Desde Sitges con fruición (y XVI) : El Post Escoba

Bueno, al final el cansancio se apoderó de mí y no pude terminar mis crónicas de Sitges siguiendo el modelo que me había planteado previamente, así que toca lo que sigue, un post escoba que aglutina algunas reseñas breves pendientes y algún comentarios sobre el certamen de este año. Así que mejor ir directamente al grano:

Flightplan de Robert Schewentke. Aunque mejor decir de Jodie Foster, la más alta dosis de glamour de este año. Vaya por delante que la película se deja ver pero es muy poca cosa. Tras los pasos de La habitación del Pánico, resulta harto evidente que el Schewentke éste no es Fincher. La película se aguanta, sobre todo, gracias a la actriz principal, que está estupenda y consigue hacer creíble lo estúpido, pero es que una vez que se sabe lo que está pasando realmente (hacia el minuto 68) la cosa cae en picado.

The exorcism of Emily Rose de Scott Derrickson. Buena película sobre posesiones demoníacas, sí señor. A partir de un caso real que terminó con la muerte de la posesa y a través del juicio contra el sacerdote implicado, el filme se convierte en un mecanismo tenso no exento de buen clima terrorífico a partir de la reconstrucción subjetiva de los hechos, ya sea mediante la abogada defensora (agnóstica) o el fiscal (metodista convencido), un curioso cambio de roles. Ojo, la película se viste de imparcialidad, pero a poco que se escarbe en sus entrañas narrativas queda claro que la visión racional no fantástica parte como perdedora desde el principio. Un buen filme, en todo caso.

A Bittersweet Life de Kim Jee-won, la nueva película del director de mi estimada A tale of two sisters. Del género fantástico sección fantasmas orientales al thriller violento sobre mafias. Kim Jee-Won insiste en la excelente y exquisita factura que parece ser el sello de marca del cine surcoreano. Hay, como no, exageración y ampulosidad. Lo que parece va a seguir un camino romántico acaba siendo puro festival de violencia. Por cierto, el personaje protagonista es uno de los mafiosos más cool de los últimos años.

La Monja de Luis de la Madrid. Uno de los truños del certamen, siguiendo la ya entrañable tradición de la Fantastic Factory. Vaya por delante que técnicamente es más que digna, pero la historia... Jovencitos que estás deseando que la palmen desde el primer momento, con una trama absolutamente predecible para, al final, sorprender con un giro que convierte en trampa insultante todo lo anterior; por no hablar de las numerosas postales de Barcelona que a ratos convierten el filme en un desvengozado spot turístico.

Oculto de Antonio Hernández. La otra producción española que puede ver en Sitges tampoco resultó ser una buena película. De nuevo bien técnicamente, pero un rato aburrida y, lo que es peor, pretenciosa. Jugar con el monolito de Kubrick es lo que tiene, así como huir del cine de género revistiéndolo de relaciones impersonales y onirismo de salón gafapasta. Porque al fin y al cabo, esta película, en su esqueleto, es una curiosa historia de fantasmas y venganzas. Lástima de revestimiento plúmbeo.

Corpse bride de Tim Burton. La Novia Cadáver. Wow. Casi sin querer acabé viéndola dos veces y casi que me gustó más la segunda, y eso que la primera ya me gustó un rato largo. Una joya que quizá no llegué a estar a la misma altura que Pesadilla antes de Navidad... Ni falta que hace. La escena de la resurrección es estupenda. Y los colores violáceo-garajeros-jazzys del mundo de los muertos. Sólo con anotar que el protagonista toca un piano de la marca Harryhausen está todo dicho.

También me acerqué al pase golfo de mi admirada Lady Snowblood en compañía del joven (insultántemente joven) Luis Warlock. Estupenda copia y Tarantino, en un acto de coherencia que yo ya había imaginado, acudió al pase. Es curioso como el director de Kill Bill cuando acude a Sitges te lo encuentras hasta en la sopa: en restaurantes, pases y hasta discotecas de mala muerte.

Lo mejor de este año han sido los encuentros blogoesféricos. Saludar a Sr. Snoid (una pena que no pudiésemos compartir barra en algún bar) o la solemne comida con Refo y Miriam. Todo un lujo. Sin olvidar la tradicional cena con Carlos Pumares.

Yo es que este año lo he percibido todo un poco raro. Supongo que llegué cansado por las obras (felizmente acabadas) y por mi participación en adlo. Pero me lo he tomado todo con una extrañas calma, indolencia y despiste que me llevaron a perderme Hard Candy, de la que todo el mundo me comentó maravillas y que acabó siendo la gran triunfadora, o el Election de Johnny To, ya que se agotaron las entradas y opté por ser solidario con doña absenta. O quedarme sin recuperar Danza Macabra de Margueriti, que me venía muy de gusto (la vi de peque y el recuerdo es muy grato) pero estaba programada a una pésima hora para mí. Y tan sólo me largué de una película, El sabor de la Sandía, cuando me percaté que lo único que valía la pena de ella eran los cinco minutos iniciales, la más explícita metáfora sexual que he visto en mi vida.

Y eso es todo.