Aunque les parezca mentira, o incluso sorprendente, estoy en Sitges. Ojo, sigo enfermo, con dolores y demás, y, de hecho, el estar aquí no obedece al Festival sino a la existencia del habitáculo costero (el célebre chalé(t) de la Costa). A Doña absenta (aka superwoman, como ella misma se ha autobautizado con razón) le resulta mucho más cómodo gestionar aquí a su patético marido (yo) y la hiperactividad gremlin de absencito (quien por cierto ha pasado dos días de vomiteras para acabar de redondear tan bellas jornadas). Así que a media mañana hemos recogido bártulos barceloneses y nos hemos trasladado veloces a la conocida Blanca Subur.
He tenido los santos cojones de arrastrar mi cuerpo renqueante y viscoso hasta el departamento de prensa, a la búsqueda de mi acreditación de segunda categoría (la de todos los años desde que se hizo el cisma entre prensa A y prensa de Serie bé, ni que decir que me siento plenamente identificado con mi categoría). Resulta muy divertido pedir una acreditación sin poder hablar, por signos, blandiendo el DNI. Y más excitante el pedir entradas (por si acaso sucede un milagro imposible). Así, por ejemplo, tengo la de Tres Caídas, la interesante golfa de luchadores mexicanos. Será difícil que asista. No me veo aún el cuerpo, no señor.
Y mientras la intuición -forjada aquí durante décadas- me dice que ayer y hoy eran los días buenos, me dedico a mirar por la ventana y ver pasar a la curiosa fauna que circula por el pueblo. La misma de todos los años, con la camiseta y el tejano negros como gran signo de identidad. Ajetreados todos en su deambular de una sala a otra. Yo fui uno de ellos, pero ya no. Estoy mutando. A ratos, mi infección, que noto crecer en mi garganta y que ya debe andar por las dos libras de peso y pus, se comunica conmigo. Esta viva (algo que duele tanto no puede estar muerto) y empieza a cobrar inteligencia. Yo intento que nuestra relación sea de amistad, pero no sé si está por la labor. Más bien creo que su intención es hacerme suyo por completo y reemplazarme. Al menos, es lo que me ha parecido intuir en un diálogo febril y delirante que hemos mantenido hace escasos minutos. Y dicho esto, les dejo de nuevo, que debo acudir raudo al baño a descargar unos litritos de cagarrina ultralíquida (y es que tanta medicación y la imposibilidad de comer sólidos ya han acabado por imponer su ley).
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