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4.6.05
STEPHEN CHOW Y LA PODEROSA BOLA DE VIENTO Y FUEGO
Ayer se estrenó en salas Kung-fu Hustle, rebautizada a Kung-Fusion y, al parecer, con un pésimo doblaje. Espero que quienes la vean sepan, al menos, intuir la enorme traición. Yo ya escribí por aquí lo mucho que disfruté con ella en su versión original subtitulada. Y tengan en cuenta que Shaolin Soccer es aún mejor. Ayer noche opté por revisar el filme que me descubrió a Stephen Chow hace ya algunos años: Love on Delivery. Andaba cansado y somnoliento, pero al cuarto de hora de película ya estaba abducido, riendo en la soledad de la noche ausente, superando cualquier fatiga. En plena evasión. En punto de fuga.
Diez años separan el espectáculo visual de Kung-Fu Hustle de la primera película de Chow como director-actor. Love on Delivery es una comedia de artes marciales en la que un desgraciado mequetrefe, repartidor de sandwiches, deberá vencer su cobardía innata si quiere enamorar a la chica de sus sueños. Una chica en busca de un héroe que coquetea con profesores de Judo o Karate bastante mezquinos. La piltrafa humana que es el personaje de Chow se pondrá en manos de un sensei timador y tan acabado como él para aprender un poco de kung-fú y enfrentarse al villano de la función, un chino educado en Japón dispuesto a ridiculizar las artes marciales chinas con su karate.
En comparación con la vistosidad de Kung-Fu Hustle, Love on Delivery es una película modesta y sencilla. Y ahí está su grandeza. Porque Chow consigue lo mismo que con esa joya que es Shaolín Soccer: divertir y emocionar. Sí, lo han leído bien: emocionar. Porque lo primero es difícil pero lo segundo lo es aún más. Es una sensación, un sentimiento, el de la emoción cinematográfica, que uno siente de tarde en tarde y ayer pude notarlo de nuevo.
En esta disparatada comedia ya está todo el cine de Chow y su mensaje: el kung-fú pertenece a los marginados de la sociedad. Los personajes de Chow son siempre tipos acabados, escoria del capitalismo que se revuelcan, y nunca mejor dicho, entre desechos. Pero en su interior dormita, muy oculto, la magia de la superación. El kung-fú les hace libres. Y lo explica con sencillez, camuflado en el arquetipo del chico conoce chica, repleto de personajes secundarios apenas esbozados pero tremendamente entrañables. Hasta los villanos son entrañables. Y siempre buscando la diversión, la sonrisa y hasta la carcajada.
Las penurias del desgraciado y gafe repartidor muestran ya las carácterísiticas del cine de su autor. El tono de comedia splastick, con la acumulación de gags visuales, casi de tebeo de Bruguera. Los guiños y referencias a una cultura pop ajena a la china: Terminator, Aliens y, sobre todo, el gato Garfield y el nipón Ultraman (y tambien el Inframan de la Shaw). La película, que ya les digo que es una cosa sencilla, es tremendamente divertida, con grandes momentos como el héroe desgraciado que sólo es capaz de ser valeinte con una máscara de Gardfield y, especialmente, con un demitificador combate final, cachondo, alocado y atípico. Una pequeña joya.
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