la guerra como aquellos cuyos cuerpos fueron destruidos? ¿No somos muertos vivientes?»Nosotros somos los muertos vivientes. Lo leímos en el genial cómic de Kirkman, y se desprende de los zombis de Romero que pululan por el supermercado, pero ya está presente en una película de 1934 que pese a cierto halo de ominosidad zombi (la esposa que camina dormida por la droga, el criado mudo y robótico de Lugosi) no es propiamente Lo Zombi, o sí, pues desde que leí el Monster Show de Skal la importancia de la Primera Guerra Mundial en la gestación, junto al Crack del '29, de Lo Zombi se me ha revelado como clave. Y la Primera Guerra Mundial, más traumática que la Segunda, con sus trincheras, sus mutilados, sus gases tóxicos y su armamento steampunk en manos d eun ejército del siglo XIX. Los personajes de Lugosi y Karlof son muerto svivientes, y hasta la forma en que este último se levanta de la cama, aunque quizás quiera enlazar visualmente con el monstruo de Frankenstein que le hizo famoso, es el despertar de un resucitado.
El encanto de la mujer muerta
Satanás es una fiesta necrófila alrededor de la imagen de la mujer muerta, conservada casi en formol con extrema palidez y obvia sumisión. La necrofilia a flor de piel de Satanás se revela, más allá de detalles, en dos largas escenas. En la primera, Karloff recorre los sótanos de su mansión y el espectador descubre que allí guarda una nutrida colección de mujeres muertas, conservadas en vitrinas, en blanco y pícaro satén. Poco o nada se explica de su procedencia con la excepción de Karen, la mujer de Lugosi que luego fue esposa de Karloff, allí, allí en su vitrina, suspendida fantasmalmente en el aire. «¿No es hermosa? Quería conservar su belleza para siempre.» explica Karloff en la segunda gran escena de adoración necrófila.
Escenas de un Matrimonio
Hay incesto en Satanás, pero putativo. Tras la muerte de Karen es la hija de ésta quien se convierte en nueva esposa de Karloff. La vemos en la cama, reposando casi muerta, en una escena matrimonial que no por habitual fue cara de ver en los cines. El marido, a su lado, lee; pero... ¿Qué lee Karloff?
Ritos de LuciferPor la noche, durante la luna nueva, el Alto Sacerdote reúne a sus discípulos para el sacrificio. La doncella elegida se viste de blanco.
El rito satánico
Satanás es la primera película en la que se recrea una misa satánica, y deberemos remontarnos a los 60's para volverlas a ver en el cine comercial. Eso, por si sólo, es una de las razones que convierten el filme de Ulmer en un rara avis.
Karloff se las quiere tirar a todas
Hay algo terriblemente sexual en el personaje de Karloff, lo cual no deja de ser curioso. Recorre con su batín las estancias de su mansión, guarda muertas en los sótanos, roba esposas y luego hijas, sus acólitas satánicas son sobre todo mujeres, pero, sobre todo, la presencia de una nueva fémina en la mansión, la esposa del escritor, lo pone cachondo. La mira con descarada lujuria y mientras observa cómo besa asu marido acaricia y posee estatuillas de desnudo.
El héroe como ente difuso.
Satanás tiene dos personajes masculinos adscritos a las filas del bien y, por tanto, enfrentados a Karloff. El primero es el escritor encarnado por David Manners (habitual galán de las pelis de la Universal), el segundo no está tan claro y es Lugosi, un hombre en busca de venganza, con fobia a los gatos, que tiene una muy peculiar manera de defender a la esposa del anterior, objeto del deseo de Karloff: jugársela al ajedrez. No sólo eso, la venganza puede más que el bien y acabará despellejando vivo a su enemigo. Ante tamaños actos la muerte de su personaje parece inevitable, lo que no es tan normal es que sea el otro, el héroe verdaderamente moral, quien lo mate por error. Giremos la perspectiva: el héroe moral mata por error y se queda tan ancho. Satanás es definitivamente una película extraña.
El chiste anticlimático
La última razón de Satanás es que acaba con chiste. Un chiste anticlimático y sin gracia, porque el espectáculo ha sido tan ominoso, tan siniestro, tan malsano... las brumas del sueño malsano tan intensas, que cuando el escritor lee las críticas a su última novela la realidad ya no es la misma y las bromas no hacen gracia.
"En la última novela de misterio del Sr. Alison cumple la promesa hecha en sus novelas anteriores; pero, en cierto sentido, creemos que ha sobrepasado los límites de la credibilidad. Por más grande que sea la imaginación, estas cosas jamás podrían haber sucedido. Desearíamos que el Sr. Alison se limitara a lo posible en lugar de dejarse llevar por su imaginación melodramática."
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