Desde que leí la reseña de Alex Cinéfilo incluida en el más que interesante libro La noche de los sexos violentos (Biblioteca Dr. Vertigo 22, Glénat 1999), que le tenía muchas ganas a Carne Apaleada (Javier Aguirre, 1977). El subgénero de la cárcel de mujeres es uno de los clásicos por excelencia de la explotación de bajo presupuesto. Sexo y violencia, la fórmula mágica. La aproximación del donostiarra Javier Aguirre, un cineasta de vocación, dicen, experimental pero de nutrición zetosa donde se arrejuntan pelis de Paul Naschy con las de Parchís (sin olvidarnos de Rocky Carambola) pasando, claro, por el cine clasificado “S”. Y a éste pertenece Carne Apaleada, eso sí, disfrazada de cine de denuncia y muy hija de su tiempo (la transición). Pero ya saben: aunque la mona se vista de seda... Pues eso, que el resultado es delirante, tanto como podrán comprobar a continuación.
Basada en hechos reales, Esperanza Roy es Berta, una mujer que regresa a prisión. En la anterior ocasión era inocente, ahora no: aprendió a ser una especialista en el cheque sin fondos. Los guardias civiles que la acompañan son, pero, amables. “La culpa dirás que la tiene el Régimen”. Y a los 5 minutos ya tenemos a la Roy en pelotas en la respectiva ducha de bienvenida carcelaria junto a una francesa recluida por el consumo de drogas, concretamente los terribles porros. “Lavaros bien el nido que una llevaba una bolsa de hierbas” avisa la guardia. El Nido. Bonita metáfora que se repite con frecuencia “Eres una guarra que no te lavas el nido” oiremos a media película.
La cárcel está regentada por monjas (y de hecho, parece un convento). Éstas andan preocupadas sobre todo por la virginidad y los contactos lésbicos entre reclusas. La protagonista conoce pronto a Senta, ni más ni menos que una Bárbara Rey en pleno apogeo como mito erótico de la transición. Es una de las reclusas chungas: estranguló a una mujer, su amante lesbiana, para evitar que ésta la obligara a abortar. Ahora está en prisión, con su hija incluida. Si algo no se le puede negar al filme es que no es sutil: a los quince minutos Esperanza Roy y Bárbara Rey se acarician las manos de manera romántica. Y todo gracias a Chopin, cuya música admiran.
Los tópicos de película wip (women in prison) van cayendo poco a poco. La siguiente escena es ya la clásica pelea en el patio entre dos reclusas (por temas sexuales, además), mordisco en pezón (sangrante) incluido, que concluye con un fundido magistral: en la pared del patio una pintada que reza “Ostias Pedrín” se funde con la ostia levantada por un cura en plena eucaristía carcelaria. Ya lo dije antes: cine de derribo con coartada social. Pobres presas, la sociedad las impulsa al crimen y acaban reecluidas bajo la presión religiosa. A una preñada Virginia Mataix, que mató a una niña en un atraco por accidente, la están casando las monjas.
Siguiente materia: la droga. La francesa del principio se fuma un porro a escondidas. Berta no quiere probar pero respeta y escucha mientras empiezan a sonar sitares. “Ahora me gustaría escuchar a Bach o leer a Tagore. He agotado todas las posibilidades del sexo y ya no me queda nada. He recurrido a la droga para olvidar que he bajado tanto que ya no puedo subir”.
El filme es veloz. Bárbara Rey tiene a su hija muy enferma pero la madre superiora, vaya usted a saber por qué (por joder, suponemos) no quiere llevarla al hospital. Esperanza Roy, que es muy buena muy buena utiliza y dilapida su contacto (un concejal franquista del ayuntamiento de Barcelona del que fue secretaria) para salvar a la niña. La madre superiora se enfada mucho: “Vígila, Berta, que tu eres buena y esa es una desequilibrada y una viciosa.” Pero claro, en un paseo con Chopin de fondo acaban dándose su primer beso. “¡Homosexualismo!” gritan las monjas, y claro, deciden separarlas.
Envían a Esperanza Roy, que aún está en espera de juicio, a una prisión de hombres que tiene una pequeña estancia femenina. Allí las atiende un preso marica: “Aunque lo veas tan marica es un buen chico, no se la deja meter” le dice una presa. Fundido en negro y le venos violado y enculado por una banda comandada por Victor Israel. Luego se nos explica que el marica los machaca a lo bestia. Fíjense ustedes qué cosas: una violación masculina es una película de cárceles de mujeres.
A Esperanza Roy la condenan definitivamente a 8 años. El padre se tira al metro en Barcelona. Nos dicen que han pasado dos años y que a Esperanza Roy la trasladan a su antigua prisión. Pero hay novedades. Ya no están las monjas, sino estricto régimen policial corrupto comandado por “La holandesa”, una Terele Pávez en plan Dominatrix sádica, de germánico corte de pelo, militar atuendo y siempre con una foto enmarcada de Franco al fondo. Que las cosas se han puesto muy chungas queda claro cuando vemos a la gabacha porrera con cara de ida. “¡Tagore es una mierda!”, exclama mientras le explican a Berta que está así porque tomó muchas drogas a cambio de ofrecer sus favores sexuales a la nueva jefa carcelaria. Ya no hay sitares de fondo.
Es entonces cuando aparece un importante grupo secundario: “Las Políticas”, inevitables presas provenientes de la ETA. La Roy le de recuerdos de su novio Iñaki a una de ellas, Arantxa, pero también informa de que ha sido condenado a muerte. Las Políticas se declaran en huelga de hambre ante el pasotismo de “Las Comunes” mientras suena un himno gudari a tdo volumen. De ahí pasamos a Arias Navarro por la tele comunicando la ejecución (velocidad, velocidad) y a un fundido con la presa cantautora que, guitarra en mano, se marca unas tonadas en honor de los fallecidos y las presas vascas. La Roy se une a los cánticos tan contenta al grito de “¡Vamos a verlo y a cantar con ellas!”.
EL problema es que a la gabacha drogadicta tagoriana le da un posterior yuyu muy gordo con el tema, bramando por toda la prisión “¡Gora Euzkadi!” mientras se sube por las mesas y tal. Esperanza Roy intenta ayudarla abrazándola y es cuando aparece la chunga de Terela Pávez y se las lleva a prisión incomunicada donde les inyectan trementina, pillan reuma y la francesa se ahorca en pelotas. Nuestra sufrida heroina resiste gracias al amor (muy puro) que siente por Bárbara Rey. La película, por cierto, va cada vez más rápido (que es mala, a ratos zafia y a ratos inocente, muy bizarra y tremendamente entretenida).
De nuevo Arias Navarro por la tele. “Españoles... Franco a Muerto”. Arantxa exclama “acaba de nacer la democracia”. Y de ahí a la Navidad, a una representación carcelaria en la que Esperanza Roy hace de San José y Bárbara Rey de Virgen María. La pérfida Holandesa se queda con las miradas de amor que se cruzan ambas durante la representación (atención: amor lésbico en el portal de Belén) y le da rabia. Por joder obliga a Bárbara Rey, que está a punto de salir en libertad porque su crimen fue para evitar un aborto, a practicar el sexo con ella (¡en el sofá, bajo la atenta mirada del retrato del general gallego!), con tan mala suerte dejarse la llave puesta del despacho fuera. Y claro, con un burdo montaje la Roy hace que las pille el director de la prisión.
A partir de aquí, y para dejar ya del todo claro la celeridad fílmica de la historia, les narro lo que pasa en los siguientes 140 segundos, cronómetro en mano: a Terele Pávez la han puesto con las presas (?), se lía a hostias con Esperanza Roy, luego el resto de presas apalean a la antigua dominatrix, meten a nuestra sufrida heroína en chunga cuarentena, el resto de las presas se levantan en violento motín del que pasan las políticas (“No se puede confiar en ellas”). Esperanza Roy, desesperada de amor por la ausencia de Bárbara Rey (ya en libertad) finge estar loca y le conceden el indulto. Todo esto, insisto, en poco más de dos minutos. Ojalá todas las películas contaran tanto en tan poco.
Berta, ya en libertad, se va en busca de su amor, que trabaja de camarera en la Costa Brava. Allí descubre que vive con otra. Aún así le propone vida en pareja niña incluida. Se queda a dormir y escucha como hace el amor con la otra. Llora. De ahí pasamos a bucólicas escenas de paseos por Lloret de Mar mientras en off se narran las cartas de amor que se intercambian. Al final se van a vivir juntas y escuchan muy felices discos de Chopin.
Pero, ay, Bárbara Rey es una aprovechada. Le pide dinero. Cuando lo consigue se produce eL polvo postergado durante años (u 86 minutos de metraje). Sudor, desnudos integrales, sexo oral e intercambio de fluidos entre ambas en el marco incomparable de un tiñoso apartamento y con Chopin de nuevo de fondo (no podía ser de otra manera). Pero Bárbara Rey quiere más dinero, ya lo dijo la monja: “es una desequilibrada y una viciosa”, la insulta, abandona y roba todo el dinero (que era para pagar el alquiler del nidito de amor). Y así Esperanza Roy, loca de amor, se estira en la vía del tren (medio de transporte que ha sido una presencia constante a lo largo del metraje), espatarrada, con las piernas abiertas, con el raíl cual símbolo fálico centrando su entrepierna. Vemos unos pocos flashes del padre suicida y luego el paso del cercanías, que la despedaza a cámara lenta con repetición de la jugada desde diferentes ángulos. Viva el gore cañí. Una voz en off nos dice que son hechos reales y nos plantan la foto de la auténtica reclusa, una tal Inés Palou (Lérida 1923-Barcelona 1975), que lo escribió todo en su novela homónima publicada por Planeta. Como ven, una joya de película.
<span>Acabo de ver en el Lecturas nuevo ,soy una cotilla,una entrevista a Barbara Rey y a sus 60 años esta esplendida .</span>
ResponderEliminar<span>BARBARA REY A SUS 60 AÑOS SIGUE ESTANDO ESTUPENDA QUÉ APRENDA LA BELÉN ESTEBÁN .</span>
ResponderEliminar<span>Siempre me ha hecho ilusión acostarme cón Barbara Rey .</span>
ResponderEliminarBUENAS PIERNAS
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