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15.11.04
Paranoias en la Tumba
Siempre quejándome de lo escaso de mi tiempo de ocio actual. Soy un llorón. La noche antes de Halloween Doña Absenta y yo nos pusimos a ver Premature Burial (Roger Corman, 1962), un título ideal para esas fechas, pero la sesión tuvo que ser abortada a los veinte minutos y hasta ayer no pudimos reemprender el visionado. En fin.
Tercera de las adaptaciones de Corman de los cuentos de Edgar Allan Poe (muy libres, normalmente sólo toman la idea y el título), es, desde luego, clarificador ejemplo del cine de horror gótico que practicó el célebre realizador, el rey de la serie B. Es curioso lo del cine de horror gótico en los 60, que tuvo tres ramas bien diferenciadas geográficamente: la Hammer, Corman y la escuela italiana de los Bava y Freda.
Conocida en nuestro país como La Obsesión, siempre me ha gustado mucho y eso que es la primera de la serie Corman-Poe que no tiene al gran Richard Matheson como guionista (es su lugar, Charles Beaumont). Dije que es una gran película de horror gótico. Las razones son muchas. Por un lado la historia, el pánico, la obsesión, de un hombre a sufrir un ataque de catalepsia y ser enterrado vivo. La muerte, pues, como motivo central. Por el otro, la ambientación, todo un catálogo de estilo: castillos tenebrosos, nieblas omnipresentes, relámpagos, sepultureros zarrapastrosos, ataúdes, mausoleos, criptas, ratas y arañas, científicos que juegan con muertos, amas de llave siniestras, cementerios, calaveras, esqueletos, el omnipresente silbido misterioso de la tonada Molly Malone, el hombre que ve que es enterrado en vida y que nadie le hace caso. Una atmósfera, pues, tenebrosa y necrófila. La resolución de la historia, aunque predecible, también tiene mucho de esos relatos gráficos de la EC que por fin hemos visto publicados en nuestro país (y no digo más porque el comentario es un claro spoiler para quien los haya leído, ya saben, muertos que regresan para cobrarse venganza, o así).
Corman consigue ser un realizador elegante que disimula muy bien los bajos presupuestos con los que se movía e introduce por primera vez un elemento que luego será más habitual y evidente en la serie: el sentido del humor, negro y aquí sutil. A eso ayuda, y mucho, Ray Milland. En un principio debía protagonizar el gran Vincent Price, pero problemas contractuales lo impedían. Milland, un tipo simpático, resuelve bien la papeleta. Magnífica es la escena en la que muestra todos los mecanismos que ha mandado construir en su mausoleo: el ataúd se desmonta por tres lados pulsando un botón interior (y por si acaso incluye un pack con diversas herramientas), el mausoleo, herméticamente cerrado en su exterior, también se abre por dentro e incluye una salida extra por el techo, hay una campana para avisar al exterior, hay más herramientas, libros, música y comida por si tarda el asunto, dinamita como recurso bruto y, si todo falla, una copa de veneno. Ray Milland va enseñando todos los artilugios a su esposa (Hazel Court, una habitual de la serie que también trabajó para la Hammer) con una alegría tal que convierte la escena en culmen del humor necrófilo de la época.
Otro elemento habitual del Corman inmediatamente posterior es la utilización de elementos visuales que podríamos definir como psicodélicos. Reconozco que hablar de imaginería psicodélica en 1962 es decir demasiado, pero también es cierto que el filme cuanta con una estupenda escena onírica plagada de filtros de color variantes en la que, con el sonido de los gémidos y latidos del protagonista de fondo, vemos como fracasan cada uno de los mecanismos de protección que ha mandado construir.
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