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7.8.06

CONSUMIDO POR LAS COMPRAS LITERARIAS

Sigo sumergido en un frenesí lector de libros como hacía tiempo no disfrutaba. Es terminar un libro e iniciar la inmersión en el siguiente mientras cabilo cuál vendrá a continuación. Tengo un par de cientos de títulos por leer en casa, y aún así mi espíritu consumista y apilador me subyuga y agarra de la entrepierna, obligándome a echar mano de la tarjeta de crédito por mucho que suban los tipos de interés, o quizá por eso mismo, que tanta afición a meterme en letras y mundos ajenos seguro que tiene que ver con algún tipo de necesidad de evasión. Lo cierto es que de los comentarios que ustedes (gracias) han ido dejando en los diversos textos y annexos a Subterránea tome buena nota de un par de libros: Gloriosos Fracasos de Paul Collins, que era el libro que servía Umberto Eco para hablar de La Tierra Hueca (PeterLorre me enlazó el artículo traducido al castellano) y que Mondadori sacó hace cuatro años), y Los demonios ocultos de Abel Posse (donde habrían viajes nazis al centro de la tierra).

El problema es que ambos libros parecen inencontrables en las librerías que frecuento en mi ciudad y probablemente descatalogados (al menos el segundo). Así que heché mano de la red y me topé con Iberlibro, que vendría a ser la unión como librerías virtuales de un montón de librerías, muchas de ellas de viejo o segunda mano. Ha sido un buen descubrimiento y he localizado ambos títulos, que a estas horas ya están de camino hacia la Mansión Ausente. Obviamente, no se trata de un lugar infalible y no he podido localizar ningún ejemplar de alguna de las dos biografías sobre Aleister Crowley publicadas en castellano -a saber: Aleister Crowley, la naturaleza de la bestia de Colin Wilson (Urano, 1989) y La gran bestia: Vida de Aleister Crowley de John Symonds (Siruela). El fracaso no me ha impedido descubrir un par de breves reseñas biográficas de La Gran Bestia 666 británica del ocultismo en castellano (esta y esta) así como que Colin Wilson, un novelista que no me ha llamado nunca la atención, también se dedica a las biografías y de tipos que me interesan. Las tiene de Gurdjaeff, Jung, Crowley o Wilheim Reich. Al final no he tenido más remedio que hacerme con ésta última, la del descubridor del orgon, tipo de vida intensa muy a su pesar. El libro de Wilson se llama, por cierto, A la Búsqueda de Wilheim Reich y lo editó Argos en 1981. Y sin moverme del tema he aprovechado para pedirme El Continente Perdido, antología de textos de Crowley que sacó Valdemar en su genial colección Intempestivas y que ya está descatalogado. Sé que quizá no llegue a leerlo nunca pero debía estar en mis pobladas estanterías.

Pero no se vayan, aún hay más. Borracho de pesquisas a la búsqueda de títulos que a veces busco pero nunca localizo, han caído más cosas. Por ejemplo, he querido completar mi colección de libros de Tom Wolfe con los dos que me faltaban (Los Años del desmadre y La Década Púrpura) y de Hunter S. Thompson (La Gran caza del Tiburón). Sí, soy un fanático del Nuevo Periodismo de finales de los 60 y estas compras me han hecho muy feliz. Ya puesto, he continuado con Máquinas de Amar, el ensayo de Pilar Pedraza sobre la mujer artificial en la ficción, y unas cuantas de las novelas protagonizadas Harry Dickson que sacó Júcar en los 70, pulps de Jean Ray desbocados y delirantes, dicen, y que necesitaba catar. Ya dije por aquí una vez que dice la leyenda que el escritor francés escribía muchas de ellas inspirado por las ilustraciones de portada previstas que le mandaba la editorial. Como Júcar sacó unas sesenta novelitas de Dickson y como los bellos títulos de todas ellas provocan alborozo en mi espíritu de serie bé, ni corto ni perezoso llamé a mi amigo C. Rancio, buen conocedor del tema, para que me dijera cuáles eran las más celebradas, inclinándome finalmente por Los Espectros Verdugos, La resurrección de la Gorgona y El Canto del Vampiro. He iba a continuar con Las Crisálidas de John Wydham, el autor de El Día de los Trífidos y Los cuclillos de Midwich (háganse un favor y léanlos este verano) , pero fue entonces cuando me di cuenta que debía parar, que absencito está en una edad en la que debe alimentarse bien y con productos de calidad ricos en vitaminas. Que no era cuestión de gastarse más dinero de sus merluzas y chuletas en libros. Con un sudor frío recorriendo mi cuerpo, apagué entonces el ordenador y me arremoliné en el suelo del despacho, convertido en un escarabajo de esos que cierran sobre sí mismos convertidos en una bola de asqueroso color gris, mientras espasmos y escalofríos diversos recorrían mi columna (in)vertebral. Como un yonqui. Como un vampiro que se resiste a acometer a una virginal doncella que aguarda en camisón en una cama a los pies de la ventana.

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