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15.11.05

VIDAS AJENAS (XI)



Carlos Lacalle Casado se aficionó desde muy joven al coleccionismo de cajas de cerillas. Llegó a almacenar miles de ellas con los más diversos motivos. Partidos políticos, restaurantes, boites, de la Unicef, fauna ibérica, agencias de seguro, ases del deporte. Carlos mantenía una intensa relación epistolar con coleccionistas de todo el mundo y se aficionó al intercambio. Cada quince días acudía a la estafeta de correos del pueblo más cercano (vivía en una granja agrícola extremeña) y recogía las decenas de cajitas que le habían enviado. A veces desde países vecinos. A veces de lugares lejanos y exóticos. Al llegar a casa se sentaba ante la mesa y pasaba horas contemplándolas en silencio. Abría una caja, extraía una cerilla, siempre y sólo una. La raspaba contra su barba mal afeitada. Aspiraba por un momento el olor desagradable del fósforo, un olor que pese a todo le estimulaba. Le daba vida. Luego dejaba consumir lentamente el palito y se quedaba absorto mirando la llama. Justo en el momento en el que las yemas de sus dedos estaban a punto de quemarse encendia un pitillo. De la marca Bisontes. Siempre y sólo uno. Aspiraba plácidamente el humo mientras divagaba y posteriormente archivaba la cajita. En 1968 gana el concurso nacional de coleccionistas de cajas de cerillas de Fosforera Española y recibe el título de Coleccionista Mayor de España. El presidente de Fosforera Española, don Segismundo Cruzado, le hizo entrega, también, de un billete para viajar a Frankfurt, lugar donde va a celebrarse un concurso de nivel internacional. La noticia fue reproducida en los más importantes periódicos de tirada nacional. Carlos seleccionó cuidadosamente las más preciadas piezas de su colección y partió hacia Alemania. Allí fue derrotado de manera humillante por Ingo Sponda. Apesadumbrado, regresa a su Extremadura natal y prende fuego a su colección. Tras unas semanas de desconcierto inicia una nueva y titánica tarea: reproducir El Escorial con palillos. Tan delicada obra de arte le consume nueve años de su vida y, una vez terminada, decide exponerla en la plaza mayor del pueblo más cercano, aquel que antaño visitaba cada quince días. La noche antes de la inauguración, a cargo del alcalde y en la que incluso se había contratado al grupo pop Los Rítmicos como fin de fiesta de la velada, un desaprensivo arroja una cerilla encendida sobre el entelado que ocultaba su creación. La monumental reproducción de El Escorial arde en cuestión de minutos. El desastre no impido la celebración de la fiesta popular, pero Carlos, totalmente hundido, emigra a Las Vegas para iniciar una nueva vida como doble de Elvis Presley, encontrando, por fin, la felicidad. “Sé que Elvis vive y se oculta en Extremadura, en una ocasión me regaló una caja de cerillas del bar El Rincón de Cabezabelloza” es la revelación que quiere comunicar a los internautas de habla hispana para luego añadir “para alcanzar la felicidad total necesito saber cómo murió Ingo Spoda; ojalá su deceso haya sido lento y doloroso”.

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