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24.8.07

SERES HUMANOS


La lectura de Gloriosos fracasos de Paul Collins (Mondadori, 2001) ha sido una de las más excitantes experiencias ausentes de los últimos días. Ha aniquilado mis tiempos muertos y no he podido separarme de su lectura, absolutamente maravillado con las trece biografías de seres humanos abducidos por sus obsesiones y hoy olvidados. Collins, uno de los escritores de la escudería MacSweeney's, debió pasar mucho tiempo escarbando en las mejores bibliotecas de lengua inglesa, adentrándose en muchos casos en frenéticos textos que hoy nadie recuerda (pese a su momentánea popularidad hace muchos años) así como recuperando ecos mediáticos sepultados por los vencedores, aquellos cuyas obsesiones sí llegaron a algún lugar, no necesariamente mejor ni más hermoso.

El título hispano, aunque correcto, es lejano al Banvard's Folly original. Porque sí, es cierto que hay gloria y hay fracaso, pero sobre todo hay arrebato enajenado. Llegué al libro vía John Cleves Symmes, uno de los padres de Subterránea y uno de los trece héroes steampop aquí descritos. Y si les gustan las biografías ajenas y bizarras que de vez en cuando aparecen por aquí, no lo duden ni un momento y búsquenlo. Yo voy a ser incapaz de resistir la tentación de hablar de alguno de ellos en lo próximos días y de buscar qué hay por la red, pero ya les digo yo que mejor y acuden a la fuente original.

Además de Symmes conocerán a John Banvard y su panorama móbil de tres millas sobre el Misisipi; a William Henry Ireland, falsificador de Shakespeare (cuya vida y milagros me ha dejado impresionado); a René Blondlot y sus rayos N; a Jean-François Sundre y su lengua musical universal (el solresol); a Ephraim Bull y sus uvas concord; al maravilloso Psalmanazar, falso habitante de Formosa (otra vida de posmoderno asombro); a Alfred Beach y su suburbano transporte neumático para Nueva York; a Martin Tupper, poeta moral y plasta; a Robert Coates, el más entregado de los actores shakespirianos (ejemplo de autoconfianza a prueba de tomates); a A.J. Pleasonton y su tratamiento médico con cristales azulados; a Delia Bacon, obsesiva y enajenada biógrafa de Shakespeare; o a Thomas Dick, padre de la sci-fi teológica. Todos ellos tuvieron su momento de gloria y merecen ser vindicados y venerados como genuinos visionarios de la sociedad borderline actual. Yo seguro que regreso a ellos, porque algunos detalles de sus vidas me parecen sublimes y van a estar haciendo runrun en mi cerebro durante muchos meses.

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