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7.11.15
CRÓNICAS DE #SITGES2015 (XXXIV): COOTIES
Asumiendo con dignidad que su vínculo con Frodo Bolsón se antepondrá de por vida a cualquier otro papel de su filmografía, Elijah Wood ha optado por la alegría de dejarse llevar por su entregada afición al cine de género (terror, thriller, gore) con una retahíla de títulos al margen de la industria del blockbuster, ganando así la simpatía de quienes compartimos su gusto. La programación de Sitges 2015 incluía una buena muestra con esta película que tuvo en mi amada sala El Retiro al público ideal. Adscrita al género de infectados a mordiscos, en este caso la epidemia solo afecta a menores de edad, con la adolescencia como frontera de contagio, y sus protagonistas son un grupo de profesores asediados ante la virulenta y salvaje horda de infantes asesinos. La idea tiende lazos a la clásica ¿Quién puede matar a un niño? de Chicho Ibáñez Serrador, pero no pueden estar más alejadas, ya que en este caso el tono es absolutamente festivo, y aunque la violencia y el gore (relativo) están ahí, bien visibles, el humor —en general negro e incorrecto— siempre acompaña. Cooties es lo que es, puro y modesto divertimento de serie B sin pretensión alguna, pero sabe diseminar subterráneas cargas de demolición al orden establecido, describiendo una patética fauna de profesores al borde de la exclusión social, ya sea por razones mentales o económicas, describe un sistema educativo en decadencia y, como es de rigor, se entrega al desafío de ese tabú contemporáneo que pone reparos a la muerte violenta de menores en pantalla. Aquí el body count de chiquillos es generoso e incontable y, aunque infectados y salvajes estos niños siguen teniendo en el patio del recreo y el chiqui-park unos cuarteles generales que son pesadillas para el mundo adulto, vamos, como en la vida real. Son estas razones, envueltas en modesta falta de pretensiones, las que motivan todo mi aplauso y cariño.
6.11.15
CRÓNICAS DE #SITGES2015 (XXXIII): THE ASSASSIN
Hace 40 años, en tiempos de luchadores y espadachines mancos, nadie hubiera dicho que un wuxia, es decir, una peli de chinos saltarines con espadas, despertaría el entusiasmo de Cannes y se llevaría el premio al mejor director. Creo que llegué a leer que se trataba del wuxia definitivo, o algo así. Pura trola, dado que se trata de todo lo contrario: el antiwuxia definitivo, culmen de una tendencia que se antojaba inaudita inaugurada por Tigre y dragón y continuada por Zhang Yimou. Ojo, no tengo nada contra esos preciosismos chinos, al contrario, algunos los he disfrutado y, de hecho, han cobijado a su sombra peliculones como Wuxia o el Detective Dee: The Mystery of the Phantom Flame de Tsui Hark. Pero claro, la tendencia ha ido a más y ha acabado engendrando lo que alguien definió con tremendo acierto como “una película de chinos dirigida por Manuel de Oliveira”. Es cierto que es bonita de ver, con sus paisajes, sus vestidos y su preciosa Shu Qi. Como película de artes marciales, en realidad rehuye toda coreografía, de ahí la trola de algunos comentarios. La película es muy lenta y consigue algo curioso: la historia que cuenta es casi anecdótica y aún así consigue ser confusa de cojones, al menos para el espectador occidental que soy, porque al final fui incapaz de situar y reconocer algunos personajes. Pese a todo, reconozco que por alguna razón no me aburrí ni agobié con ella. Por cierto, soy muy fan de largo plano de las ovejas reposando en el prado a cinco minutos del final.