Creo que ya iba siendo hora de recuperar la serie de reseñas dedicadas a la filmografía de Meiko Kaji. En concreto, con Female Prisoner Scorpion: Beast Stable (1973), tercera entrega de las peripecias de Scorpion, la peligrosa presidiaria vengativa, y la última dirigida por Shunya Ito. Meiko aún protagonizaría una cuarta de esta paradigmática saga por lo que a la serie bé nipona erotico-violenta o Pinku Eiga setentero respecta. No está mal recordar que lo sorprendente del subgénero, claramente exploit pero con el añadido de proceder de una cultura muy diferente a la occidental, es precisamente eso, el tremendo contraste con, por ejemplo, el eurotrash. En el Pinku Eiga japonés la violencia sexual resulta diferente, mucho más cruda, sexo y sangre, los desnudos nunca son integrales; al mismo tiempo, la exquisitez visual es frecuente. Sí, son series bé, pero el empaque es tremendo, en las antípodas del zoom entre matos y los interiores iluminados con bombillas de 100 vatios habituales en buena parte del eurotrash, especialmente el mediterráneo.
Si en la fundacional Female Prisoner 701: Scorpion nos encontrábamos con una de las mejores wip movies de la historia, donde el contraste entre exquisitez visual y los momentos de bizarría filmica (y si no recuerden el Tutubo que les puse hace unos meses) era compensado, con la primera secuela, Female Convict Scorpion: Jailhouse 41, el tono del asunto se disparaba más por la parte arty, también en el argumento, con toda esa fascinante odisea de las presas huidas que, a ratos, es una siniestra historia de brujas. Beast Stable se va al otro extremo del tablero y opta a ratos por el relato intimista nipón (los silencios son eternos y Meiko sólo dice un par de palabras en todo el metraje, si llega) y a ratos explota en una borrechara de violencia contundente y pulp de bajos instintos que si no fuera por el cuarto de hora final, no tendría la consideración de wip movie. De hecho, no lo es.
El inicio no puede ser más revelador. Scorpion huye en el metro de un policia. Acaba recorriendo las calles de Tokio esposada al sangrante brazo amputado de un inspector de policia. El inspector manco (hum, otro oriental minusvalido). Suena Flowers of carnage (una de las canciones de Meiko recuperadas por Tarantino para Kill Bill) mientras transeuntes casuales contemplan asombrados la escena. La cámara está escondida, por lo que nadie la mira y sí a la chorreante extremidad colgante. La venganza del policía, junto a una trama ambientada en el mundo de la prostitución, con otra antigua reclusa ejerciendo de cruel ama de la red, son los dos motores de la acción. Como lo eran, más o menos, de las anteriores: la reclusa arpía y el vengativo carcelero tullido (tuerto, para ser exacto).
Es justo decir que el filme sufre de cierta irregularidad. Es generosa en sexo inmovil de prostitutas que iluminan sus coños con cerillas, generosa en silencios bostezantes que se interrumpen constantemente con fugazes flashes de abrumadora estética: cromatismos arrebatados; planos torcidos; planos cenitales; flashbacks acertosos; elipsis entre sábanas manchadas de sangre abortiva; escopes virtuosos con un gran tratamiento del primer plano lateral y el fuera de campo, a veces por partida triple. También hay un gran uso del sonido: la fregona del final, el alambre que estrangula o esa maravillosa escena de las reclusas haciendo labores de zurcido, con una Meiko amenazante al fondo de la mesa.
Toda esa imaginería se ve alterada por la agresividad argumental y por los desmelenes pulposos. (Y por los silencios bostezantes, claro). Cine manierista al servicio de los bajos instintos. La contundencia es explícita, o casi. Violencia gratuita a todos los niveles: Scorpio separando a mordiscos el brazo amputado al que está unida, la historia de la prostituta que entrega su cuerpo a su hermano deficiente mental, agresiones sexuales en grupo, exagerados abortos forzados (con garfios y sin anestesia), pop nipón como bandas sonora para la quiel quemada, incestos fundidos entre llamas, bisturís desgarrantes, palos de golf para comprobar la pureza del himen. Sangre y sexo. Si son ustedes gentes sencillas y sensibles, esta NO va a ser su película favorita.
A eso, como decía, hay que añadir el desmelene pulp, con la recreación de la pérfida madam como ejemplo inequívoco. Gesticulante al extremo (y con lo mal que gesticulan los orientales, hijos de una hierática tradición actoral), también por sus vestidos chillones, de plumas y purpurina, casi como si fuera uno de los extraterrestres del tercer planeta del agujero negro de las películas de Godzilla. Ya saben, ese curioso hábito de la cultura pop de serie bé nipona de vestir a los villanos de opereta, con el horizonte del ridículo superado con creces. También toda la resolución de la historia es harto pulp, con esa Meiko resucitando entre orines de alcantarilla, convertida en un aún más silencioso espectro de venganza y ejecutando, al final, un plan imposible.
Beast Stable es obvio que resulta inferior a los dos títulos que la preceden, pero yo no dejo de visionar con perplejidad este cine. Los contrastes, ya sean los propiamente culturales o esos abruptos saltos entre lo bello y lo ridículo, ejercen su poder. Y más en un indagador del cine zafio y/o extremo (pero pulpipop) como yo. Les dejo con algunas capturas comentadas al estilo ausente.
Puta Trágica calentando su entrepierna con cerillas
A este policía le falta un miembro
Macarrismo cool
Trabajando con el palo de golf
El curioso y silencioso flashback mental. La villana disfrazada y luego, en el mismo escenario, vestida de reclusa. El espectador atento entiende el pasado, proque decir, se dice poco. La película se explica a golpes de mirada de odio. Los ojos de Meiko Kaji, sí.
Drogando a Meiko.
Incesto fundido entre llamas
El espanto surge de la tumba
Menudo pedazo de análisis
No hay comentarios:
Publicar un comentario