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26.8.05
TONY CURTIS CONTRA EL FETO SIUX (Y LAS DOMINGAS DE LA STRASBERG LANZAN RAYOS)
Como parte de los festejos del primer aniversario de este Blog Ausente debía ver una buena película de derribo. La intención era una reseña a lo Made in China o Inframan de El Charro de las Calaveras (porque ya toca regresar a mi querido cine chatarra mexicano). El problema es que se me ha escacharrado (y perdonen la redundancia) parte de mi equipo informático, y eso impide la captura de imágenes de dividí. Tranquilos. Todo se andará. Así que meditaba un título que inaugurara el segundo año de reseñas (y el regreso de éstas, que entre pitos y flautas esto ya no parece un blog especializado en zetosidades) cuando un correo casual en una lista de correo me abrió el apetito. “Coño”, me dije. Retorno desde la quinta dimensión. "Hostia Puta".
Ya de entrada, el título con que se estrenó en España es uno de esos lindos momentos de delirio traductor que uno no sabe muy bien a qué vienen. De hecho, el título original es The Manitou, y adaptaba un best-seller de la época que el otro día vi que reposaba en los estantes de casa de mis suegros. Cualquier día me lo mango si Spaulding no lo hace antes. Este bizarro producto, tardía exploitation de El Exorcista con variaciones exóticas, no es una buena película. ¿O sí? Está plagada de diálogos absurdos, muchas cosas pasan porque sí, los efectos especiales son lo que son a ojos actuales, aunque en su momento pudieran ser el no va más, hay momentos que dan risa y otros de mejores, acaba en puro delirio triposo, los actores sobreactúan y ponen caras de tomarse muy en serio la película... excepto Tony Curtis, claro.
En resumen, que soy consciente de que son muchos los factores que indican que estamos ante una serie B que más de uno considerará mala, basura fílmica. De hecho, es así desde un punto de vista objetivo. Pero oigan, qué coño, si yo meto el cedé en el reproductor, me la trago de un tirón, me divierto de la hostia, no me aburro ni por asomo, el ritmo es ágil y el look tardo setentero total, qué quieren que les diga… ¿Qué es realmente mala? ¡Anda ya! Y luego está todo eso del final lleno de rayos fosforitos y dimensiones espaciales con estrellitas, su espíritu explotador y su apoteosis del diálogo estulto. Y Tony Curtis. Demasiadas cosas comprimidas en poco más de hora y media para cargarse un filme que, como poco, resulta terriblemente simpático. Y eso que tenía un miedo atroz a la repesca. Vi el filme cinco o seis veces en su momento, hace, pues, más de veinte años. Y lo recordaba como una cosa la mar de alucinada y divertida. Pero me daba miedo constatar que el recuerdo era mejor que la película. Afortunadamente, no ha sido así.
Si me lo permiten, les resumo un poco de qué va la cosa. Los prestigiosos médicos de un prestigioso hospital (es que la parte científica rezuma prestigio) andan muy exitados con el caso de Karen (la Susan Strasberg) a la que le ha salido un tumor del tamaño de un puño en la espalda. “Cada día duplica su tamaño” comenta preocupada. Los (prestigiosos) doctores andan exitados porque las radiografías indican que lo que está desarrollándose en su espalda es un feto. Y a gran velocidad.
Pot otro lado tenemos al gran Tony Curtis, aquí Harry Erskine, un pícaro sacaperras disfrazado de advino esotérico. Amigo íntimo de Karen (la musiquilla romántica mientras los vemos pasear por bonitos paisajes tras su encuentro es toda la explicación que se nos da sobre su relación). Muy preocupado por la enfermedad de su amiga, aún se preocupa más cuando una de sus ancianas clientes se pone a bailar en plan indio siux (ya saben “ea ea ea ea” mientras da saltitos) luego se desplaza flotando por el pasillo y finalmente se lanza por las escaleras.
No me pregunten cómo el Tony Curtis enlaza este hecho con el tumor de su amiga. Son muchas las cosas que mejor no preguntarse en este filme, pero la cuestión es que enlaza ambos hechos y les suelta el rollo a los prestigiosos doctores del hospital, que aunque no le hacen mucho caso le revelan (porque sí) los muchos misterios del caso. Confirmado, es un feto y como es una cosa tan rara permitirán que el esotérico mago de pacotilla inicie invesigaciones paralelas. También influye que cada vez que intentan extirpar el tumor se arma un caos de la hostia. Los quirúrgicos rayos láser se desmadran y los doctores se autolesionan con sus bisturís.
Eso le llevará a consultar a su vieja maestra, una Stella Stevens disfrazada de gitana y su esposo escocés, gordo y bizco. Harán una sesión de espiritismo muy chula que provocará que de la mesa de caoba salga el rostro de un indio. Todo da vueltas y todo es muy chungo, por lo que es muy importante abrir las luces de la habitación. Pero que muy importante y muy complicado. Si le dan al interruptor todo volverá a la normalidad y si no... Yo que sé.
Como ya empiezan a intuir que la cosa, de alguna manera, está relacionada con los ntivos norteamericanos se largan a consultar a un antropólogo, ni más ni menos que un Burgess Meredith que primero les dice que lo que necesitan es un psiquiatra y luego que mejor acudan a ver si algún hechicero indio de alguna reserva les ayuda.
De la gitana y el escocés bizco y gordo nada más sabremos (gran ejemplo de desacomplejada elipsis eliminatoria de personajes que ya no sirven a la historia), pero el Tony Curtis localiza a John Singing Rock, un pedazo de indio siux de dos metros que le ayudará a cambio de un donativo. Hay cierto mal rollo competencial entre los (prestigiosos) médicos del (prestigioso) hospital y el chamán, pero aceptan que agite sus maracas, digo chamacos, y convoque manitús. Y es que resulta que el feto de la espalda es la reencarnación de un hechicero chungo, pero que muy chungo, que “supone la devastación para la civilización de los pieles palidos”.
La Strasberg entra de parto. Un parto por la espalda, con unos planos en los que a ratos parece que a la actriz la estén poniendo a veinte uñas con inusitado placer.
Pero como el feto ha sido sometido a mogollón de radiaciones, el hechicero indio nace con malformaciones. Un enano feo, deforme, paticorto y con cara de muy malas pulgas que de momento queda recluido en un círculo mágico creado por John Singing Rock.
Pero el deforme reencarnado es poderoso. Despelleja a un enfermero, resucita a un zombi, crea terremotos, congela todo la planta del hospital y al final la cosa degenera en un alucinante cuarto de hora final repleto de rayos, meteoritos, lisérgicos escenarios espaciales, musiquilla de Star Trek y la aparición estelar del Manitú de la Ciencia que sale de las añejas computadoras (estamos en 1978) del (prestigioso) hospital. Un computador de esos con muchas luces que hacen ping. Los (prestigiosos) doctores explotan (vean la secuencia en dos fotogramas) y la Strasberg comienza a lanzar rayos en pelotas en un glorioso desmelene final.
Como ven, la cosa no tiene desperdicio. Los dialogos “ciencia y paja” con los doctores o con el antropólogo son de antología. Un Tony Curtis ya entrado en años se pasea durante todo el filme haciéndose el simpático, metiendo barriga y marcando paquete y pectorales en ropas ajustadas. Hasta se pega un bailoteo fuinky al principio. La Strasberg demuestra que ser hija del fundador del Actors Studio va muy bien para poner caras, soltar frases en dialecto apache y garantiza la aparición en series bé y series de televisión. El enano que hace de hechicero pone forzadas caras de antólogica maldad. La escena de la vieja poseida es sencillamente descacharrante. Los efectos especiales del final puro delirio. Y todo ello amenizado con uno de los peores scores compuestos por mi adorado Lalo Schiffrin. Vamos, que merece verse. Y disfrutarse sin complejos.
Y es una pena que su director, William Girdler la palmara poco después en un accidente de helicóptero mientras buscaba localizaciones para su siguiente película. Una pena, digo, porque el tipo, con títulos como Satan Asylum, Sheeba baby, Grizzly o El Día de los Animales, llevaba camino de convertirse en un maestro de la serie B. En los próximos días le dedicaré un B-Art con carteles de sus películas.
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