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11.4.05

YO QUIERO SER COMO PAULIE GUALTIERI



Ayer terminé la segunda temporada de Los Soprano. Los sigo en dividí de manera lenta pero segura. Y al igual que me pasó con la primera temporada, según se acerca el final de ésta se acelera vertiginosamente el ritmo con que los episodios son introducidos mi (aparato) reproductor. Ayer cayeron los dos últimos, seguidos. Dado el escaso tiempo libre disponible debe ser considerado toda una proeza. Un signo de algo.

The Sopranos es una serie excelente que reune valores a tener muy en cuenta. Sentido del humor, a menudo muy negro; calidad visual; contenidos arriesgados para con el uniformador y encorsetante estándar de lo correcto; ambivalencia moral que hace que te caigan bien una panda de asesinos; el contraste entre la comedia familiar y el thriller de mafiosos, entre la caricatura y la violencia explícita; ese dibujar el hábitat familiar como algo más indomable que una organización criminal armada; estupendos guiones y una espléndida galeria de personajes secundarios. De entre todos ellos, los secundarios, me declaro fan total y acérrimo de Paulie Gualtieri, ese sexagenario preabuelete con pinta de afable personal de mantenimiento prejubilado que se pasa la vida silbando tonadas inocentes pero tras el que habita un tipo sanguinario, el más letal y frio de los ejecutores a las órdenes de Tony Soprano.



Sobre los estupendos guiones me llamó mucho la atención la naturalidad con que se recurre a lo casual, al azar, a la suerte, en los dos episodios que dan fin a la segunda temporada. Así que si usted no los has visto y no desea saber como acaba, deje de leer de inmediato. Bueno, tras este necesario aviso, el subargumento estrella de la temporada que ayer concluí (el plus va por la quinta, así que aún me quedan horas de disfrute) es la relación amorosa entre la hermana de Tony Soprano y Richie Aprile, un tipo pendenciero, chungo y antipático que conspira contra el capo de la familia. El azar quiere que acabe asesinado a tiros por su amante, que es un rato mezquina y que precisamente ha ido espoleando sibilinamente la trama contra su hermano. La pasión y la violencia de género es lo que tiene. Así que el jefe del clan Soprano se libra sin mover un dedo y al mismo tiempo del peligro que representa Aprile y de la mosca cojonera de su hermana. Lo sorprendente de la resolución, en términos de guión, es que se produce en el penúltimo episodio, algo que nadie espera. Además abre un nuevo interrogante: cómo coño acabará la temporada. Esa pregunta es la que impulsa, por ejemplo, que ayer acabara viendo dos episodios pese a recortar mis, por otro lado escasas, horas de sueño.



En ese último episodio de la segunda temporada se resuelve otra subtrama desarrollada de manera más pausada: la traición de Pussy al ejercer de confidente del FBI. Tal y como iba avanzando la cosa todo parecía apuntar que el tema no se iba a acabar de manera definitiva con el fin de la temporada. Pero claro, nadie contaba con que Tony Soprano cenaría en un restaurante hindú que le provocaría terribles vómitos, diarreas y mucha fiebre. Surrealistas delirios febriles en el que unos pescados le revelaban el doble papel llevado a cabo por el orondo y perezoso Pussy. Una vez recuperado y con la mosca tras la oreja, investiga, descubre y ejecuta en una larga escena, la del barco, emotiva (al fin y al cabo es uno de los cuatro amigos y mandamases del clan) en la que Pauli (de nuevo él, mi ídolo) es el único que no se inmuta ni un pelo y sonrie de manera más que cínica mientras los planos basculan constantemente a causa del oleaje. Escenificación visual de la náusea y el mareo primero gástrico, luego marino y finalmente asesino. Ese tono hiperrealista que tiene el episodio y esa segunda llamada al azar y la suerte me cautivaron sobremanera.

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