Descubrí el cine de
Alex van Wermerdam cuando
Jordi Costa me encargó un texto sobre posthumor para el libro colectivo
Una risa nueva. Buscando eslabones para enriquecer tamaño encargo di con películas como
Los Norteños,
Ober,
De Jurk o
De laatste dagen van Emma Blank y de inmediato me hice fan de una filmografía tan generosa en humor negro y crueldad absurda como beligerante con la clase media europea o la familia como núcleo social. Leo ahora que ya entonces establecí una comparación, muy frecuentada estos días, con la demoledora película griega
Canino. Alex van Wermerdam llegó a Sitges para presentar su nueva película,
Borgman, y recibir un merecido premio honorífico que honra al Festival; y se fue con el premio a la mejor película que sólo los vampiros de Jarmush podían haberle arrebatado. Y es curioso, porque
Borgman también puede leerse en clave vampírica, con ese grupo de seres que duermen bajo tierra, que son perseguidos por un sacerdote armado o no pueden entrar en las casas si no son invitados. No teman, no es ningún spoiler sino los cinco primeros minutos de una película que se explaya en el derribo de la familia europea de clase alta. Pura subversión para uno de los grandes títulos de Sitges 2013.
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